Del libro Fútbol y sociedad en Puertollano en el siglo XX (1920-2000), editado por Ediciones Puertollano, cuyo autor es Luis Pizarro. Capítulo 1. Los antecedentes del fútbol en Puertollano.
Según los cronistas, el fútbol llegó a España a través de Huelva en 1873. Los que lo trajeron habrían sido ingleses que compraron las minas de Riotinto y llegaron por mar, en cuyos barcos parece que siempre llevaban las porterías y el balón de vejiga de animal. Sin embargo, la constitución del Huelva Recreation Club no se produjo hasta el 23 de diciembre de 1889, lo que hace que en 1974 la Real Federación Española de Fútbol (RFEF/FEF en lo sucesivo) lo reconozca como decano del fútbol nacional.
Luego, el fútbol se fue introduciendo en nuestro país y así los Campeonatos de España oficiales existían desde 1902, cuando el Vizcaya le ganó 2-1 al Barcelona. Por su parte, el origen de la Federación Española de Clubes de Fútbol se produjo entre 1905 y 1913, año en el que hubo dos federaciones hasta que se unificaron en la actual en el mes de septiembre, cuando también se fundó la Federación Centro.
No obstante, fue la Olimpiada de Amberes la que supuso la mayoría de edad del fútbol español. Allí se jugó el primer partido internacional de la Selección Española, el 28 de agosto de 1920, contra Dinamarca y ganó España 1-0 con gol de Patricio. Desde luego no existían los “problemas” que hay ahora, pues se jugaron nada menos que cuatro partidos en cinco días. Superada la temible guerra de 1914 a 1918, Amberes supuso el descubrimiento definitivo del fútbol en nuestro país. La “furia española”, de la que más tarde habría de discutirse en todos los tonos y en todos los países, había triunfado y el fútbol hispano ostentaba el título de subcampeón de los recientes Juegos Olímpicos. Al comenzar la temporada 1920-21 el fútbol gozaba, pues, de una popularidad como no había tenido nunca y los internacionales españoles eran casi tan conocidos como los más famosos toreros del momento. Muchos afirman que Amberes fue el punto de partida para el prodigioso desenvolvimiento del fútbol en España y para la conquista de las masas, cuestión en la que Puertollano no iba a ser una excepción.
Pero, ¿cuándo y de qué forma llegó el fútbol a la ciudad? Hasta ahora no existe documento escrito que certifique la fecha exacta en la que se comienza a jugar, aunque sí se tienen noticias, como veremos más adelante, de la primera vez que aparece una reseña en prensa de la celebración de un partido. No obstante, Blas Adánez, en el artículo “Presente, pasado y futuro del fútbol en Puertollano” afirmó:
“Apenas había transcurrido un lustro desde que se empezó a jugar ‘en serio’ al fútbol en nuestro país, cuando ya un grupo de jóvenes de nuestra ciudad, compuesto por un mosaico de estudiantes, mineros y empleados, haciendo un esfuerzo económico inusitado, reunían entre todos catorce o quince duros y compraban un balón y unas camisetas a rayas amarillas y negras y fundaban el Puertollano F.C. Y así surgió el balompié en Puertollano. Primero fueron aquellos marcos que venían a sustituir las estacas mal clavadas en el suelo que tenían por larguero una soga. Luego los pantalones de deporte en reemplazo de los largos de paisano. Más tarde las botas de cuero que desterraban las alpargatas. Hubo funciones de teatro, colectas y suscripciones, y con ello, y con las cuotas de un centenar de socios, se emprendió la gran empresa de construir un campo de deportes en los terrenos de don Adolfo Porras, a continuación de su Gran Teatro. El sitio era uno de los mejores del pueblo a no dudar. Se explanó y se cercó (…) Fue la edad de oro. Pero esta brillante época se vio truncada por deserciones, apatías y desidias” (Lanza, 2 de mayo de 1944).
Exactamente siete años después, Adánez publicó en el mismo diario unas “Ráfagas del pasado futbolístico de Puertollano”, donde afirmó que “aproximadamente diez años después que el fútbol diera sus primeros pasos formales en España, hizo su aparición en Puertollano: unos cuantos estudiantes nos lo trajeron de Madrid y tomando plaza en el campo de la Fiesta del Árbol [El Bosque], empezó a conocerse en nuestra ciudad”.
