Escribía en estas páginas, el pasado día 23, Manuel Valero en su sección Una cosa más, su alegato numérico en defensa del año que viene, que ya sabemos de sobra que se llamará 2020. Y que estará lleno de sobresaltos de todo tipo, en la medida en que a ciertas edades todo son ya sobresaltos. Un 2020 que gusta por ser año olímpico y preocupa por otras posibilidades, no entrevistas aún, desde los pretiles de diciembre de 2019.
Un 2020 casi enclave cantable o cinematográfica, que todo se andará, cantará y filmará, y lo iremos viendo. Un 2020,o en clave sajona 20-20, que me recuerda en su escueta brevedad al lejano número de teléfono de cuatro dígitos de los años cincuenta de la casa de mis padres en la calle de Calatrava, que era 20-21. Luego ese número abreviado, creció y se estiró como todos nosotros crecimos, hasta llegar a otro número, primero de seis dígitos (21-20-21) y más tarde de nueve (926-21-20-21). Pura contabilidad vital, puro progreso de las comunicaciones. Hoy creo que nadie puede hacer cábalas y palíndromos numerales con el número de su móvil. Misión imposible.
Desde esta perspectiva de interrogar a los números venideros, para ver que llevan dentro, como hacían los augures romanos con las vísceras de las aves, se inscribe el relato valeriano; tratando de encontrar un cabo suelo en el candelario, un desliz balsámico o una balsa de troncos maderables, que nos permita flotar en la embestida cierta de las aguas crecidas. Por ello para algunos, Valero mediante, 2020 enamora o produce confianza quieta desde la arquitectura de su grafía y desde cierta simbología elemental.
Año que tiene rumbo favorable y marcha ventajosa, a su juicio crítico. Por ello nos advertía: “Pero 2020 es mucho año. Se lee tan limpio que no parece esconder ninguna celada dramática como otros años que siempre se les recuerda por su tragedia global: 2001, los atentados de Nueva York (el año de la Odisea en el espacio) o el 2004, los atentados de Madrid. El devenir es azaroso, imprevisible y aun no se ha inventado un algoritmo adivinatorio”.
Las bondades entrevistas al año 2020 nacen de su repetición numérica, figura de repetición que la conectaría con las literarias de la Anáfora, el Quiasmo, el Equívoco y el Retruécano. Estaría por ver las series numéricas recorridas de repeticiones: 1111, 1212, 1313, 1414 o 1515. Aunque ese vértigo de los números en un espejo inverso ya lo sentimos en 2002. Que este si era un perfecto ejemplo de palíndromo numeral. Aunque no siempre el número ordenado y ajustado que cautiva en su equilibrio visual sea un buen designio de lo que lleva dentro. Otras veces la espera anhelada acaba explotando en nuestras propias narices con sorpresa añadida de contabilidad perversa. Como ocurriera en el pasado en otro año destacable como fuera el 1111, con la Guerra Civil en Galicia; con el 1616 y la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare; con 1919 y la fundación en Italia del Partido del Fascio por parte de Mussolini. Se me objetará que, pese al quebranto de esos años, también rodaron acontecimientos favorables, como ocurriera en el último de los citados y la fundación en Weimar de la Bauhaus.
Aunque el fondo de la cuestión de los números interrogados haya que residenciarlo con justicia, en lo establecido por Enrique Vila Matas en su libro de 1997, Para acabar con los números redondos. Donde el escritor catalán pretende practicar cierta venganza de numerales y ordinales, en pro de la justicia distributiva del orden numérico. Cierta sospecha de esos, denominados con rotundidad, como números redondos, nos ponen en alerta sobre la falsa magnanimidad de la aritmética oculta y del capillismo ocultista- numerológico,que santifica numerales como si fueran santos en procesión laica.
Aunque Vila Matas señalaba como culpables a los números redondos, ya queson responsables de una memoria viciada y viciosa, que emparenta con las fechas grabadas por dentro de los anillos matrimoniales y con cientos de documentos administrativos de prosa grisácea y peliaguda. En la medida en que esos números redondos no dejan de ser sino eso, el computo del siglo, del quinquenio, de la octava, del trienio y del lustro. Y por ello, una suerte de visualización del paso imparable del tiempo. Por ello frente a la hermosa rotundidad del 50, del 100, del 2000 o del 8000, prefiere la transversalidad del 71, la oblicuidad de 1339 o la catalanidad del 155.
Otra cosa, dentro de este universo adivinatorio y adventicio, será interrogarnos por la numeración ostentosa que nos proponen las marcas comerciales. No diré ya la obviedad de los modelos de automóviles: todos dispuestos para ingresar en clase de aritmética. Existe otra vena numeral indescifrable de licores y perfumes que se señalan con el grupo numeral de varios dígitos. Así desde el viejuno Licor 43, hasta el Brandy 501 o el equivalente 103, el agua de colonia alemana 4711 y el Chanel 5, con el que se acostaba Marilyn Monroe por toda compañía, componen un reguero señalado y obviamente numerado.
Pues eso, pese a todo atención con los números como si fueran límites de velocidad.
Periferia sentimental
José Rivero
Amén
Va por ti y por los números.
Una extravagante mancia llamada ‘Gematría’……