Félix Pillet: arqueología del geógrafo

Escribía en 2013, Juan Carlos Gea a propósito del 20 aniversario de la obra de Antonio Martínez Sarrión, Infancia y corrupciones, su carácter de alambique inverso.

De tal suerte que el primer volumen de las memorias sarrionianas, operaban de esa forma singular: “restituía los ingredientes empleados en la destilación de algunos de los poemas…los restituía dando, además señas detalladas del suelo, el clima y el territorio en el que habían crecido, los motivos por los que se los había escogido e indirectamente de los procedimientos de recolección  y procesado”. Es decir, esa escritura prosística y memorialística retrospectiva, tenía la capacidad de desvelar e iluminar claves interpretativas de poemas con procedencia anterior de veinte años. Como si esa escritura pospuesta del memorialismo operara con técnicas anatómicas, capaces de señalar los motivos aproximados o exactos de la primera escritura.

Algo parecido he venido a pensar, tras la lectura de la última pieza de  Félix Pillet, Autografía (2019), que se inscribe  en un particular otero de memoria personal, en una encrucijada de memoria colectiva y en un receso de la propia memoria poética, que ahora aparece doblemente desvelada e iluminada. Que esa es una de las valencias de Autografía, contar lo que a veces no se cuenta sobre el poema y sus razones o sinrazones. Y olvidar el impulso con que nacen las palabras, en la medida en que la memoria enfría todo lo que fue calor de primera mano.

Y que tiene el referido texto, a mi juicio, una suerte de personal balance sin final y con principio. Y digo sin final en la medida en que algunas ventanas abiertas por la escritura veloz de Félix en Autografía, nos reclaman (y le reclaman) más atención y nuevos regresos a los ámbitos desvelados. Particularmente el apartado cuarto, La progenie y los testigos de una vida, lleno de evocadores cuadros del laberinto familiar del que procede; recuerdos colgados al sol  que se colmatan de la huerta húmeda y de sombras de melancolía.

Leyendo Autografía, texto de afortunado título que se define por lo que no es, a juicio del autor (no son memorias, no es una autobiografía, no es antología de sus poemas), más que por lo que es y representa.  Y esta es una de las cuestiones que se visibiliza y se oculta como un juego de espejos, a lo largo de sus páginas. Que se estructuran en cinco apartados temáticos, fruto de una compartimentación posible de todo su recorrido poético. No sé si La poesía y los poetas. Tiempos para leer y escribir; La mujer: las relaciones extraviadas y el último amor; La España cainita: del Guernica a la actualidad; La progenie y los testigos de una vida y La Ecúmene: viajes, paisajes, geografía, se acomodan a una posible lectura lineal de todo el trayecto poético de Félix Pillet, o son fruto de una reelaboración retrospectiva de una obra que comienza en 1979 con De amores Batallas Mentiras, prolonga en 1998 Con el mar a las espaldas y clausura, por ahora, con Memorias de papel en 2005. Que quizás anticipe la pretensión de rememoración que hoy plasma con nitidez plena Autografía.

Reelaboración retrospectiva donde emerge la pericia del geógrafo que acota, anota y apunta, no sólo sobre el medio físico sino sobre uno mismo. De aquí el juego sutil que se desplaza de la Geografía a la Autografía, pero que no elude una voluntad de dibujar tanto los accidentes del paisaje y las poblaciones como las cicatrices de la propia vida y las marcas de la escritura.

Una escritura rememorativa del hombre que escribe y reflexiona; enunciativa  de los libros y canciones que quedaron grabados en pliegues y perfiles; valorativa del país que nos ha tocado construir y padecer; del paisaje que emociona los adentros y de los afectos que se van diseminando por la polvareda de la vida.

Una escritura que en otra clave, podría ser con propiedad Una educación sentimental (1970), a la manera en que Manuel Vázquez Montalbán denominó su primer poemario, en un año temprano en que el joven Pillet se dejaba crecer el pelo y ensayaba rimas y métodos como muestra Hablando sin leyes, del primer poemario. La salvedad por ello, sería la posición temporal de ese Manifiesto proclamado como  Una educación sentimental: en Vázquez Montalbán como pórtico de su andadura, en Félix Pillet como colofón de cuarenta años de escrituras diversas.Una educación sentimental montalbaniana que, casualmente, se abría con un memento que llamaba El libro de los antepasados, y que tiene el mismo efecto celebrativo y conmemorativo que  el ya referido apartado de Pillet,  La progenie y los testigos de una vida. Y que nos hace ver, justamente, el peso de la mirada sobre el tiempo y sobre el espacio. Tiempo y espacio que encabalgan la mirada del Geógrafo y el metro del Poeta. De aquí y de las consideraciones apuntadas cabría ampliar la Arqueología del Geógrafo a la Arquitectura del Poeta. Tratando de unir las escrituras que en Félix Pillet anidan.                                

Periferia sentimental
José Rivero                                                                          

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