Corría el año de 1.698. Llegaba a Madrid un nuevo embajador francés. Su “buen” hacer diplomático cambiaría el destino del Imperio Español, cuyas consecuencias siguen vigentes en nuestros días.
Luis XIV llevaba lustros intrigando en las cortes europeas, incluyendo la de Madrid, para repartirse la Monarquía Hispánica y que su trono fuera ocupado por un miembro de la dinastía borbónica si Carlos II moría sin descendencia.
La casa de Borbón había llevado a su país a una deuda pública endémica. El lujo, el boato y la proliferación de obras de arte procuraban una idea muy distinta a la desastrosa situación económica real. Posiblemente muy pocos sepan que el oropel desmedido fue una estrategia de estado destinada a convencer al resto de Europa que Francia era una potencia boyante y esplendorosa. Justo es reconocer el éxito alcanzado, tanto con sus contemporáneos como en el posterior juicio de la historia, a pesar de que las bancarrotas crónicas acabarían siendo una de las causas de la Revolución Francesa.
La mentira siempre ha sido el arma más eficaz de propaganda y Luis XIV fue un gran propagandista. No sería la primera vez que España la padeciera; ya había sucedido con Guillermo de Orange o Lutero; volvería a serlo con Francia, y no sería la última.
Luis XIV se volcó en que su nieto, Felipe de Anjou, fuera el futuro rey de un imperio envidiado y codiciado por todos. Esa fue la misión encomendada al marqués de Hartcourt, el nuevo embajador.
Por esas fechas, la posibilidad de que un francés pudiera suceder a Carlos II era nula. No existía en la corte española ningún partido defensor de dicha candidatura a pesar de los reiterados intentos.
Sin embargo, el nuevo embajador lo conseguiría en un tiempo inverosímil.
Siguiendo a Roca Barea, y a su último libro, Fracasología, podemos afirmar que investigaciones recientes han sacado a la luz a un Carlos II desconocido, injustamente tratado.
Luis XIV manipuló la delicada salud del monarca español para lanzar sobre él toda clase de infundios. El apodo de “El hechizado” fue obra del autoproclamado rey Sol.
El que sería el último de los Austrias tuvo una recidiva que apenas duró unos días. A alguien se le ocurrió recurrir a un exorcista extranjero. Al enterarse, el Gran Inquisidor se presentó en palacio de donde lo echó con cajas destempladas, puso nuevamente al rey en manos de sus médicos y se recuperó. Eso fue todo; lo suficiente para que la propaganda francesa lo motejara para el resto con un sarcasmo tan inhumano como inmerecido.
La geopolítica era, es, y seguirá siendo así: Despiadada.
La reacción del Gran Inquisidor fue coherente con la racionalidad de la que hizo gala el Santo Oficio español durante su existencia.
En contra de lo que se enseña, todo indica que Carlos II fue un buen rey. Consciente de su salud endeble, supo rodearse de Ministros de gran talla que consiguieron acabar con el problema de la inflación, al punto de que a su muerte dejó una Hacienda saneada, con superávit, algo que sorprendería a Felipe de Anjou y a su séquito, acostumbrados al déficit crónico de su país natal.
Este solo hecho debería ser suficiente para que los responsables de la proeza fueran estudiados y ocuparan un lugar destacado en los libros de economía. Sin embargo, fueron silenciados sin excepción; ¿su delito?: oponerse a las intenciones de Luis XIV. Los partidarios de la causa austracista fueron expulsados de la historia. Por extensión, una vez entronado el niño Felipe V, la nueva dinastía se puso a la tarea de afianzar su legitimación, y la mejor forma de hacerlo fue deslegitimando a la anterior: Comenzó a pintarse de oscuro la parte más brillante del reinado de los Austrias.
Volviendo al embajador francés, D´Hartcourt. Una de sus jugadas maestras fue ganarse al cardenal primado de España, Portocarrero, a la sazón, Consejero de Estado. De esta manera, tuvo acceso a información privilegiada y secreta. Por ese entonces, el designado a ser el heredero de Carlos II, el joven infante José Fernando de Baviera, murió en circunstancias extrañas.
La opinión general en las cortes europeas fue que detrás de aquella muerte se encontraba el rey de Francia.
Las maniobras del nuevo embajador fueron certeras, expeditivas, y el comportamiento de Portocarrero, difícil de entender. España y Francia habían sido tradicionalmente enemigas, y este poderosísimo personaje, que contaba con la absoluta confianza de su rey, optó por ponerse al servicio, no de una potencia extranjera sin más, sino de un enemigo histórico, a quien acabaría entregando el trono del Imperio.
¿Por qué actuaría así aquel hombre poderoso? ¿Qué le llevaría a traicionar a su rey, a su gobierno, a todo el Imperio?
Las herramientas utilizadas por D´Hartcourt fueron dos: el soborno y la propaganda; y las herramientas de esta última, la mentira y la agitación popular. Nada ha cambiado desde entonces.
En 1.699, se organizó en Madrid el conocido Motín de los Gatos. La historia preponderante, digamos que oficialista, escrita al dictado de los intereses de la recién llegada dinastía, divulgaría que se debió a una nueva subida de los precios ¿No recuerdan estas razones a las esgrimidas en las revueltas de hoy en día?
La versión tradicional no acaba de encajar con lo que actualmente sabemos: que los ministros de Carlos II consiguieron varias deflaciones durante su reinado y que, a su muerte, las cuentas del reino estaban saneadas.
