Puertollano: Tocando el cielo con “las manos” (Reflexiones de un actor que no lo es)

Javier Márquez.– El abismo de debutar como intérprete y asomarse a un inmenso auditorio colmado de público en el que desde más de dos horas antes de abrir las puertas la gente hacía cola para entrar a ver el estreno de una obra de un grupo de teatro que, a la vez, también se estrenaba, me hizo verme inmerso, como en el mito literario del Fausto de Goethe, en un mundo de magia presto para iniciar un nuevo ciclo de aventuras y objetivos en este viaje en el tiempo y en el espacio que proporciona el hechizo del teatro.

La angustia desde detrás del telón aún cerrado que preludia al grito silencioso e imponente del patio de butacas, que de forma inminente se unirá a las acusadoras lucernarias como un universo lleno de estrellas que me cegará en cuanto se deslice sobre los rieles, y todo con la sensación de que el mundo entero por un instante estará allí dentro, mirándome a los ojos.

Se dice que los ideales más altos de la inteligencia humana son la creatividad y el amor, así que, con estos dos productos como ingredientes principales hemos estado cocinando a base de ensayos esta magnífica obra desde hace un año a la que en apenas las últimas semanas hemos añadido una humilde campaña viral de ínfimo coste, solo alimentada por la ilusión, la pasión y más creatividad de un grupo de cuerdos que nunca dejaron de estar locos y que jamás bajaron las manos a pesar de las dificultades, los tropiezos y los peligros del camino que acechan detrás de cualquier curva y que supimos sortear; como digo, una campaña “low cost”, pero muy efectiva en la que demostramos que cuando hay talento e implicación, se puede vencer contra la apatía y el desánimo.

Y qué mejor manera que defenderse de pesimismos que a través de la cultura en este planeta peculiar llamado Puertollano donde las manos de nuestros padres y abuelos encallecidas de arrancar el carbón a la tierra se convirtieron en manos en las que cuatro dedos señalan los puntos cardinales por donde andan inmigrados muchos de nuestros paisanos y el otro dedo señalaba directamente al centro del corazón de la cultura puertollanera y de tantos creadores que nos precedieron y con los que estamos en deuda por mostrarnos el camino.

Una ciudad llena de manos, manos como símbolos, manos como revelaciones que se convirtieron en celestiales caricias, manos mostradas al frente con las que nos empujasteis vertiginosamente al Olimpo de los dioses. Las generalizadas lágrimas de emoción que se pusieron de manifiesto tras el último ensayo general de la mañana del estreno y en el que todos abrazados en un corro, cuál equipo de fútbol que acaba de marcar el gol de la victoria en la final del Mundial, botando en el escenario, nos pusimos a gritar: ¿Dónde tenéis las manos?, ¿Dónde tenéis las manos?, ¿Dónde tenéis las manos?…; ese gesto me hizo recordar que si vamos todos de la mano, a lo mejor avanzamos más lento pero es seguro que llegaremos más lejos y me refrendó mi pálpito de que íbamos a triunfar.

No voy a nombrar aquí a ninguno de mis compañeros ni de los magníficos colaboradores que han hecho posible este milagro. Todos, ellos y vosotros lectores, saben y sabéis quienes son los genios que me acompañan en este viaje; están en los carteles, en las fotos, en los vídeos, han venido a mis programas de Tv y radio, los he nombrado gustosa y orgullosamente con profusión en las entrevistas y en los artículos.

A partir de ahora sus nombres y su presencia estarán para siempre en mi mente, no como simples compañeros de obra, sino como amigos. Sí, para siempre. A veces, por ventura, el mérito y la fortuna se entralazan, y por eso este proyecto tendrá continuidad en el tiempo, porque así lo ha marcado nuestra determinación y el destino de que al final se unieran ese día en el que se terminó de escribir esta magna obra y el día en que treinta años después tuve la suerte de poner mi granito de arena para ayudar a resucitarla en directo desde mi programa y sacarla de ese cajón en el que dormía un sueño dilatado e injusto.

Ahora me siento como el príncipe que dio el beso a la bella Blancanieves y levantó el somnoliento encantamiento de la manzana envenenada. Como bien sabéis, la lucha contra la conformidad, el ejercicio de la curiosidad, el que el pensamiento no debe tomar asiento, porque el pensamiento es siempre estar siempre de paso, son mis fuerzas motrices.

En definitiva, una noche mítica para la historia de Puertollano. Ahí la dejamos. Gracias por disfrutarla y compartirla con nosotros y por el emotivo y apoteósico saludo final en el que sonó mi canción, basada en la propia obra de teatro y arreglada por mis compañeros de banda, que me recordó la célebre Tout Finit Pet Des Chansons (Todo acaba en canciones). Y es que a todos nos pasa que tenemos la sensación de alguna vez haber sido más; y nosotros, gracias a todos, el viernes, al menos por un instante mágico, fuimos más.

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