Manuel Valero.– Lo primero que he hecho al levantarme ha sido poner la televisión, consultar el móvil, leer la prensa digital y encender un cigarro. Uno que andaba domando el puto tabaco. Como para no aliviarse. Malos tiempos para la estética, la épica, la lírica y para dejar de fumar.
Curioso que los estancos estén abiertos en esta mala hora insalubre, pero uno lo agradece. No, no sale a la calle a diario para proveerse de cigarrillos. Pero he comprado un cartón, cosa que nunca antes había hecho. También he hablado por teléfono con un par de amigos y luego me he mirado en el espejo del baño, ojeroso (como siempre), despeinado. Y les confieso que ese desaliño personal no me ha resultado incómodo.
Pero al poco me he adecentado para espantar esa imagen de asedio desvalido que nos toma cuando permanecemos demasiado tiempo recluidos. He cumplido con el ritual de salir al balcón a contemplar la irrealidad de la calle. He visto unos cuantos paisanos en la hora de la compra. Distantes, silenciosos, enmascarados. ¿Qué demonios está pasando? ¿Qué habrá más allá de esta misteriosa enfermedad?
Como muchos de vosotros he leído el artículo de Juan Luis Cebrián. Y me he visto en la necesidad de encender otro cigarro. Me ha llamado la atención sobre todo la posibilidad de un virus de fábrica. No tanto el nuevo orden que surja de todo esto, ni el distópico mundo resultante bajo un único mando planetario que dice Marcelino Lastra. Pensar en la remota posibilidad de una propagación programada me sume en la desolación más absoluta. Eso no es asumible, no puede concebirse, va mucho más allá de lo comprensible.
El ser humano ha estado diezmándose desde los tiempos en que se puso de pie, fue consciente de sí mismo y no perdió un segundo en defender la charca contra sus congéneres de al lado. Y sin embargo, no era una charca individual. Pertenecía a la tribu, a la colectividad. Desde el origen, los hombres han guerreado contra otros desde la pertenencia a un grupo. Antes que el individuo de hoy, el hombre fue tribal. Con el tiempo, la guerra no desapareció del Planeta. La Tierra no ha conocido un solo minuto de paz universal. Vale. Pero ¿esto? No. No puede explicarse desde la política, la economía, la filosofía, o desde el juego de las hegemonías.
Es imposible aceptar que alguien lo haya provocado y ahora esté mirando desde la televisión el estrago viral. No. Porque entonces estaríamos frente al Mal. Literalmente. Interprétenlo en clave filosófica, espiritual o religiosa. Pero volvemos a la ecuación más elemental de todas, la no resuelta: el Bien contra el Mal. No en vano ha sido argumento de novelas, películas y ensayos. Y ahora… de esta realidad que parece doblarse ante nuestra percepción como si se licuara por horas. Y sin embargo es más verdad que la mujer que quería de Joan Manuel Serrat. Porque esa es otra. ¿Cuál es la verdad absoluta de esta terrible contingencia?
Más a pie de calle uno se entera de amigos que han enfermado. La impotencia personal ante este mundo coetáneo de ahora mismo es tal que uno se tiene que sacudir la ira. Desde la pura insignificancia de cada cual conviene no perder el autocontrol y seguir presos en las casas. Y morderse los labios hasta sangrar.
Todo está dislocado. La catarsis vecinal de las ocho de la tarde es lo que nos mantiene. Uno ya ha gritado desde el balcón: ¡¡Vamos!! ¡¡Un día menos!! ¡¡Con dos cojones!! Y ha silbado. Y ha oído la respuesta de algún vecino sin rostro. En ese aliento y alimento recíproco está la vitamina para que el ánimo se mantenga firme, como el junco, al socaire del viento, que vuelve a la horizontalidad cuando deja de soplar. Pero ese grito también es el aliviadero por donde se va toda la cólera, la rabia, el miedo contenido. No puede ser verdad que un Poder en la sombra sea al padre hijo de puta de todo esto. Me amarro a los versos de Miguel Hernández:
Soy una abierta ventana que escucha
por donde ver tenebrosa la vida
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que deja la sombra vencida
Sigamos, también como dejó dicho Samuel Becket en la novela El innombrable
“Hay que seguir, no puedo seguir, voy a seguir”.
Estos días, tenemos que dominar el miedo. Hacer lo que hay que hacer y seguir adelante. De eso se trata. Se agradecen estos artículos de ánimo y esperanza……
Y de tibieza con el régimen.
Ángel manuel,ya no te soporto más. Voy a pedir a los responsables de MICR que te bloqueen en mis comentarios. No por discrepante sino por pelmazo cósmico. También les voy a sugerir que lo hagan extensivo a todo el periódico. Lo suyo no es normal.
Yo tampoco le soporto.
Admita una crítica en su pedestal…de la tibieza.
Me dan igual las consecuencias.
He aprendido a asumirlas sin ocultarme en el anonimato.
MCR se juega su credibilidad.
No es indiferente a las subvenciones del gobierno regional.
Y yo eso lo entiendo, pero el pedestal y la tibieza no.
Lo suyo es tibieza.
Apocalipsis 3,16.
PLASTA, QUE ERES UN PLASTA.
Lo del tonto y la linde, eres tonto para veinte lindes. PLASTA.
Tonto, cretino , sinvergüenza y sin sentido del ridículo. Y es que no hay nada peor que un idiota con estudios. Claro que, creo recordar, que el pecado original procede de un director de este diario, Eusebio creo que se llama, que le contó que MCR era un digital en el que podría colaborar dejando sus cagadas. Te luciste, Eusebio.
Ya no tiene remedio el asunto. O sí: limitando el número de comentarios y su extensión, a él y a todo el mundo. O dejamos de entrar en este periódico. Yo, sintiéndolo mucho, empiezo a estar muy harto. No sé cómo los colaboradores, y me acuerdo ahora de la persecución implacable a que someten viernes tras viernes al bueno de Isidro Sánchez, publican aquí. Una cosa es discrepar y otra maltratar. Este tipo es una hidra que debió hacer gracia en su momento y ahora le crecen más y más cabezas.