Por su parte, Carlos de Puertollano escribía lo siguiente en ese mismo periódico el 16 de octubre de 1951:
“¿Cuánto no debe el fútbol actual a aquellos reducidos grupos juveniles que hace 30 años se iniciaron en el juego en lucha abierta contra la indiferencia, la incomprensión y, en muchos casos, la repulsa de los más? Aquellos jugadores eran de la más escogida extracción social. Casi todos estudiantes (y entonces ser estudiante era signo inequívoco de selección social). Los campos de juego eran eriales en los que los mismos jugadores tomaban las medidas reglamentarias y trazaban con cal las líneas, para después coger a hombros los palos de las porterías y clavarlos en el suelo. Los gastos se los pagaban ellos. El club lo más que solía poner era la pelota y en algunos casos, ni esto. Tal ocurrió en la laguna seca de Almodóvar del Campo, allá por el año 23, en que se jugó un semi-partido entre el conjunto de la vecina población y el de nuestra ciudad. El balón era propiedad particular del hermanito pequeño de un jugador del Puertollano (cuyo hermanito es hoy un competente médico del Seguro de Enfermedad que ejerce en nuestro pueblo), que se sintió caprichoso, cogió una ‘perra’, y después de jugarse un tiempo, recogió su balón por la poderosísima razón de que era suyo y hubo que dar por terminado el partido, volver a montarse en los borricos y tartanas y regresar a Puertollano, junto a las dos docenas de seguidores que tenía el equipo”.
De la lectura de los textos citados se desprende que, coincidiendo con el impulso de Amberes, el fútbol se empezaría a practicar en Puertollano hacia 1921 o poco después. Los partidos –por llamarlos de alguna manera–, se jugaban en El Bosque y en la Laguna de Almodóvar, y, sin duda, prendieron la mecha de la pasión por este deporte en las gentes locales, aunque también estaba extendida la costumbre de jugar a los bolos, dedicándose, sobre todo los mineros, a empuñar una pesadísima bola de madera, lanzada al aire buscando los tres palos pingados en la explanada, mientras uno de los jugadores gritaba: ¡¡A por dos!! Y luego la limonada, con mucho azúcar y buen vino, en la bodega de don Pedro, donde entre bromas y sátiras pagaban los que habían perdido.
Como hemos visto, tradicionalmente se cree que los británicos trajeron el fútbol a España. Pero en Puertollano no fue así. Como se deduce de los relatos anteriores, fueron jóvenes estudiantes de la burguesía local los que importaron el nuevo sport, seguramente cuando volvían de Madrid para pasar sus vacaciones. No olvidemos que había que pagarse determinados gastos, no muy al alcance de cualquier economía. Sin embargo, como la fortaleza de los equipos no podía estar pendiente de clases sociales, pronto se produjo el mestizaje y en ellos se mezclaron mineros y empleados, lo que permitió una mayor popularización, y todo ello alentado por la residencia en la localidad de jóvenes de origen francés y alemán, vástagos de ingenieros que habían venido a trabajar en la industria minera. Así, tenemos el caso de Juan Hüllt, también llamado El Alemán, extremo derecho y muy alto, llegado a Puertollano desde Alemania, pues su padre era el jefe de la Central de Peñarroya. Fue Emilio Lorido quien se lo presentó a Mario Cañadas, convirtiéndose en capitán del equipo, por ser el que más sabía de fútbol, y encargado de hacer las alineaciones.
Que fueran estudiantes los primeros “futbolistas” de Puertollano –para ello, con tener afición bastaba, pues la técnica era lo de menos–, no es extraño, pues sabemos que en Madrid también sucedía así y se conservan relatos que nos dicen que al llegar la época de exámenes había que formar los partidos con el que buenamente se presentaba, por lo que los grupos no podían completarse con el número necesario[1]. Si a ello se unía la escasez de jugadores, comprenderemos que los equipos se -ultimaban con dificultad. También en algunas zonas de Asturias, por ejemplo, se atribuye el origen del fútbol a los descendientes de la burguesía industrial, cuando en verano regresaban para las vacaciones. Que en Puertollano se jugara en la Laguna de Almodóvar, seguramente en verano, cuando estaba seca, demuestra que las vacaciones estudiantiles eran decisivas para esta práctica deportiva. De hecho, los testimonios orales confirman que en los primeros tiempos los únicos que conocían el fútbol en Puertollano eran los estudiantes porque iban a Madrid.
