Manuel Valero.– El otro día el expresidente del Gobierno, Felipe González, aconsejó a los dirigentes políticos a quitarles las telarañas al rincón de pensar para hacerse una pregunta sencillita: o pensar en sí mismos o en el interés de España. No es una idea original la frase universal de JFK pero se ha convertido en un imperativo moral para cuantos se dedican a la función pública.
Y vale tanto para la macro política como para la política más cercana que es la municipal. Ese pensamiento me inspiró un poco a la hora de redactar el pregón de ferias: el gobierno, cualquier gobierno, también el local, es responsable de la gestión y por lo tanto del impacto de sus decisiones y proyectos en la vida cotidiana de los administrados. Pero un gobierno… ¿es responsable o es corresponsable de la buena marcha de la ciudad junto a los ciudadanos?
La democracia reparte la cuota de responsabilidad que a cada uno corresponde pero es indudable que cada una de las partes –gobierno y ciudadanos- tienen algo que ver a la hora de hacerla efectiva.
Afortunadamente el Sistema, si lo aceptamos como el menos malo hasta que no se invente otro, se dota de los mecanismos necesarios para que el gobierno no sea un mero ejercicio de poder sin oposición, ni crítica, ni denuncia pública. También en el ejercicio de la representación pública, la oposición tiene un rol vital para garantizar un buen gobierno y para que la gestión decline por derroteros poco aconsejables. No se trata de una condición de pureza política sino de asumir cada cual lo que le toque.
En estos días estamos asistiendo al culebrón interminable de los juegos de pactos para conformar un gobierno estable una vez despejada la incógnita en municipios y regiones. Y el sentido general, que viene a ser como el común, la sensación que embarga a los electores no es precisamente que la generosidad y el desprendimiento de los intereses personales o de partido sea lo que esté dictando la estrategia de los actores. En España, tenemos además un problema que no lo tienen en los países de Europa o si lo tienen –como en Gran Bretaña, Bélgica, Italia- no lo padecen con la espesa y pesada cadencia con que lo sufrimos aquí: los nacionalismos. Entre otras cosas porque ese nacionalismo más excluyente que inclusivo, más antipático que armonizador, invade todo el tejido político nacional hasta niveles insoportables hasta el punto que se ha convertido en el problema a resolver en el futuro… próximo.
La ambición del político es una condición indispensable para serlo con éxito aunque haya que redefinir la ambición. Y los partidos políticos también tienen ante sí el reto de la supervivencia porque de otro modo no existiría ese dinamismo competitivo absolutamente indispensable para fortalecer el músculo de la sociedad civil y para consolidar las reglas de juego democrático vigentes que no tiene más imperio que la Ley o cambiarlas por los conductos reglamentarios. De la Ley a la Ley, ¿recuerdan?
La cuestión es si llegados a este punto, en la trastienda de los cuarteles generales de los partidos, se despliega sobre la mesa el avance de las propias tropas para regusto del general o se pone sobre el tapete la gran pregunta que ahora ha retomado un Felipe González con el resabio de los años: o los intereses del general o los intereses generales, que son lo mismo en una dictadura en el que ambos intereses se confunden pero no son igual en una democracia que a veces lanza el reto de las prioridades. Lo ideal es el equilibrio, que es el punto G de muchas cosas, también de la política por lo que tiene de capacidad para contrarrestar tensiones sin que la máquina se decuajaringue. La dictadura se presenta vestida porque tiene que vencer, la democracia lo hace en pelotas porque tiene que convencer, que decía nuestro paisano cordobés, Antonio Gala.
En Puertollano viene a ocurrir un tanto de lo mismo. Los ciudadanos tuvimos la oportunidad y la responsabilidad de votar… y lo hicimos con los resultados tan incuestionables como si hubieran sido otros. A partir de ese momento las reglas de juego se pusieron en movimiento. La política está reñida con dos contaminantes voraces: el fanatismo y el integrismo, y a veces, es necesario dar medio paso atrás para dar un adelante cuando la coyuntura lo permita.
El actual equipo de gobierno ya ha dado a conocer el organigrama de gestión política, el reforzamiento legal y legítimo de IU de la mayoría municipal, y las liberaciones graduales que ha habido que tejer sobre un tapete de seis grupos cuando hace apenas cinco sólo había tres y que parten del mismo presupuesto asignado.
Nada está libre de crítica ni del contraste de pareceres pero aún es temprano para escrutar la gestión de los recién elegidos. En el Pleno del jueves, que ojalá cuente con numerosa presencia ciudadana, escucharemos las razones y los argumentos de la alcaldesa, Isabel Rodríguez, o del portavoz, Félix Calle, así como los de la oposición, sobre el diseño del mapa de responsabilidades municipales y los emolumentos correspondientes, que ya se sabe que tocando al dinero, y más en estos tiempos es materia de fina piel que se transforma en indiferente acero cuando hay para todos.
