Un país de chiste

De las antiguas coplas de la música popular, me sorprende que se pueda narrar en tan pocas líneas un acontecimiento completo, sin aristas:

Cuando la vi llorando yo creí,

creía volverme loco.

Pero después me enteré

que ella lloraba por otro,

y entonces fui yo quien lloré.

Algo parecido pasa con el humor popular.El humor, y sus maneras, forma parte de la cultura de los pueblos. Sin embargo, me resulta curioso que, cuando tenemos que definir rasgos antropológicos de nuestro país, haya tan poco espacio dedicado a la literatura o las situaciones que nos divierten o nos hacen reír.Nos parece todo tan normal, que no le damos la más mínima importancia. Seguramente en unos lugares más que en otros, como en todo, la risa o la sonrisa sean más frecuentes entre sus gentes. Por ejemplo, en Andalucía se alardea de la gracia que surge espontáneamente, frente a la austeridad del Norte castellano. Pero en un mundo globalizado, el humor está ya por todas partes. Y raro es el día que no nos llega un mensaje con algún chiste: Twitter está lleno.

La gracia de los chistes no está solo en la ocurrencia, sino en quién y cómo los cuenta. Hay auténticos artistas en estirar y estirar una historia hasta llegar a su final; pero también tiene su gracia todo lo contrario, la concisión, que arraiga con esa tradición del saber popular:

• Llama al ascensor.
• ¡Ascensor, ascensor…!
• Gritando no, con el botón.
• (agarrándose el botón de la camisa) ¡Ascensor, ascensor…!

La risa es un reflejo de la inteligencia – diversa – de la especie humana. Había un “dicho popular” que decía que “los sabios también piensan tonterías, pero no las dicen en voz alta”. Y otro, que “no es lo mismo tener gracia que ser gracioso”. Efectivamente, ser gracioso implica ser ocurrente, encontrar gracia en los juegos de palabras; no necesariamente saber muchos chistes, sino apelar a la inteligencia.

En general, nos gusta la risa, nos provoca una sensación agradable y saludable. Pero no todo ha de ser divertido.En la vida se nos presentan situaciones muy variopintas, y por eso las formas de expresión artísticas (sean musicales, literarias o plásticas) nos pueden provocan distintas sensaciones, y no por ello obtener menos disfrute. Por eso, lo que es serio, ha de seguir siendo serio. Pretender que todo sea divertido (el aprendizaje, las relaciones humanas, la competición, la alimentación, el ocio, …) es una forma de entender la vida propia de bobos. Los niños no entienden qué placer encuentran los mayores cuando se reúnen a hablar, en vez de jugar … Pues eso, es de adultos idiotas simplificar las cosas vida de manerainfantil. ¡Aunque, ojo!: es menester no confundir la seriedad con la ausencia de bonhomía. Una actitud empática, sonriente, es un buen punto de partida para las resoluciones de conflictos.

El problema viene cuando en un país como el nuestro le sacamos chiste a todo, absolutamente a toda clase de desgracias o problemas. Ciertamente, es lícito decir tonterías, y no callárselas como el “sabio”; tan lícito como criticar este comportamiento. En el fondo, a menudo, detrás de poner chistes a un problema hay una banalización del problema. Como si esa fuese la solución de más éxito. Es más fácil el final feliz y rápido, el pensar que las cosas con humor son más llevaderas, que afrontar las cuestiones con la seriedad requerida. Para eso, hace falta cierta madurez, y tampoco creo que se pueda confundir vejez con madurez. Dicho de otro modo, la sociedad española es una sociedad envejecida, pero no madura. La madurez requiere aprendizaje, y el aprendizaje requiere compromiso y actitud. Cuando al final, tantísima gente del país se toma todo a risa, nos convertimos en un país de chiste (o de pandereta).

Pares y nones
Antonio Fernández Reymonde