Baja la cuesta dando pequeños saltos. No tiene un objetivo concreto. La gente que se cruza con él no sabe que se ha librado de un golpe certero. Al contrario de lo que que él lidia cada día, no discrimina.
Quizás porque sabe el dolor del rechazo. No escoge por el color de pelo, por la altura o por la vestimenta. Es el azar. El sino de cruzarte en su camino. Interrumpe la marcha de los que van en dirección contraria a él. Se planta delante de ellos y dispara con el arma que lleva sujeta por el mango con las dos manos. ¡Pum!
Lo que pasa después solo está en mano del mártir elegido aleatoriamente. Las reacciones son dispares: a veces, gritan; otras, se asustan; pocos se enfadan; las que más, sonríen… Porque la confusa invasión les permite concienciarse de lo que ven. Puede que ese día les horrorice o les entristezca. Puede que ese día les estimule y les reconforte. Él no sabe el alcance de sus enfrentamientos ni las repercusiones que puede tener a lo largo del día.
¡Pum! No tienes más remedio que mirar. Sonreír si te gusta lo que ves. Enfurruñarte si ves que has perdido brillo en la mirada. Y prometerte subir más las comisuras de los labios si ves que están para abajo. Porque has recibido el reflejo del espejo mágico, que él lleva tan ufano agarrado con las dos manos mientras baja la cuesta a saltos, el que te muestra de golpe tu rostro, a veces, cansado, otras, exultante. Él no repara en el bien que hace. Solo dispara. En silencio, te muestra a ti, sin prepararte, sin atusarte el pelo ni darte un poco colorete. Y se va.
Entonces, sigues subiendo la cuesta con la elección en tu mano: si te gusta lo que se ve o crees que puedes mejorarlo. Permanece el resto de la mañana la sonrisa deliciosa de reconocerte, de comprobar que sigues siendo tú. Solo un espejo sujeto con dos manos y un acertado disparo hacen que merezca la pena. Cada día.
#Microrrelatos
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Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira
Muy interesante. Los seres humanos carecemos de buenos espejos……
¡Gracias, Charles!