Aligera el paso decidida. Ha visto que el enemigo se mengua conforme se acerca a las líneas hostiles. Pero ella confía en sus armas para presentarse a la batalla y, por eso, no se amilana ante los imprevistos que se encuentra antes de llegar al campo donde se libra la guerra diaria.
El escudo protege su pecho. Con él no repelerá la desobediencia ni los comportamientos subversivos de los pequeños sediciosos, pero conseguirá aplacarlos hasta otro día. El día se avecina caluroso. Sabe que las horas tempranas son perfectas para atacar. Las mentes no se abotargarán hasta que llegue el mediodía y la guerrera vikinga aprovechará para marcar su territorio. Por eso arrastra el diminuto arsenal mientras el enemigo la contempla. Ella ni siquiera se da cuenta de que está siendo vigilada. Pero los caminantes grises que van detrás de ella, sí. Y miran al enemigo sin disimulo. Este observa cada paso de la guerrera vikinga. Se embelesa con la pelirroja ondulada melena oscilante, que se mece al compás del andar campeador. Los caminantes grises se animan entonces a acompañar a su guía con la misma firmeza, porque el enemigo sigue fascinado con la marcialidad vikinga. Y cada vez son más los que cruzan el paso fronterizo a la cruenta batalla. Cuando el enemigo deja de ver ondear la cadencia pelirroja, se piensa víctima de algún sortilegio extraño, y avanza implacable, sorteando a los ahora profusos caminantes grises. Con ellos no tiene piedad.
Pero la guerrera vikinga ha conseguido que el limitado ejército detrás de ella, al ritmo de la melena pelirroja, del escudo y de las armas, llegue al campo de batalla. Empieza el combate, que no cesará hasta que anochezca y vuelva el silencio.
La guerrera vikinga deja el escudo y el arsenal sobre la mesa. Comienza a sacar las armas: libros, pinturas, papeles de colores… Los pequeños insurgentes la miran en silencio. También ellos tienen sus polvorines de libros y de lápices de colores. Que gane el mejor. La guerrera vikinga mira por la ventana y calcula que tiene unas dos horas hasta que los rebeldes, sudorosos, se subleven. Los caminantes grises no llegarán hasta la tarde. Y la valkiria, avezada en esas lides, inicia la contienda a golpe de melena.
#Microrrelato
No crucéis delante de mí en los pasos, que luego escribo.
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Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira
Es obvio que no es necesario que las mujeres vayan a la guerra. Las mujeres la sufren en su vida, en su dignidad y en su cuerpo por el simple hecho de ser mujer. Buen relato…..
¡Gracias, Charles! En este caso, es una batalla diaria con la que lidiamos la mayoría, independientemente del género: ir a currar.