Analicemos ahora cómo era aquel fútbol en el que, cuando el 30 de noviembre de 1872 se jugó en Glasgow el primer encuentro internacional de la historia entre Escocia e Inglaterra, los jugadores vestían jerséis de lana y pantalones holgados; no existía el fuera de juego, ni el portero, ni las redes, ni el córner, y la portería carecía de larguero, si bien, al finalizar el siglo, ya se habían incorporado al reglamento. Por otro lado, en los primeros años del siglo XX eran habituales las quejas por las diferentes dimensiones de los terrenos de juego y el desbarajuste reinante en las condiciones de los mismos. Por supuesto, la terminología que se aplicaba reunía todas las influencias recibidas de las Islas Británicas y así las noticias en los diarios no eran de “fútbol”, sino de Foot-ball o simplemente Fotbal, amén de emplear anglicismos como shoot (disparo), goal (gol), referee (árbitro) o backs (defensas); las faltas eran faults; los jugadores equipiers o sportsman y el golpe franco, free-kick.
Era un Puertollano en el que la Copa, construida en los años veinte, surtía de agua para riego a todo el Ejido de San Gregorio y hasta el elegante hotel Castilla aparecía incluso en algún periódico de Madrid (Hostelería Nacional, 15 de diciembre de 1921).
En ese Puertollano, como ya se ha dicho, se empezó a jugar en El Bosque, en donde las porterías se montaban y desmontaban para cada choque, hasta que los propios jugadores hicieron una especie de cajones, que enterraron en el mismo Bosque, en donde las guardaban. Por cierto, porterías que pudieron hacerse porque uno de los jugadores, en concreto Emilio Lorido, le pidió a su padre el tablón necesario para obtener el larguero de siete metros y los dos pies derechos de los postes (que eran cuadrados) para tener la portería completa. Por supuesto, no había red ni líneas marcadas y sólo le quitaron al terreno unas pocas piedras. Y de ningún modo el campo tenía las medidas reglamentarias porque, por un lado la irregularidad del Bosque, y por otro la misma gente que se ponía a verlos, que cada vez iba estrechando más la cancha hasta que acababan los partidos y apenas dejaba metros para jugar, imposibilitaban que las tuviera.
Tampoco la prensa de entonces veía con muy buenos ojos la práctica del nuevo deporte, sobre todo El Defensor –cuyo primer número se publicó el 25 de enero de 1920 en Almodóvar del Campo, aunque pronto tuvo redacción en Puertollano–, que incluso llegaba a llamar zánganos a sus practicantes, lo que provocó que el alcalde Alfredo Gascón les prohibiera jugar, aunque el concejal Cecilio Ruiz influyó para que la prohibición no surtiera efecto. Por el contrario, Vida Nueva, publicado desde 1915 por José Guerrero y Guerrero, sí era más partidario del fútbol.
Los enfrentamientos tenían lugar sin que existiera una liga organizada, ni los equipos tuvieran entrenador. Aun así, se viajaba con cierta frecuencia y muchos domingos se programaban encuentros con las ciudades vecinas, especialmente Ciudad Real, siendo tradicional que los rivales fueran a recibir a la estación a los visitantes, se les diera un agasajo al finalizar la contienda, e incluso, si era necesario, se les hospedara en sus propias casas. Otra costumbre que se implantó más tarde fue la de darles gaseosa a los jugadores en los descansos, un gran detalle, acostumbrados como estaban a tenerse que pagar ellos todo.
En cuanto a la equipación, según Adánez, la camiseta inicial era amarilla y negra a listas (colores que todavía se vestían en 1923) y el pantalón azul, vestimenta ésta que propuso el citado Hüllt y les pareció bien a todos, aunque más tarde se cambió por la camiseta y calzón blanco o camiseta roja y calzón blanco.
¿Y la disposición táctica, si se podía llamar así? Pues la empleada era la habitual en estos primeros momentos, el 2-3-5, “el primer sistema clave en la historia del fútbol, sobreentendiéndose el 1 del guardameta, un guarismo inmutable”[2], con sólo dos defensas arropando al portero, tres jugadores en línea en el centro del campo (uno de ellos el medio centro) y cinco delanteros, con vocación claramente ofensiva. Ciertamente, este dispositivo obligaba mucho a los porteros, que no se podían amedrentar ante la fuerza con la que arremetían los arietes[3].
