Manuel Valero.– Hay que reconocerle a Miguel Angel Lillo en su primera incursión en la narración larga, trabajosa y agotadora que ha conseguido lo que un lector -y sobre todo un autor- quiere: que la historia subyugue hasta el final, que lo clave en el asiento así sea playero, o casero o plaza del pueblo, y lo sumerja en Najma que además de un poblado donde la gente vive con dignidad y sobre todo con dignidad autóctona merced a la organización –la banda de las flores– de Héctor, es un torrente de acción que estructura de la novela con la firmeza y los puntos de clímax de cualquier serie televisiva.
Desde el punto de vista moral no deja de sorprender que la solidaridad de Héctor y compañía aúne arte con ayuda humanitaria aunque entre ambos reflejos del espejo haya una, digamos, irregular actividad, de algún modo delictiva: robar cuadros de los mejores museos del mundo, colocarlos en el mercado negro del arte y con el dinero recaudado destinarlo a otros seres humanos del mismo color que el mercado, para aliviar un poco la depauperada imagen de un mundo profundamente desequilibrado en derechos humanos y esquilmación del barrio pobre por antonomasia que es el continente africano, en unos tiempos en que el pálpito constante de los medios nos da el parte diario de los actuales movimientos migratorios, las guerras locales, la necesidad y la hambruna. La organización de Héctor, Frank, Claus y demás familia, no tiene una estructura, un reglamento, unos estatutos al uso, no. Sencillamente recauda el dinero necesario de sus operaciones artísticas para llevar pedazos de paraíso, un pedazo de tarta celestial a un lugar infernal.
La historia consigue concentrar al lector hasta la última página y como el poli Alañón de la vieja escuela en un mundo de hackers, de intrigas internacionales, de terrorismo, de paraísos fiscales, llega a perdonar y a comprender (y a destruir pruebas) la poco ortodoxa forma de financiación de la ong y lo lleva de la mano hasta la resolución final que comienza de algún modo con el accidentado robo del cuadro El Grito de Munch y la aparición del poli Alañón y su colega de la Interpol, Smith.
Miguel Angel Lillo ha logrado trazar un verdadero laberinto en cuyo seno aguarda un insólito crisol político, social, artístico, solidario, policial donde residen también un buen cupo de personajes secundarios. Todo un retablo para detectar y descubrir el modus operandi de una ong que sustrae cuadros referentes de la pintura mundial y los coloca en las altas esferas de tapadillo como al magnate ruso Yuri Vorobiov, dueño de un emporio mediático (otro poder) para invertir el dinero, una vez eliminado cualquier rastro de la maraña digital, y blanqueado en la producción de solidaridad en Njama y antes en Alika. Hector y su banda no va de power flowers ni de flautero ideológico para cambiar el mundo: se mete en las cloacas para hacerlo.
No se olvida Lillo de la relación amorosa entre Jennifer Rojas, la heroína escritora y Héctor la clave necesaria para sostener el arco narrativo. Jennifer enseguida queda encandilada por el magnetismo de Héctor y no se lo piensa demasiado a la hora de abrazar su causa y seguirle en sus actividades de esquilmar museos para fines humanitarios.
Una novela de intriga que abarca un buen escenario de continentes, de culturas y la eterna dicotomía entre los acaudalados ociosos y los desheredados de la tierra, que se lee en un par de tirones, o tres, y que suministra con maestría los tiempos, los planos y las dosis de thriller, necesarias para seguir los capítulos como episodios de una serie televisiva.
Si bien hay que destacar que el estilo se pega tanto al terreno de la guionización que olvida la calidad literaria, no porque la devalúe hasta una mera redacción larga, académicamente descriptiva, que no lo hace, sino que queda relegada a un segundo plano debido al ritmo del argumento, la enrevesada trama y a la vertiginosa sucesión de historias colaterales, ciudades,países, la minuciosa precisión de los planes del robo, las conexiones internacionales, el operativo policial para dar caza a Héctor, los movimientos guerrilleros…
Tal vez los cambios en los tiempos verbales o algún que otro desliz de imprenta –ya saben, los malditos duendes- puedan resultar unas motas en el transparente cristal de la novela en su totalidad. Pero Najma, la opera prima de Lillo, es una obra tan contemporánea como la globalización que ha resultado ser el ensayo de un mercado general en el que los patrones son siempre los mismos –nuevos señores feudales- desde que la naturaleza humana se alzó sobre dos pies. Pero también tiene el valor de los luchadores utópicos por un mundo mejor aunque como en Najma se recurra a la inusual modalidad de sustraer lienzos hitos de la pintura mundial. Del arte a la solidaridad. Material suficiente para una serie: el guion ya está hecho con un rigor y encaje de piezas más que encomiable dada la complejidad de la historia, así como la coherencia final de estos asaltadores de museos y de la escritora enamorada Jennifer Rojas, que no duda en poner a disposición de los necesitados los fondos obtenidos por su último trabajo de reaparición y que no es otro que la alucinante experiencia vivida junto a Héctor, libre de todo cargo pero sospechoso de por vida, como un moscardón amargando la siesta de la justicia, o sea, del sistema.
Najma
Miguel Ángel Lillo
Tapa blanda, 280 páginas
Ediciones Puertollano
Es cierto que ‘Najma’ bien podría ser un guión de una película o de una serie.
Una novela para reflexionar sobre nuestra responsabilidad individual de las injusticias.
Son 280 páginas de vértigo que ponen al lector frente a la realidad. Muy recomendable….