La última semana antes de las urnas dominicales

Manuel Valero.– Comienza el principio del fin de la campaña electoral con un par de merluzas sin vender: el alto porcentaje de indecisos y la especulación en torno al nivel de participación. Están sin vender porque ninguna encuesta adivinatoria es capaz de dirigir esa indecisión hacia un partido determinado y porque se interpreta, tal vez, con cierta inercia costumbrista, que la alta participación favorecerá al PSOE.

Puede que sí si se tiene en cuenta que en Andalucía, por ejemplo, el PSOE ganó aunque no gobernó porque  muchos de sus electores se quedaron en casa. Pero ese pescado todavía en el puesto de la pescadera demoscópica tiene su punto de inquietud. Las elecciones del domingo que viene han sido calificadas como las más determinantes y abiertas de toda la democracia dado que el microbipartidismo de ayer ha dado paso al macrobipartidismo de bloques. Y como cada bloque asegura que si gana el contrario será el rechinar de dientes –crisis, regresión, caos, desempleo, supresión de derechos, ruptura de España y así- lo más seguro es que se movilice todo bicho votante no para apoyar a los suyos sino para hacer con su voto una muralla china contra el otro.

Es decir, que esta vez la participación se va a repartir a diestro y siniestro. Otro de los aspectos perversos del mensaje que se lanzan las derechas y las izquierdas, que en esto hemos retrocedido hasta el Nodo, es que si de todos modos va a ver un desastre según dicen unos de otros… ¿para qué ir a votar? Siempre que llegamos a estas situaciones me acuerdo de José Saramago y su lucidez manifiesta.

Lo cierto es que el ambiente es extraño, anómalo. Después de 40 años de democracia lo suyo sería que hubiéramos alcanzado un nivel ciudadano encomiable y sin embargo no es así. Aquí mismo en la provincia hemos asistido al ataque a sedes tanto del PSOE como del PP. Aunque leves demuestran el peligro que supone que el pegajoso cuerpo a cuerpo que exhibe la élite política se filtre al pueblo llano que de momento sí que es un muro de contención contra el mal rollo que a toneladas nos regala la clase política.

El asunto catalizador y el que ha provocado que la política española se acerque a índices de toxicidad no recomendables para la salud democrática ha sido Cataluña, el proceso abortado y el juicio contra los dirigentes detenidos. A la crisis económica de antaño cuya sombra aún nos alcanza que fue la placenta del 15M donde nació Podemos y a la corrupción sistémica que sacudió la felpa por todas partes y prácticamente a todas las asociaciones: empresariales, sindicales, culturales, partidos políticos, etc…se une ahora el problema del independentismo catalán seguido ojo avizor por los independentistas vascos y con cierta templanza por la izquierda a la izquierda del PSOE que ve en la refundación de un Estado federal con la guinda de República en su nomenclatura la solución al dilema del Nordeste, derecho a decidir incluido. El caso del PSOE es más espeso porque dicen que hay dos PSOEs, uno más psoe y otro más podemos, o el PSOE de siempre y luego el de Pedro Sánchez y los suyos.

Dos merluzas, dos, la indecisión y la participación alimentadas por la confusión y el terror al contrario, y un enigma: Vox. Nadie sabe a ciencia cierta cuantos peces escaño pescarán los de Abascal pero no hay nadie con quien uno haya hablado que trivialice o minimice el golpetón en la mesa que puede dar en el tablero de la política nacional y sus consecuencias, el partido a la derecha de la derecha de toda la derecha. Este enigma, el de la concreción del calado de Vox en escaños y votos contantes y sonantes y los dos pescados sin vender son las claves de las 14 elecciones generales del domingo. Y el triunfo ya se sabe (gobernar no ganar):  O la fórmula de la alianza de la moción de censura para las izquierdas o la fórmula andaluza para las derechas…

Y mientras los candidatos municipales prestos a sacar algo positivamente legible de la hermenéutica de los números y porcentajes que saldrán de las urnas dominicales. Lo sabremos pronto. En una semana.