Con todo, lo que no podía permitirse este fútbol primitivo era carecer de dirigentes, aficionados entusiastas que ejercieran las tareas directivas. Así, en Puertollano, hay que destacar las figuras de Luis Dorado y Joel Colorado (presidentes ambos de la Agrupación Deportiva Puertollanense), Gordiano Arias (padre del que andando el tiempo fue jugador del Calvo Sotelo Emilio Arias) y Enrique Porras, cuatro de las personas que en su faceta de directivos más hicieron por el fútbol en sus inicios.
Gordiano Arias Pérez nació el 29 de septiembre de 1895 y murió el 12 de abril de 1981. Para muchos fue el que más sufrió e hizo por el fútbol en Puertollano, hasta el punto de que se cuenta que desatendía su droguería (“Droguería y Perfumería Moderna”), y que casi se arruinó por atender sus tareas futbolísticas. Dicha droguería estaba en la calle de la Tercia, 1, un buen sitio para los comercios de entonces. Allí iban los futbolistas a comentar las noticias y parece que las mujeres no pasaban por vergüenza y por las habladurías, por lo que realmente el negocio sufría las consecuencias del fútbol. Sin embargo, fue al llegar la Guerra, al reclamar a las personas que trabajaban en las farmacias dejando a éstas sin gente para hacer las “fórmulas”, cuando los Comités se llevaron a Gordiano a una farmacia y, al no poder atender su establecimiento, lo tuvo que quitar. Era Gordiano el que verdaderamente contendía con los equipos contrarios y el que les pagaba (a veces de su propio bolsillo, puesto que él era quien se había comprometido), pudiendo costar un equipo de Madrid hasta 150 pesetas con todos los gastos. Como los precios de las entradas, cuando se podían cobrar, eran de apenas unos céntimos, son de imaginar los pobres resultados económicos que se obtenían, razón por la que el club jamás tuvo beneficios. No obstante, nunca reclamó que se le debía tal o cual cantidad, aunque se sabe que lo llevaba todo anotado. Incluso como en la droguería vendía balones de la marca “París”, grandes e indeformables y que costaban 25 pesetas, Gordiano los regalaba a la entidad para los partidos. En suma, su pasión por el fútbol hizo que frecuentemente actuara como juez de gol –elemento desaparecido en la actualidad–, en la portería del equipo forastero. Aparte, sus servicios a los jugadores llegaban al punto de que, como tenía la costumbre de cerner en un cedazo los cuarterones de tabaco para emboquillarlos, le guardaba a alguno de ellos el polvo que sobraba.
Por su parte, Enrique Porras Romero (Puertollano, 1901-1969), nacido en la popular calle Calzada y presidente del Puertollano F.C., se dedicaba más a las “relaciones públicas”. Ejercía de pianista en el Casino en la calle Aduana y era aficionado del Atlético de Madrid. Se da la circunstancia de que años después, cuando Porras fue alcalde de la ciudad, colocó a Gordiano Arias en el célebre Economato de Calvo Sotelo.
Dediquemos ahora nuestra atención a los primeros futbolistas de la localidad. Entre ellos, podemos citar al referido Emilio Lorido, que jugaba de portero y también arbitró algún partido, aunque lo sustituyeron pronto porque se incorporaron otros como Fernando y Carmelo Porras, Ruiz (hijo del jefe de contabilidad de Peñarroya, que estudiaba ingeniería), Colorado (que sustituyó a Lorido en la portería), Alfonso Gómez, Carretero (guarnicionero en la calle Torrecilla y el que arreglaba los balones, con lo que tenían una ventaja), Natalio (llevaba el material y era el alma del equipo, junto a Gordiano Arias; hacía de todo y lo mismo se ocupaba de inflar los balones, que quitaba las chinas del terreno o pintaba las líneas que lo delimitaban), Glicerio Bermúdez (también estudiante), Fernando Poblet (hijo de un empleado de Peñarroya), Ramón Monroy, Charvet (francés; hijo del jefe del lavadero de la Sociedad de Peñarroya) y Manolo Vidal, llegado con su familia desde Argentina. Además, otro de los destacados era De la Helguera, apodado El Mejicano, hijo del administrador de La Extranjera, la primera mina de hulla que existió en la ciudad[4]. De él se cuenta que no vestía muy bien y un día la madre de Mario Cañadas (hijo del médico de Puertollano), cuando llamaron a su puerta y lo vio, le quiso dar una limosna. Otra anécdota suya relata que, como no tenía camiseta adecuada, cogió una y la pintó con tinta; el problema fue que, cuando empezó a sudar, comenzó a correrle la tinta, con lo que podemos imaginar el resultado. También había mineros como Martín (Cagala), vagonero, muy trabajador y con mucha afición, tanta que cuando se marchó de Puertollano formó un equipo en Madrid que él mismo dirigió.
