2020

Manuel  Valero.- 2020. Parece un guarismo de ciencia ficción. Como lo parecía, al menos yo tenía esa sensación, 2001 Una odisea en el espacio, cuando vi la película en los sesenta, y como lo tuvo 1984 cuando leí la novela en el calabozo durante el servicio militar.

Otro año magnético desde la clave del esoterismo de masas fue el de 2012, porque según los incas esa era la fecha indicada por las tripas de los sacrificados a la serpiente emplumada, en que todo volvería a la destrucción primigenia, aunque el Apocalipsis cristiano adelantara tan descomunal evento pero a su modo y sin año concreto ya que el 666 no es una fecha sino la identificación con la Bestia mayor. Como el carnet de identidad del Maligno.

El año 2000 también tenía un significado de futuro lejano. En la pandilla jugábamos a calcular los años que tendríamos acabado el segundo milenio y comenzado otro: 42, 37, 38 años, según nuestra fecha de nacimiento. Como veíamos Los supersónicos, una serie de dibujos de la Hanna Barbera Cartoon, pensábamos que llegado el dos con los tres ceros, la ciudad se parecería un poco a la de los personajes animados.

Otra canción que poníamos en los guateques que hacíamos en mi casa se titulaba In the year 2525, de dos chicos que se llamaban Zager y Evans, y como nos quedaba tan lejos obviábamos las cuentas y nos concentrábamos en el florecer de nuestra primavera adolescente. Luego, cuando con el paso de los años alcanzamos el mítico 2000 quienes tuvimos la suerte de llegar hasta ese mojón en la línea de nuestro tiempo personal, yo ya andaba por Lanza contando cosas y expectante ante  la posibilidad de que los ordenadores se volvieran todos los locos y la enredadera cibernética nos regresara a la época medieval. A mí, que siempre tuve unos cuantos pájaros en la cabeza, y ahí siguen, me divertía esa posibilidad porque me dedicaría a componer glosas e ir de balcón en balcón cantando a las damiselas.

Sobre los años hay otro guarismo del que me acuerdo como si fuera ayer: 1212. Me explico. Cuando estudiaba Historia se me daba bien interpretar el contexto histórico pero retenía mal las fechas. Así que como el año de la batalla de las Navas de Tolosa era tan facilito se me quedó grabado sin esfuerzo. Ya en el Bachillerato Superior, tuve una examen de una asignatura optativa que elegí porque me gustaba la definición: Geografía Humana. Pues bien, aprobé con un 7,5. La profe me explicó la nota: No has dado una fecha en el clavo pero lo has escrito tan bien…  La del descubrimiento de América-1492– es que había que sabérsela sí o sí.

Pues bien, haciendo un arqueo de las fechas citadas una me sigue pareciendo tan inquietante como en 1977 cuando la leí: 1984 La distopía asfixiante de George Orwell: Los pueblos son, paradójicamente, menos libres, la tecnología hurga hasta las fronteras de la intimidad, la globalización parece estar manejada por un sanedrín en la sombra, tenemos teléfonos a los que hablamos y escriben lo que hablamos en un mensaje,  hay una neolengua de lo políticamente correcto y la televisión ha llegado a tal extremo de vacuidad y de mierda que es mucho peor que el  Gran Hermano de la realidad distópica orweliana. Un programa infame donde vividores sin nada que aportar a la sociedad exponen su vida estrafalaria y vacua a cambio de dinero mucho dinero, se llama como el personaje protagonista de la novela junto a Winston Smith.

Pero a mí, el 2020 me sugiere un año luminoso, abierto, amable, de fácil retención, armónico, esférico. La cadencia de la repetición inspira serenidad y equilibrio. Y eso que el mundo anda tan jodido como nunca antes con el debate planetario del Clima Cambiante encima de la mesa de todo el mundo, expertos e inexpertos. Ccomo vitamina ideológica para unos, como la mayor fake de todos los tiempos, para otros. Aunque todos coincidan en que efectivamente el cambio climático es una realidad inapelable, hay quien lo achaca a la variación de los polos magnéticos de la Tierra y a la actividad solar, y otros a la mierda que echamos a la tierra, al mar y al aire por el afán enloquecido del progreso y en consumo.

Vale. Pero 2020 es mucho año. Se lee tan limpio que no parece esconder ninguna celada dramática como otros años que siempre se les recuerda por su tragedia global: 2001, los atentados de Nueva York (el año de la Odisea en el espacio) o el 2004, los atentados de Madrid. El devenir es azaroso, imprevisible y aun no se ha inventado un algoritmo adivinatorio. Por eso ahora que el 2020 está a las puertas me recreo en leer el número, otra vez, con las decenas separadas, 20-20, de una sola tacada 2020, o con cada número individualizado, 2-0-2-0. Y me parece un número simpático y esperanzador. Aunque en realidad los años y fechas auténticos son los que cada cual anota en su agenda personal como determinantes en su peregrinaje por la vida.

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo, 2020. Repito 2020. Y no me canso.      

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