Un relato de Manuel Valero.- Rumbo al Oeste, al horizonte infinito de agua y misterio puso rumbo el farero Pino Suances, bien sujeto el timón, bien inflada la vela de viento favorable ante la mirada atenta y un poco sombría de Diana que si no miraba el mar, reconcentrada en su buena suerte, observaba la determinación de su salvador o cerraba los ojos para recibir en el rostro la libertad caprichosa de la brisa marina.
Apenas hablaron durante la primera jornada de travesía. Llevaban víveres y agua para seis días, si al cabo del meridiano de ese plazo no habían descubierto nada, virarían de nuevo hacia la costa y olvidarían lo ocurrido.
Ya pensarían entonces qué hacer con sus vidas, arrancadas ya para siempre de lo que habían sido desde la aparición de Diana en el fondo del Cantil del Diablo, medio muerta y recostada contra las rocas.
-Nos perderemos –dijo Diana casi al atardecer del primer día.
-No importa. Daremos la vuelta y en paz. Pero yo tengo el presentimiento de que antes del plazo nos toparemos con algo sorprendente –respondió Pino con el timón bajo el sobaco y los ojos entreabiertos para evitar que el lagrimal se le rebosase por el estímulo del aire.
Llevaban un astrolabio, una brújula antigua en una caja de ébano que Pino tenía en el faro como un tesoro, una sonda y un potente catalejo. Y sobre todo el conocimiento del cielo nocturno que Pino Suances se conocía como se hubiera pateado hasta el aburrimiento los caminos siderales.
La derrota iba feliz. La noche se encalmó. Diana se arropó con una buena manta para mantenerse a salvo de la humedad. Pino seguía al timón como si no quisiera perder detalle de nada. Solo dio un par de cabezadas.
-¿Crees de verdad que existe esa isla? –Le preguntó Diana
-¿A ella te llevaban, no?
-Eso decía la gente pero la gente inventa cosas.Yo creo que nos llevaban a América para vendernos como prostitutas.
-Tal vez, pero pronto lo sabremos. Anda duerme.-¿Y tú?
-Al amanecer descansaré un poco.
Una estrella fugaz cruzó el cielo nocturno.
-¿Dónde habrá caído esa estrella? suspiró la mujer
-En algún corazón solitario-murmuró el farero
-¿Cómo el tuyo?
-O como el tuyo
-Somos dos corazones solitarios…
-Lo somos…
Ese afán de perseguir el paraíso esquivo….
Ay, Manuel, que te he pillado en este capítulo porque me ha saltado en FB, que, si no, me lo pierdo.
Voy a ponerme al día con los anteriores. Yo, donde haya faros, de cabeza voy…
Gracias a ambos