Sin embargo, la mayoría de los que iniciaron el fútbol resistieron poco tiempo porque eran algo mayores o se marcharon de la ciudad. Los que más resistieron fueron Julio Más, Poblet, Mario Cañadas (gran defensa, de los que arrollaba, pero con nobleza y de mucha fuerza) y Paco Adánez. Más tarde se incorporó gente nueva como Mora e Inocencio Romero (maestro de escuela), hasta que luego “ficharon” a algunos (por ejemplo Fili) que jugaban con el Club Minero, equipo que todavía desarrollaba actividad en 1926. De ellos, párrafo aparte merece Julio Más, un derroche de fuerza y corazón, no exento de clase, para muchos el jugador de más solera que hubo en el Puertollano de antes de la guerra, sin desmerecer, entre otros, a Ortiz, Mora, Romero o Agustín Monroy.
En 1921 la situación en las industrias hulleras de Puertollano era crítica. La prensa daba cuenta de que la clase patronal había tenido una ambición desmedida y no pensó que podía llegar una época mala. La terminación de la Primera Guerra Mundial generó la competencia con nuevos mercados, especialmente el británico y el norteamericano, con abrumadoras ventajas sobre el español, por lo que en Puertollano se llegó a una situación insostenible:
“Durante la época próspera los patronos sólo se preocuparon de vender mucho, y a los precios que les daba la gana, sin fijarse si la mercancía estaba o no en condiciones, dándose el caso de que algunas veces iba una parte considerable de piedra. Además, no se avinieron a competir en precios, conformándose con una utilidad módica porque ambicionaban cantidades fabulosas” (El Defensor, 6 de marzo de 1921).
También en Vida Nueva, el 28 de julio, se proclamaba la situación angustiosa originada por la falta de vagones para el transporte del carbón, reclamando al gobierno y a las compañías ferroviarias para que provean el material necesario y así se pueda evitar que el hambre se enseñoree de los hogares de los trabajadores. Muchos obreros llevaban tres y cuatro meses sin trabajar, viéndose niños descalzos y harapientos, hasta el punto de afirmar que «Puertollano no es la sombra del que fue considerado como pequeño Madrid». En estas condiciones la Compañía Madrid-Zaragoza-Alicante (MZA) envió cien vagones, lo que alivió la crisis unos días, aunque el alcalde Samper llegó a defender que se despidiera de las minas a los obreros no avecindados en Puertollano, lo que despertó grandes críticas en la cercana Almodóvar. Y es que, para que nos hagamos una idea más exacta, algunos datos reflejan que entre 1916 y 1920 había más de 8.000 obreros trabajando, que recibían soldadas de entre 25 y 30 pesetas diarias, con hasta 14 trenes diarios de producción. Sin embargo, entre 1920 y 21 se pasó a 4.000 hombres empleados, y, a finales del 21, la cifra se había reducido a 3.000 y aún éstos trabajaban unos 10 días al mes. Fue por eso por lo que en 1922 la esperada revitalización de las obras del ferrocarril Puertollano-Córdoba, aprobado desde 1880, se vio como la mejor solución a la crisis de trabajo ante el temor de que llegara a perecer la cuenca hullera.
A pesar de todo, la ciudad procuraba vencer al desánimo y los bailes de carnaval se celebraban con cierto alborozo en los salones de El Centro Popular, el Gran Teatro, La Benéfica[5] y el Círculo de Recreo. Por otro lado, en el verano de 1922, la Banda Municipal la dirigía Miguel Martínez y el cine Más efectuaba sus proyecciones en la Plaza de Toros, mientras en octubre las sesiones se desarrollaban en un salón de la calle Vélez, donde los asistentes consumían sus cigarrillos “mataquintos”.