Ya Castelar advirtiera que el famoso motín habría sido manejado por una mano negra ¿El objetivo?: provocar la caída del equipo de gobierno partidario de la alternativa austracista y facilitar el ascenso de los seguidores de la opción borbónica.
Han tenido que pasar tres siglos para que tales hechos y sus explicaciones se hayan ordenado, sistematizado y puestos a disposición de quienes deseen conocerlos. Es cierto que muchos de los acontecimientos eran ya sabidos, pero su dispersión y atomización hacían muy difícil una interpretación integradora del conjunto.
El cambio de dinastía supuso la paulatina demolición de la idea histórica del Imperio y del ejercicio del poder. La consecuencia principal fue que la gente común empezó a no reconocerse en las nuevas élites; a verlas como algo ajeno y, por consiguiente, a distanciarse de ellas. Las élites reaccionaron tachando de ignorantes y supersticiosos a quienes los señalaban.
El pueblo acabaría por calificarlas de afrancesadas; término siempre despectivo y un tanto irónico, cuando no, meramente humorístico; no hay más que recordar las coplillas y el “recochineo”, a la vez que dignidad y elegancia popular que se desprenden de ellas. Jamás las élites alcanzaron la sutileza creativa del pueblo llano. Únicamente acertaron a insultarlo y a calumniarlo, salvo honrosas excepciones. Mal asunto.
La geopolítica de entonces hizo que Luis XIV negociara, principalmente, con Inglaterra y las Provincias Unidas, el troceamiento y reparto de la Monarquía Hispánica en dos tratados llamados de Partición.
La misma geopolítica motivó que el rey “Sol” enviara a un nuevo embajador a España para colocar a su nieto en su trono sin importar los medios empleados. En el ínterin, un joven príncipe perdió la vida prematuramente, el equipo de gobierno del rey fue apartado al hacerle responsable del amotinamiento popular, y sustituido por otro favorable al partido francés.
Las artes de la geopolítica consiguieron que Portocarrero, exvirrey de Sicilia, Consejero de Estado, primado de España; nombrado gobernador del Imperio por el propio Carlos II para que lo sucediera transitoriamente a su muerte, con las mismas atribuciones que el mismo rey, entregara aquella colosal unidad política a uno de sus enemigos.
Hoy, tres siglos después, es igual que entonces. La geopolítica ha decidido fragmentar España y, ojo, a otros países hispanoamericanos nacidos de la 1ª fragmentación. Como todo hecho político necesita de un discurso legitimador, a ese discurso se lo llamó entonces independencias.
Desconocemos quiénes interpretan hoy el papel de Luis XIV y su hábil embajador, así como el de Inglaterra y las Provincias Unidas en aquellos Tratados de Partición. Quiénes fueron las manos negras que, hoy como entonces, acabaron con la vida de personas claves que obstaculizaban intereses espurios. Finalmente, quién o quiénes ejercen de Portocarrero. Recordemos que después del rey llegó a ser el personaje más poderoso del reino. Esperemos que no tengan que pasar otros tres siglos para desenmascarar a unos villanos tan huidizos como ciertos.
Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz
Me ha encantado tu artículo Marcelino.
Cuando estudié en su momento ese período histórico saqué una crítica parecida a la tuya. Aquello parecía una usurpación dinástica a favor de nuestro tradicional rival político europeo, Francia.
Ahora ya no estoy tan seguro. Aunque sigo pensando que Francia siempre ha querido manejar hilos en la política española. Hace poco Macron se entrometió en ella.
Francia era la potencia pujante, el imperio estaba muy debilitado porque el Estado estaba demasiado descentralizado.
La política francesa en aquel momento reforzaba extraordinariamente al Estado (que era el mismo Rey, de ahí la monarquía absoluta).
Quizás la elección del francés en aquel momento no era tan errónea.
Gracias al Francés, el Estado español se fortaleció y se centralizó, y gracias al Francés (Napoleón) y su invasión en 1808, despertó la Nación española.
Pero España debe hacer su propio camino.
Sabes que Gustavo Bueno hablaba del fenómeno integrador del Imperio español y su natural vocación expansionista.
Y en eso creo que tenía razón como Ortega, o salimos «a comernos el mundo» como Nadal, o encerrados y acomplejados nos «matamos unos a otros».
Esa es la gran cuestión.
El 11 M progresa adecuadamente. El problema gordo vendrá cuando se vuelva la tortilla. Ya ha empezado el proceso. Entonces, todos los que hoy acometen el desmantelamiento institucional del pais aliados en débiles mayorías parlamentarias comenzarán a llamar fascistas y antidemócratas a los que se oponen democráticamente y con la razón moral e histórica a sus objetivos. Aparecerán de pronto millones de fascistas y criminales por toda España que votarán en contra de la destrucción de España y de los derechos fundamentales que costó conseguir una guerra civil y cuarenta años de dictadura. Y mientras nos salvan del fascismo fabulado por la propaganga, implantarán su dictadura con la bendición de la Iglesia Católica y su X en la declaración de la renta.
Disculpa molestarte, hablando de salud y sin meterme en temas políticos, estoy bastante fastidiado física y mentalmente y aunque lo primero es ir a un medico se que tienes conocimientos y consejos particulares sobre el proceso de sanación y pensé que tendrías tiempo para dedicar algún articulo sobre este asunto de alguna de tus experiencias, por cierto yo también las he tenido. saludos
Una mano-dicen- que siempre mueve los hilos…..