Manuel Valero.– Estamos perdidos. O casi. Las advertencias catastrofistas con que nos regalan los científicos y expertos no son alentadoras. El clima ha vuelto a enloquecer (lo ha hecho antes) pero esta vez ha sido el hombre quien lo ha sacado de sus casillas.
Considerando que el estado de salud mental del clima era previsible y para nada novedoso sobre el que se basaba el diagnóstico de nuestro antiguos –qué tiempo más loco– lo cierto es que hoy con la certificación académica de los sabios estamos en la antesala de otro cambio climático, si es que no vamos ya por el pasillo- que nos aboca a una catástrofe bíblica si antes los gobiernos del mundo no echan el freno de mano.
Pero uno se pregunta desde su nimiedad planetaria varias cosas: ¿si es cierto cuanto se publica queda tiempo medible en parámetros humanos para un decrecimiento que nos salve del Armagedón o ya es demasiado tarde? ¿Existe la absoluta certeza de que la mutación del termómetro es debido a la actividad fabril y febril del hombre o son otras las causas que alteran el normal mecanismo del mercurio? Porque en mi niñez era frecuente ver un arroyo salvaje bajar enloquecido calle San Gregorio abajo desde el cerro de Santa Ana de puerta a puerta cada vez que descargaba la tormenta.
Llegada la calma, los muchachos salíamos de la casa y bajábamos la calle a ver el barro y las piedras decantadas en el Paseo de San Gregorio y la Fuente Agria anegada hasta las mismas barbas del doctor Limón. Y no era una vez sino con la frecuencia natural de las tormentas. Cierto es también que los inviernos eran duros, gélidos, de heladas habituales, y que aprovechábamos los charcos trabados para ensayar una suerte de inocente patinaje. Por no hablar de las nieblas, las sempiternas nieblas que hacían enloquecer al hombre más tranquilo apresado en una celda de medio metro con altos muros de blanca densidad que persistía incluso durante todo el día sin la esperanza de la prometida tarde de paseo.
A mí me convence más que el cambio climático ya está aquí si comparo el clima de mi infancia y juventud con el que me acompaña -nos acompaña- en este periodo jubilar y jubiloso. Hace años que las nieblas desaparecieron y los inviernos son suaves a excepción de las repentinas oscilaciones térmicas y el baile de isobaras que de vez en cuando dejan colarse un lengüetón ártico tal vez para avivar el recuerdo de los viejos tiempos del frío.
Mi madre me abrigaba hasta los ojos, con una gorra de orejeras, una bufanda y guantes. En la pequeña terraza de mi casa que se cuarteó cuando murieron mis abuelos y la repartieron entre sus seis hijos, las fregonas quedaban ancladas en el hielo del cubo para mi diversión, pues en cierta ocasión descuarticé uno y alcé el sólido cono con el palo como si fuera el polo de un gigante. Y si se nos cortaba la piel de las rodillas nos meábamos en las cuencas de las manos y nos dábamos la friega hidratante. Como eso es hoy una estampa del Paleolítico habrá que admitir que el clima ha cambiado: nosotros, no, quiero decir el hombre, que sigue guerreando, especulando, amasando fortuna y poblando el planeta con unas contradicciones tan groseras como intolerables.
Los inviernos aquellos de los años mozos son la prueba. Más que el verano: superar los 40 grados en La Mancha no era tan raro y Lorenzo siempre ha caído a plomo a la hora de la siesta y por la calle no se veía un alma en su cuerpo y cuando se veía subía o bajaba la acera de la calle rozando la pared encalada para aprovechar el hilacho de sombra. Como no había aire acondicionado, ni siquiera sabíamos que existiera, nos poníamos a salvo del caloruzo en el interior de las casas mineras de medio metro de muro aislante, patio bien sombreado con una parra y una selva doméstica de pericones y otras plantas y el pozo. Algunas noches como estas pasadas si el recalentamiento local -el de mi patio- le brotaba al solado lo baldeábamos bien con agua del pozo y a otra cosa.
Y sin embargo, ya por entonces dice a cronología paleoclimatológica que ya había sesudos que advertían de otro cambio climático diferente al cálido medievo o la pequeña edad de hielo porque esta vez eran las fábricas de los hombres las que lo estaban perturbando. Y así descubrí que la Revolución Industrial no sólo nos trajo las novelas de Charles Dickens sino los primeros síntomas del debilitamiento invernal. Y eso que para mi el Londres de Dickens era un Londres de nieve, niebla y humedad perpetua en los adoquines.