En ese ambiente, mientras el fútbol luchaba por abrirse camino en la provincia –Vida Manchega, periódico de Ciudad Real, mencionaba en 1921 que el Arenas de Socuéllamos era entonces el club decano de la provincia y ese mismo año, en la feria de la capital, juegan dos equipos de la Gimnástica de Ciudad Real, “primera sociedad deportiva con cierta categoría” que existía allí[6], aunque también había sido creado el Concepción, equipo surgido en el seno del colegio de los Marianistas–, en Puertollano, todavía no se había generalizado la disputa de partidos en los primeros años de la década. Por ejemplo, en 1921, mientras que con motivo de las fiestas de la Virgen aparecen publicadas noticias de la celebración de festejos taurinos, musicales y ciclistas (todos ellos con motivos benéficos con destino a la guerra de Marruecos), no encontramos datos de la celebración de encuentros de fútbol.
Sin embargo, es probable que las noticias que llegaban de otros lugares de la provincia fueran alentando la difusión de este deporte entre los animosos jóvenes de la localidad que ya practicarían su deporte favorito sin encontrar eco en la prensa. A pesar de todo, que se empezara a practicar el fútbol en Puertollano en 1921 es una conjetura bastante probable, teniendo en cuenta la citada influencia de Amberes. Seguramente eran partidos esporádicos entre los propios aficionados locales, que irían preparando un equipo de mayor fortaleza capaz de enfrentarse a otros de localidades próximas. De ahí que no se encuentren referencias periodísticas de esos primeros enfrentamientos y sí se dieran de lo que habría sido la primera disputa contra un conjunto distinto, pues es lógico pensar que de haber existido otro con anterioridad la noticia habría generado interés suficiente para aparecer reflejada.
Así, la primera vez que hemos podido documentar una noticia de la celebración de un partido de fútbol es en El Defensor, el 20 de agosto de 1922. En ella se da cuenta de que el martes 15 se jugó en el campo de La Laguna un encuentro entre Almodóvar y Puertollano resultando vencedor el último por el tanteo de 1-2. La reseña es breve, pero por ella sabemos que ambos equipos jugaron muy bien [obviamente no hay forma de saber lo que entendía el cronista por jugar bien en aquellos tiempos remotos], y que el encuentro resultó animadísimo, anunciándose que para el próximo mes de septiembre se jugará otro. Por tanto, es a partir de agosto de 1922 cuando empiezan a aparecer con regularidad referencias de confrontaciones. El 11 de septiembre de ese año se publica en Vida Manchega la primera crónica de un partido jugado en Puertollano entre el Puertollano F.C. y la Gimnástica de Ciudad Real, con triunfo de ésta por 2-0, que reflejamos íntegramente por su importancia:
«Con gran animación salió ayer el equipo de la Gimnástica de Ciudad Real hacia Puertollano para jugar un partido de foot-ball con el equipo de aquel pueblo. Partió el tren y en los andenes todavía se oía el bullicio de los que quedaban. Llegó a Puertollano y en los andenes se oía el bullicio de los que los recibían. Saludos, vivas y animación empezaron a exteriorizarse entre unos y otros, deseosos los de Puertollano de cumplir bien y animados los de Ciudad Real por corresponder a las atenciones que les otorgaban. Fue un día lleno de agradecimientos e íntimas satisfacciones.
El partido: Con tarde espléndida, sin sol, sin frío, a propósito para jugar el partido, se alinean los equipos en esta forma. Puertollano F.C.: Duarte, R.; Porras, F., S. De la Helguera; Serrano (de Almodóvar), Herrera (de Almodóvar), Martín; Hüllt, Porras, E., Cabezos, Martínez y Navarro. Gimnástica: Piqueras, A.; Manzanares, Piqueras, J.; Sánchez, Alcázar, Donas; Pérez, J., Pérez, E., Cortés, Navas y Noblejas. Actúa de referee M. Schoeppen [conocido como “El Alemán”].
