José Rivero.– Que la Fundación Festival de Teatro Clásico de Almagro, su Patronato y el Director del Festival, Ignacio García, hayan decidido renombrar el espacio del Teatro de San Juan, con el nombre del que fuera primer director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, parece cosa razonable.
No olvidemos que Marsillach dirigió la CNTC en dos periodos, y se vinculó estrechamente a Almagro.
El primero, propiamente dicho, el periodo fundacional, transcurre entre 1986 y 1989.
El segundo, entre 1992 y 1997, tras su paso como director del INAEM entre 1989 y 1990, con el ministerio de Cultura dirigido por Jorge Semprún.
Fechas en las que se produce la búsqueda de sede estable para las actuaciones de la CNTC en el Festival de Almagro.
Al tiempo que se pone en marcha el proyecto de Museo del Teatro en su primera sede, del callejón del Villar.
Firmándose el traslado de los fondos de Madrid al espacio de Almagro.
Acuerdo que suscribe Adolfo Marsillach como director del INAE con el Director General de Bellas Artes, Jaime Brihuega.
Y que acabaría dirigiendo Andrés Peláez.
Concluyendo el periplo de la sede definitiva del Museo del Teatro en 2004, con la ubicación en los antiguos Palacios Maestrales.
La búsqueda de sede estable para la sede de verano –como decían entonces– de la CNTC, se orientó a la adquisición por parte de la Diputación Provincial de las bodegas de la Cooperativa vinícola local, al final de la calle de San Agustín y frente al Pradillo de San Blas.
Aunque, creo recordar, que los derechos sobre la propiedad estaban en manos de la Caja de Ahorros de Castilla-La Mancha.
Todo ello, bajo el mandato del Presidente provincial Francisco Ureña.
Bodegas en semi-abandono, que presentaban un panorama desolador, recorrido por medianerías arruinadas y por un cuerpo edificado ruinoso que avanzaba hacia la calle Emilio Piñuela.
Corralones y jaraíces que quedaban vinculados a la crugía hospitalaria del desaparecido Hospital de San Juan, del que sólo quedaba la nave longitudinal.
En donde aún se podían encontrar, en el espacio hospitalario abandonado, tinajas, empotros de madera y nidos de golondrinas.
Los trabajos de definición del nuevo espacio teatral, que ya antes de concluirse, se sabía que se llamaría Teatro Hospital de San Juan, se desarrollaron entre 1993 y 1994.
Como quedaría referenciado en la rotulación sobre el muro exterior del Pradillo.
Produciéndose en 1993 la utilización del espacio sin haberse concluido las obras. Y la inauguración, ya en 1994.
Entre 1993 y 1994, trabajé desde la Diputación Provincial en el proyecto, junto a Edurne Altuna y Francisco García Ruano.
Coordinándonos con Juan Pedro Aguilar, a la sazón director del Festival de Teatro, con Adolfo Marsillach y con su adjunto, Carlos Cytrynowski. Reuniones a las que puntualmente, se sumaba Peláez.
Carlos Cytrynowski que al margen de su formación escenográfica, había estudiado arquitectura en su Argentina natal, lo que facilitaba el intercambio de ideas entre nosotros.
Y que moriría prontamente en 1995.
Por lo que sus aportaciones a la construcción del Teatro Hospital de San Juan, serían ya las últimas legadas al mundo del teatro y de la escenografía.
Un recuerdo para él, también.
Y que no dejaba de criticar, la reciente experiencia del Teatro Central de la Expo 92 en Sevilla.
Cuyos mármoles blancos de la caja escénica, dificultaban toda la luminotecnia.
Cytrynowski, nos pedía una Caja Negra, hermética y neutra.
Que fuera neutral con los proyectores y las luces.
De aquellos intercambios y decisiones, nació el espacio que conocemos desde 1994.
Con la salvedad de los bancos monacales de madera de teca, dispuestos inicialmente y luego retirados.
Pero esa es otra historia.
Que la Fundación Festival de Teatro Clásico de Almagro, su Patronato y el Director del Festival, Ignacio García, hayan decidido renombrar el espacio del Teatro de San Juan, con el nombre del que fuera primer director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, parece cosa razonable y de justicia.
Otra cosa será entender que la decisión del reconocimiento se haya apoyado en un diseño lamentable.
Con una placa de piedra caliza, de tamaño reducido y con una rotulación ininteligible.
Por más que la oportunidad del descubrimiento lapidario haya contado con altas dignidades del Estado: Vice-Presidenta y Ministro de Cultura.
Placa con tornillería cromada y rotulada en rojo-salvación, que tiene más de gesto funerario que de memoria celebrativa.
Baste ver la presencia de la placa junto a las grandes dimensiones de las letras que han rotulado el espacio, para comprender que algo va mal.
Que Marsillach no se merece ese desajuste.
José Rivero
Divagario
En sus interesantísimas memorias «Tan lejos, tan cerca», habla mucho del Festival de Almagro y su importancia. Las escribió cuando ya estaba muy enfermo.
Era un enamorado del festival, y bien que ayudó a impulsarlo. Lo difícil era enamorarse de él, con el carácter que se gastaba…pero también era un genio indiscutible.
¿De verdad que el tamaño importa?…..
Cualquiera entendería que algo va mal, pero como quieres opinar de todo no te das cuenta de las chorradas que sueltas.
El reconocimiento personal, individual y social del Sr. Marsillach es inconmensurable. Eso es lo importante…..