Los cambios del clima planetario son de duración casi geológica, de siglos, pero si es verdad que somos nosotros quienes estamos empercudiendo el planeta más vale nos vayamos mentalizando de que a lo mejor no queda tiempo. El otro día vi una foto de una isla de plástico y me pregunté cuántas bolsas serían de mi propiedad en lugar de convertirme en adalid de la regresión y el decrecimiento. Todos en nuestra cotidianeidad hemos contribuido a joder con la pelota: coches, plásticos, consumo voraz. Por mi parte, casi 30 años yendo y viniendo de Puertollano a Ciudad Real. Nunca me lo perdonaré. Y asombrosamente, en lugar de eliminar las bolsas de plástico del mercado como requeriría la urgencia, por ejemplo, lo que se ha hecho es legislar su venta. Una tirita para tapar un socavón.
Las estaciones intermedias también eran cíclicas y venían para quedarse el tiempo establecido por la Naturaleza: las primaveras eran tibias y húmedas así como el otoño con su semblante sombrío anunciador de la bruma invernal. En Mayo siempre llovía a cántaros sin que desmayaran los feriantes y los turroneros y el otoño nos traía el olor del papel y los libros nuevos del curso inminente.
Ya nada queda de eso, prueba evidente del cambio climático antropogénico que nos pone en la tesitura de alterar los términos: entre un cambio climático y un cambio de paradigma social y humano es preferible lo segundo. Ccambiemos al hombre para que el clima siga inmutable como hasta ahora. O sea, cosa imposible. De momento me quedo también con el recuerdo de los aguaceros persistentes que escuchaba acostado golpear las plantas del patio o los veía humedecer con melancólica placidez el patio del colegio Salesiano desde los ventanales del aula. Tal vez si viene lo inevitable, desfallezca también la poesía, aunque tal vez sea ésta una suerte de antídoto contra el inquietante futuro.
Hoy en día, el cambio climático es un hecho real y palpable que podemos observar…..
Claro
Hay más melancolía que rilores infantiles en tus palabras verdulantes y refrescantes. Pero la cosa va en serio. Nos acercamos a lo que cantara Franco Battiato como ‘Mal de Africa’. De aquí a nada todos negros y sudorosos.
Si
Estudiando Historia me di cuenta hace mucho tiempo de que los cambios climáticos han sido frecuentes y han tenido relación o con la inclinación del eje de la tierra o con una mayor o menor cercanía al sol.
Hace calor… claro, estamos en julio.
Creo que refrescará en agosto, y luego veranillo largo de San Miguel.
El invierno… será suave o duro dependiendo como siempre del capricho climático, que siempre lo ha habido.
La intervención del hombre puede alterar algo el clima…pero los cambios ya se daban cuando vivía en cuevas o en plena sabana.
Creo que se ha construido un mito en torno al cambio climático por intervención humana, y es que andamos bajo esa corriente de antihumanismo que recela del progreso porque nos damos cuenta de que en esencia la naturaleza humana no ha progresado tanto.
Eso sí, producimos millones de toneladas diarias de basura y eso es preocupante, pero la producción industrial se ha ralentizado a nivel mundial porque hay una crisis de oferta en oriente y una de demanda en occidente.
Me tranquiliza pensar que sigue haciendo calor en verano y siguen dándose esas espectaculares tormentas de verano que tanto me alucinaban de niño cuando veraneaba en el pueblo.
¿Como vamos a dar por cierto algo que ni los cientificos son capaces de estar de acuerdo? Siempre existirá el debate permanente sobre el calentamiento global.
El calentamiento actual es de muy corto recorrido. Si cogemos el Cuaternario con sus periodos glaciares (fríos) e interglaciares (cálidos), estos siempre han sido más calientes que el actual. El óptimo climático tras la última glaciación llegó hace 10.000 años y, desde entonces, la tendencia a largo plazo es de enfriamiento. El sol tiende a menos actividad y esta condición se dio en periodos de temperaturas bajas.
Si se establece una correlación entre concentración de CO2 y temperatura, no encajan para nada. Hay momentos en que sube el CO2 y la temperatura baja. No hay relación.
El clima siempre ha cambiado y lo hace sin influencia humana
El consenso es político. Se nota por las manipulaciones que se difunden. Ejemplo el hilo de tuits de Luis del Pino – https://twitter.com/ldpsincomplejos/status/796754534462877696?ref_src=twsrc%5Etfw
Y se nota por que quien sepa de petroleos sabe que más de la mitad de las reservas de petróleo del mundo están en el Golfo Pérsico y una cuarta parte del consumo del planeta pasa por el estrecho de Ormuz. El suministro es frágil y el mundo occidental quiere independizarse de esa fuente de abastecimiento energético. Los precios actuales están condicionados por los conflictos entre suníes y chiitas. El mundo árabe marca el precio. Quieren librarse de esa dependencia y de esa inestabilidad.
Que no os engañen, el clima está bien, en esto de las alternativas al petroleo solo influye Don Dinero, poderoso caballero como decía Luis de Góngora.