Sin embargo y volviendo a la pregunta, cabría detenerse un poco en su planteamiento. Lo fácil es tirar de anonimato y comenzar a golpear el caballo antes de sacarlo de la cuadra y vestirlo en las redes – a veces asociales-, lo difícil es volver el punto de mira de la responsabilidad a cada uno de los puertollaneros, hayan sido votantes o no de los partidos del pacto: ¿qué puedo hacer yo porque mi ciudad se parezca a la que yo creo es el mejor modelo? Y en esa cuestión, claro, está también la crítica argumentada, fuerte, directa, dura, si se quiere pero montada sobre la razón y no sobre el arrebato.
La ciudad nos pertenece como nosotros pertenecemos a ella, es nuestro hogar común, que nos reclama un esfuerzo y una responsabilidad, independientemente de la gestión del gobierno local que quiéralo o no está expuesto a la lupa indomeñable de los electores. Pero es de simpleza democrática darles a quienes tienen el complicado trabajo de administarnos un voto de confianza. En un estado de buena salud social la crítica o el reconocimiento son manifestaciones naturales de la opinión pública o publicada, pero cuando el ambiente se nutre de toxinas, sólo se denigra.
En esta ciudad hemos pasado muchos años a punto de entonar la octava imposible que rompe las copas de los chineros. Creo llegado el momento de serenarnos un poco y esperar a los resultados del nuevo gobierno, y a no esperar ni un minuto a lo que individualmente podemos hacer, cada cual lo que pueda, por mejorar Puertollano. Por ejemplo, ensuciar menos, hacer menos ruido callejero que generen molestias gratuitas, no prender fuego a los rastrojos del término. Y pasarse por la Feria del Libro que empieza el viernes. Salud y saludos.
Hay un pequeño error de omisión verbal en un párrafo. El correcto es: «También en el ejercicio de la representación pública, la oposición tiene un rol vital para garantizar un buen gobierno y para EVITAR que la gestión decline por derroteros poco aconsejables.
La corresponsabilidad es el pilar clave y necesario….
La mayor responsabilidad de la gestión municipal corresponde a los equipos de gobierno. Negar eso es cerrar los ojos a la realidad. La oposición debe trabajar incansable y responsablemente en la parcela que le corresponde, que es controlar la acción de gobierno, sin que le pongan palos en la rueda, por ejemplo, que le entreguen el documento presupuestario y demás documentos de entidad el día anterior o el mismo día en que se van a debatir en una comisión o Pleno. Soy de los que creen que el trabajo, el buen trabajo ,en la oposición es infinitamente más difícil que la tarea de gobernar.
Qué decir de los ciudadanos. Pues que creo que el artículo cojea al no tener en cuenta las vías que tiene un ciudadano para participar en la acción de gobierno. Se olvida de recomendar a los vecinos las herramientas de que disponen: presentación de instancias, solicitudes, quejas, denuncias, alegaciones y recursos cuando procedan. Las quejas en las redes, bares y plazas no sirven para nada.
Que bonito, solo le ha faltado decir al autor «y comprenme un libro». Y seguro que se divierten más y es que últimamente se le da mejor los textos literarios que el artículo periodístico. Son muçhos mas los actores que deben pasar por el «rincón de pensar», no solo los sufridos y hartos ciudadanos de Puertollano.
No se me había ocurrido, gracias. Dicho por tí queda, corazón. O corazona.
Tú lo dices Manuel…el equilibrio…
Que parezca que la política lo arregla todo cuando sólo arregla lo suyo.
El problema es que la media de los españoles no exige que se rindan rigurosas cuentas de lo que paga con sus impuestos.
Tenemos una sociedad civil débil por politizada.
No viví el franquismo, pero el posfranquismo es fundamentalmente semejante.
Las únicas responsabilidades exigibles nos dicen, se cobran en las urnas…
Y lo siento eso es un cachondeo, el clientelismo brutal pervierte las elecciones, y la justicia, salvo en honorables casos, está atada de manos, porque quien condena no promociona.
Siento no estar de acuerdo en tu bondadosa idea de este sistema.
No espero la verdad mucho, de los partidos políticos, tienen excesivo poder.
Es el Movimiento Nacional multiplicado. La misma tarta repartida entre más.
Sólo la seguridad de que quien se salte las leyes lo paga con la cárcel y con su patrimonio ejecutado…puede sólidamente legitimar una verdadera democracia.
No es toxina, es un diagnóstico realista.
Son más decisivos los funcionarios municipales, su independencia y su competencia a la hora de gestionar el municipio que esos chupatintas que por lo que se preocupan es de su poltrona.
Si un funcionario se salta las leyes, arriesga su trabajo y su patrimonio.
El político puede arruinar un municipio o llevarlo a la decadencia por inercia…que solo lo pagará si no es reelegido.
Está democracia necesita una profunda reforma…no ha dejado de seguir un modelo franquista, es pos-Franco.
Es decir, un caciquismo de pluralismo político, que durante el franquismo dejó de ser plural pero que siguió siendo caciquismo, y que tras la muerte de Franco, nunca dejó de serlo.
Un caciquismo partitocrático que en realidad se comporta como la Cosa Nostra pero con modales aunque con la misma inclinación autoritaria y con el mismo convencimiento de estar por encima de las leyes, por encima del Estado y de la sociedad que lo legítima y sostiene.