Se coloca el balón, un muchachito joven, apuesto, que había empezado a vivir merced al empuje que le diese cierta bomba, y que se encontraba airoso de su redonda figura en medio del campo, y a una señal del referee empieza a sufrir los golpes crueles de los jugadores. Acá y allá marchó no sabiendo por quién inclinarse. A veces estaba en pies de Ciudad Real, como era recogido por los de Puertollano. Cómo volaba por el aire, cómo se arrastraba en busca de quién le recogiese. Estaba deseando llegar a la meta. Una mano del defensa Piqueras hace que se toque un penalti, y a once pasos de la portería se coloca el balón como esperando a que le diesen un golpe en sus espaldas para llegar al ansiado fin. Pero fue demasiado el ímpetu que le dio Martínez y pasó volando encima de la portería. Siguió sufriendo golpes, volando, arrastrándose, hasta que dio final el primer tiempo a las 5:44. Empieza el segundo y ya perdía sus anhelos el balón de entrar en alguna portería cuando un penalti de Puertollano que toca el referee hace que se ponga en el mismo sitio, a once pasos, y por fin logra entrar en la puerta. Goal que tira Enrique Pérez y que se apuntan los de Ciudad Real. Nuevas acometidas y diez minutos antes de terminar, Navas chuta logrando otro goal. Más golpes al pobre balón que ya perdía su energía, ya casi no podía transportarse al sitio donde le mandaban, iba extenuándose, pero hace un esfuerzo y quiere entrar donde está Piqueras, A., más es rechazado y nueva desesperación. Tan largo lo han echado que tiene que sufrir si quiere sólo hacer su entrada en la portería de Ciudad Real. No lo logra, y a las 6.41 por orden del referee, a quien se le debe un aplauso sincero por su imparcialidad y acierto, da final el partido.
Todos se recogen, marcha cada uno a ocupar su coche y en medio del campo viejo, sin fuerza, ni vigor, queda el balón entristecido y olvidado. Había llegado a su vejez en hora y media de partido. Agradecidos: los de Puertollano hicieron cuanto estuvo a su alcance por tributar honores a sus visitantes. Autos, coches, buena voluntad, comida, todo lo pusieron en manos de los de Ciudad Real, agasajándoles hasta lo último. Agradecidos, pues, deben quedar los gimnásticos de las familias que tan bien les atendieron, de los jugadores que alegres les recibieron y de las bellas muchachas de Puertollano que no dejaron de manifestarse sonrientes al verlos en su pueblo. Agradecidos también al campo donde se jugó el partido, majestuoso en su llanura, y envidiado por muchos campos de España que puede no existan con las excelentes condiciones que en él concurren».
Este comentario tan curioso lo firman Lechuga y Henry. Por testimonios orales sabemos que el terreno de juego citado no era otro que el de la Laguna de Almodóvar y que, a pesar de lo afirmado, éste no era el Puertollano F.C. propiamente dicho, sino que se formó para la ocasión con refuerzos de la ciudad vecina, siendo las porterías las que se utilizaban para jugar en el Bosque. Como vemos, la formación se ajustaba a la táctica de entonces (2-3-5), con dos defensas, tres medios y cinco delanteros. Igualmente son llamativas las atenciones que se dispensan los participantes. Pero no nos engañemos; las cosas no eran así siempre y desde el primer momento las rivalidades estuvieron a la orden del día.
Precisamente en uno de los partidos que se jugaron contra Almodóvar, en una cerca de esa localidad, uno de los contrarios presumía de que su fuerza le hacía meter al portero dentro de la portería. Así, se puso al lado del meta visitante para cargar contra él continuamente. Por si era poco, otro le dio una patada en el vientre, respondiendo el arquero con dos bofetadas; la pelea estaba servida y tuvo que ser la protección del mencionado Schoeppen la que salvó la situación. También en Calzada había sus más y sus menos, de forma que un día no les pegaron a determinados aficionados de Puertollano porque se les ocurrió decirles a los lugareños que ellos eran viajantes y habían ido a ver el partido, sin que tuvieran nada que ver con los jugadores forasteros.
Otro aspecto que reclama atención es que todavía en 1922 no existía ningún campeonato organizado, pero Vida Manchega ya lo reclamó en septiembre: «Que no se termine la afición hasta que se juegue el campeonato manchego en el que quedará considerado como campeón el que triunfe en los partidos que han de celebrarse en los pueblos que a Ciudad Real rodean y que elementos tienen para formar excelentes equipos» (no se olvide la existencia, también, del Estrella de Miguelturra).
