De la envidia y otras declaraciones

Manuel Valero.– Antes de que aparecieran las redes, mucho antes, le oí decir a mi abuela que quien alardea alberga en el fondo un envidioso. Sea  por la sabiduría popular que se filtra por los poros de los años y de los siglos, o porque tal pecado capital  España nos ha dado una mala suerte de agujero antropológico, el caso es que tal falla moral es un cardumen inacabable en el que pescan las redes sociales.

Y como las redes sociales hoy son tan prontas como  improntas por el rastro que dejan,  suelen ser un coladero de vanidades. Más que los cinco minutos de gloria de Andy Warhol  son El canto a mi mismo de Walt Whitman pero en plan ripio.  Como herramienta, las redes también se han colado entre la clase política española por su cómodo soporte e instantaneidad comunicativa. Y como son inmediatas y tientan a escribir desde el arrebato, la euforia  y la vanidad tenemos un retablo variadísimo de especímenes y de disparates.

Evidentemente, la comunicación digital es una herramienta fabulosa para promocionar el trabajo de todo tipo y las obras de creación, sobre todo. Pero una cosa es la publicidad gratuita que te proporcionan las redes, y otra estar en ellas de manera compulsiva aligerando el ego nervioso e insaciable, lo malo que son los políticos que no son de nuestra cuerda ni han merecido nuestro voto, o restregando al mundo mundial lo que bien que le va a uno la vida. El alardeo.  

Pues bien, hilando con el principio y echando un vistazo a las redes te das cuenta de que la envidia borbotea tan rumorosa que hasta se la oye. Y la clase política no está exenta: ni del pecado capital España ni del manteo contra el adversario. Da la sensación que en España lo que mueve a los dirigentes políticos de medio pelo cuando están en la oposición es la envidia que sienten cuando son los adversarios quienes ocupan el poder. La cosa es mucho más pedestre y pasionbajera que la noble consecución del poder como un medio para hacer más feliz a la gente; más bien parece que el poder es un fin en sí mismo. Pero es que el círculo se cierra: quienes ganan lo restriegan vanidosamente a los que pierden que son a quienes envidiaban cuando éstos mandaban.

Pues bien, viene todo a propósito del sábado campero que pasó el Gobierno en los Quintos de Mora. Como lo hizo ayer Aznar, y anteayer González y más para acá Zapatero o Rajoy. La imagen distendida con atavío informal ya ha sido diseccionada por las redes sociales y puestos en la hoguera los frívolos y frívolas caraduras que se solazan con nuestro dinero. Es la prueba del algodón. Argumentar con la factura ya resulta tan demagógico que no merece la pena tenerlo en consideración porque Quintos es del Estado y de uso restringido, qué le vamos a hacer. Y ahí le duele. ¿A que cuando los vemos felices y contentos nos cruje el hato porque venderíamos el alma en el mercadillo por estar en su lugar?

Es cierto que este Gobierno está regalado de unos gramos de vanidad y de alguna ministra ligera de tweets que lo justifica porque no estaban de cañas sino trabajando, como si fueran los únicos que curran los sábados. Yo lo hacía y los cobraba, por supuesto. Pero sospecho que la crítica no se sustenta en una frugalidad moral sino en un pecado feísimo. Lo mismo les pasará a los disidentes de IU-Podemos cuando vean a los suyos, –Iglesias, Montero y Garzón– en el machito, con mando en plaza y de excursión (de trabajo) en un fincón del Estado. Y lo mismo les pasa a los contendientes en la refriega electoral y más allá. Estoy seguro que ahora Pilar Zamora como antes Rosa Romero levantaban más de una roncha por estar donde están. Entre las filas de un mismo partido y a la hora de las listas ya ni te cuento, aquello debe ser Troya.

La política declarativa es otra muestra de lo inocua que son las palabras y a veces lo graciosamente contradictorias con tal de liberar la envidieja . El otro día, el dirigente popular Francisco Cañizares exigía al presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page que se dedicara a gobernar la región decadente por sus políticas “demagógicas e irresponsables”. Imaginemos que efectivamente Page es un demagogo y un irresponsable y por consejo de su adversario político se mete de lleno en la gobernación y se deja de vainas. ¿Qué ocurriría? En pura lógica (la lógica política no tiene nada que ver con la lógica de las cosas), Page ganaría las elecciones porque ha gobernado bien merced a un consejo de Cañizares lo cual no creo que fuera merecedor del aplauso de su partido. ¿No daría la decadencia socialista los votos a mansalva al PP? Pues, coño, dejadlo. Salvo que el PP no diga toda la verdad.

José Manuel Bolaños, secretario de Organización del PSOE de Ciudad Real, hizo otras declaraciones en la que acusaba a Rosa Romero y Francisco Cañizares de despreciar las políticas que mejoran la vida de los ciudadanos. Hombre, si somos normales, no es posible admitir que un partido se dedique a chinchar al pobre contribuyente si quiera por la propia supervivencia. Si así fuera, tanto Bolaños como el PSOE estarían encantados porque eso le llenaría la saca de votos. Salvo que el PSOE no diga toda la verdad.

Más parece que en muchos casos, la política en España, y en la región, y en todas partes, la política se entiende como una pasarela glamurosa de focos y egos. Con lo dura que tiene  que ser la gobernación (más la oposición, claro). Pero algo tendrá el agua cuando la bendicen. El que suscribe ha sido testigo en muchas campañas electorales de comportamientos muy ilustrativos, y con los años, ahora que aparece juvenil y alegrote el  Gobernón (por lo copioso) de Sánchez, se me ha venido a la cabeza lo que me dijo mi abuela. ¿Qué es sino lo que sentimos al ver al presidente en pantalón vaquero, joven, de buen ver con las manos en los bolsillos capitaneando la tropa en el idílico paraje de Quintos de Mora? Put… pura envidia. Y que va a arruinar España, pero después.