Florentino López Montero.– Esta mañana, recluido en mi casa para evitar el virus cruel, he recibido la noticia de la muerte del camarada Pilar Sierra. Siempre había creído que sería eterno, su vitalidad y sus ganas de vivir me transmitían esa longevidad casi infinita cuando tenía la ocasión de saludarle y charlar con él.
He sido testigo de su vida como militante activo del PCE. En numerosas ocasiones he tenido la oportunidad de comprobar su grado de compromiso con los trabajadores, su dedicación para realizar con éxito las responsabilidades políticas asumidas y su esfuerzo permanente para hacer que su Partido fuera una referencia política imprescindible entre los ciudadanos.
Agustín Fernández Calvo, que compartió con él la ingente tarea de expandir el Partido por esta extensa provincia, me comentaba conmovido por la triste noticia su incansable afán por hacer llegar las ideas comunistas hasta los confines provinciales, después de una dura tarea jornada de trabajo.
No había horario, ni horas de descanso , nada que impidiera, en los albores del periodo democrático, que los primeros comunistas llevarán el mensaje del Partido a cada uno de los rincones de esta provincia. A él, a su esfuerzo, a su generosidad, a su trabajo le debe el partido la sede de la calle de las Cruces.
Su sueño se veía cumplido: la hoz y el martillo en la fachada de una casa a la vista de todos los ciudadanos que pasarán por esa calle. Atrás quedaron los tiempos de la semiclandestinidad que ocultaron la presencia del Partido detrás de la barra de un bar. Yo lo he visto pintar, poner ladrillos, hacer una ventana, poner luz… Trabajar para que el Partido tuviera una sede digna y lo consiguió con el mínimo coste posible y su máximo esfuerzo personal.
Como candidato en diversas elecciones siempre recurrí a él para solicitarle los fondos económicos indispensables para la campaña electoral. Era el guardián celoso del dinero del Partido que nunca estuvieron en mejores manos. Siempre tuvimos a nuestra disposición los recursos indispensables para que nuestro intento de convencer tuviera los medios imprescindibles.
Era un camarada indispensable en la vida orgánica del Partido. Siempre dispuesto a asumir las responsabilidades que le encomendaron. Sin él, sin su esfuerzo no hubiéramos tenido la fuente de financiación del Partido: la caseta de feria. Pilló un berrinche considerable cuando se enteró que un alcalde quiso prohibir su puesta en las ferias de Mayo y Septiembre.
Afortunadamente recapacitó y Pilar pudo dormir tranquilo cuando tuvo en sus manos el permiso para instalar la caseta. Allí subido en una escalera colocaba el toldo, ajustaba el mostrador, atornillaba las estanterías, enchufada la luz, canalizaba el agua, amontonaba las sillas… Y, hasta hoy, cocinaba las migas.
Se ha ido al lugar donde descansan los espíritus libres. Desde allí nos mira y nos anima a seguir luchando por unos ideales que jamás desaparecerán. Su recuerdo nos debe servir de aliciente para estar siempre al lado de los más desfavorecidos. Su ejemplo la luz que nos ilumine en estos tiempos oscuros y tenebrosos. Pilar nunca te olvidaré. Nunca te olvidaremos