Para entonces, en un Puertollano con 17.638 habitantes de derecho, cuyo alcalde era Alfredo Gascón Sánchez-Escribano, se inauguró el Hospital de Peñarroya; en La Gabriela ya tenían gran fama sus tortas y bollos, especialmente las primeras, y el propietario del Gran Teatro era Alfredo Porras. Era una ciudad en la que proliferaban los garitos donde imperaban los llamados juegos prohibidos y los concejales pedían que se vigilasen y no se dejase pasar a criaturas de 14 y 15 años.
En diciembre de 1922 se fundan dos nuevas sociedades deportivas en Ciudad Real, la Deportiva Ferroviaria y la Amistad Deportiva y los rumores de que se disputará en el campo de la Concepción un partido entre esta sociedad y el Puertollano F.C. son acogidos con alegría, celebrando que fuera cierto porque eran contados los equipos forasteros que visitaban la capital. Finalmente el encuentro se jugó el 10 de diciembre, venciendo los concepcionistas por 1-0 en la cancha que poseían frente a la Granja Agrícola, según dicen las crónicas, “completamente lleno de público entre el que se veía muchas señoritas ciudarrealeñas [sic] que daban mayor realce al festival deportivo” (Vida Manchega, 12 de diciembre de 1922). En esta ocasión, Puertollano alineó a: Lorido; Cañadas, De la Helguera; Adánez, Hüllt, Poblet; Fidel Gómez, Luna, R. Monroy, Martín y Navarro, mientras el Concepción lo hizo con: J. Sánchez; Donas, Hervás; M. Sánchez, Martín, Delgado; Crego, Cortés, Pérez, Costa y Noblejas. Al acabar, los de Puertollano marcharon en tren y en los andenes de la estación férrea había bastantes deportistas de Ciudad Real que fueron a despedirlos, “dándose al arrancar el convoy calurosos vivas a ambas sociedades y al noble juego del foot-ball”. Como curiosidad podemos decir que lo presenciaron muchos seminaristas por la cercanía del Seminario al campo, al que, por cierto, iba todo el que quería porque no tenía cerca. Por eso, decir que estuvo lleno es un tanto aventurado. Otra anécdota se produjo con Vidal, que intervino aunque no lo mencione la alineación: jugaba éste mucho con la puntera y se le rompieron las alpargatas, por lo que por ellas le asomaban los pies, que los tenía bastante negros. Al verlo, parte del público decía: «¡Mira, ése es minero, ése es minero!”.
Aunque
la provincia de Ciudad Real era todavía de las más atrasadas en el fútbol
porque apenas tenía implantación, su auge iba siendo cada vez mayor y,
especialmente, los periódicos se hacían eco de la importancia de que se creen
nuevas sociedades dedicadas a la práctica de estos “recreos físicos” a los que
se reconoce su valor moral para “arrancar a la juventud de lugares perniciosos,
o sencillamente del estúpido aburrimiento que tanto abunda en los jóvenes,
principio de la sórdida degeneración de la raza” (Vida Manchega, 13 de diciembre de 1922).
[1] Sáinz de Robles, F. Libro de Oro del Real Madrid 1902-1952. Editorial Ares. Madrid, 1952.
[2] Toro Montoro, Carlos. Caldera de pasiones. Ediciones Temas de Hoy. Madrid, 1996, 124. En este libro podemos ver un estudio muy interesante sobre la influencia que la regla del fuera de juego tuvo en la organización del fútbol y en el cambio de las tácticas.
[3] Un célebre portero de la posguerra, Juanito Acuña, comentaba: “Si no andabas con decisión, los delanteros te metían para dentro de la meta con balón y todo”. Recogido de Hermida, Xosé. Arsenio, el fútbol de El Brujo. El País/Aguilar. Madrid, 1995, 77.
[4] Cañizares Ruiz, María del Carmen. El proceso de urbanización de la ciudad de Puertollano. Diputación de Ciudad Real. Biblioteca de Autores Manchegos. Ciudad Real, 2001, 92. Sobre la crisis mencionada más abajo se pueden consultar en esta misma obra las páginas 103 a 106.
[5] Sobre esta importante Sociedad fundada el 8 de abril de 1894 son muy interesantes los artículos publicados en Lanza por Francisco Gascón Bueno el 6 de marzo de 1983 y el 11 y 19 de febrero de 1984.
[6] Kasama (San Martín, Carlos María). El Deportivo Manchego de ayer y de hoy. Editorial Calatrava. Ciudad Real, 1950, 7.