Tiempos nuevos, viejos modos

Manuel Valero.– Cuando las declaraciones de algún candidato las ocupan sobre todo la negatividad compulsiva del adversario suelo pasar página o me quedo en el titular. Y abundan, claro, que abundan. Y siempre ha sido así.

Por mera evolución democrática, biológica incluso, lo propio es que una comunidad de electores que al fin y al cabo es lo que es una sociedad libre, vaya consolidando su madurez y adaptándose a la rutina democrática . Ya se sabe que la democracia es el régimen más aburrido del mundo, interrumpido por los sofocos de las informaciones de escándalo o por las paradas electorales. Pero nadie llama a tu casa a las tres de la mañana.

Sin embargo, quienes se disponen a representarnos en el Parlamento, en las Cortes autonómicas o en un Ayuntamiento parecen vivir ceñidos a los tics de toda la vida, al lugar común más transitado y a la frase hecha, según toque la consigna del día.

Los candidatos locales y autonómicos, como ayer, los “generales” mantienen una práctica que no varía un ápice a pesar de los años. Son: la alusión al contrario de manera obsesiva, la alusión jaculatoria al jefe cuando se trata de explicar los logros de una legislatura y las promesas rimbombantes durante el adviento electoral.

Lo sé por experiencia.  La puya al competidor es necesaria y forma parte del juego. Pero cuando la crítica se convierte en el leiv motiv de campaña, por encima incluso de las propias propuestas, el mensaje se torna cansino, manido y lo que es peor: poco efectivo. Durante la pasada campaña electoral de las generales hemos tenido ración y media de invectivas más que de proyectos. Como si los ciudadanos no se hubieran dado cuenta por ellos mismos del desaguisado de un gobierno – o sus aciertos- y conviniera recordárselo hasta el hartazgo.

La alusión al jefe/a presidente/a es otra inercia de conducta de los candidatos. Uno, durante  los años de oficio se cansaba de escuchar las loas con que los consejeros de la Junta, por ejemplo –los de hoy y los de ayer-investían al señor presidente. O señora presidenta. “Si se ha conseguido esto ha sido gracias a la labor de Page, o de Cospedal o de Barreda…”, decían. En puridad cuando un equipo de gobierno publicita sus logros, que debe hacerlo, por supuesto, el éxito se debe al consejero del ramo, a los políticos de segunda y tercera fila que completan la labor de zapa y a los funcionarios, de algún modo.  Pero no. Es como si el ungido hubiera mandado a sus correligionarios a contar las excelsitudes de su persona allá por el territorio administrado.  Cada vez que escuchaba a un consejero o consejera decir que gracias al Gobierno de Bono, Barreda, Cospedal o Page, según la línea de tiempo  que corresponda  a cada uno, se había realizado tal cosa, me parecía una pernada de autoanulación. ¿No es más correcto decir la Consejería de Cultura ha realizado determinado proyecto o en su caso el Gobierno socialista (o popular o el que sea ) de Castilla-La Mancha ha llevado a cabo la materialización de una promesa, en lugar de apuntarlo todo a la mochila superlativa del señor o señora presidenta? ¿Se necesita de tanta liturgia cortesana en una democracia madura?

Las propuestas de gran formato es otro de los hábitos que se repiten una y otra vez que se acercan las urnas. Y, claro, como la sociedad, se supone, y los electores, ya llevan unas cuantas elecciones sobre todo los de 30 años para arriba, ya no muerden el cebo con la misma facilidad con que lo hacían al inicio de todo y suelen leer esas promesas grandilocuentes con una sonrisa de escepticismo.

Todos esos tics son de alguna manera necesarios: la crítica al adversario, el reconocimiento de la figura del líder y las propuestas rutilantes en vísperas. Pero en su justa medida. Si el adversario es una obsesión, si la loa al jefe de filas se convierte en un sacramento de obligado cumplimiento y las propuestas gigantes se presentan fuera de plano o agigantadas artificiosamente, la normalidad se convierte en otra cosa y me temo que no traen más votos a los que se cosechen finalmente.

Ha empezado la campaña de las locales y las autonómicas. Veremos el comportamiento de los contrincantes. Pero el aperitivo de las generales ha estado empachado de viejas inercias. Claro que hay líderes a los que les encanta que los adulen y otros no. Y me vienen a la mente Bono y Barreda. De algún modo humanos somos, y son, y es lógico que un líder con pegada sea vital para los intereses electorales de un partido. Pero como electores  ya somos un poco más maduros, tanto, como para que nos embelesen con juegos y fuegos artificiales. O con cocinas demoscópicas estimuladoras del voto… aunque acierten. O no.