¿Democracia?

La llamada democracia liberal nació imperfecta, y de seguir por el camino actual acabará en una oligarquía perfecta; no importa cómo la llamen.

El ejercicio democrático necesita contrapesos. La teoría política los buscó en la efectiva separación de los poderes del Estado. Ni los partidos políticos ni las corporaciones empresariales deberían ser poderes del Estado, ya que no integran ni el legislativo, ni el judicial ni el ejecutivo.

El proceso degenerativo de la democracia liberal se asienta, a mi entender, en dos virus.

El primero actúa cada vez que el ejecutivo, con la excusa de la rapidez del mundo en que vivimos, amplia su papel normativo y punitivo a costa de los otros dos poderes.

Más allá de la ley formal y de las declaraciones grandilocuentes, en la práctica, en un sistema parlamentario, son los partidos quienes controlan y condicionan al legislativo y al judicial. De “iure” son organizaciones ajenas al poder del Estado; “de facto” son el paraguas que mueve los hilos de los otros dos.

El segundo virus de la degeneración de la democracia liberal se deja sentir mediante la continua privatización del ejercicio del poder.

Las corporaciones financieras y económicas no son simples grupos de presión como los demás. Su desmedida influencia los convierte en verdaderos poderes fácticos. ¿Y qué es un poder fáctico sino el que detenta un poder real muy por encima de las atribuciones formales que legalmente debieran corresponderle? Pero no son los únicos. Como dije antes, los partidos políticos son, asimismo, otro poder fáctico.

El poder judicial nació para evitar dos cosas: que los particulares se tomaran la justicia por su mano, y el comportamiento discrecional de los detentadores del poder.

Estamos a las puertas de que la función jurisdiccional de los jueces sea invadida por instituciones privadas, regresando a tiempos pretéritos no superados, desafortunadamente.

Facebook es una entidad privada a la que se le ha permitido crear una inmensa plaza pública donde la gente se relacione de una manera virtual.

Las plazas físicas del mundo real han sido siempre espacios de libertad donde las personas se han relacionado de diferentes formas: Han conversado, discutido, galanteado, insultado, reído, enamorado, separado, blasfemado, admirado, vilipendiado, pecado, arrepentido…..; las plazas del mundo real han sido mentideros donde se han gestado bulos inverosímiles y dicho verdades como puños; se han robado besos y recitado poemas de amor y desvergüenza. La naturalidad de las plazas del mundo real ha obligado a los seres humanos a entender mejor la vida, pues la variedad y complejidad de las contrapartes actuantes obligaban a agudizar la inteligencia, la ironía y el ingenio. Al final cada cual sabía de qué pie cojeaba el uno o el otro; la trabazón entre vicios y virtudes, bondades y maledicencias, convertía a la plaza en un verdadero gimnasio de desarrollo vital. Hasta los soldados de fortuna tenían su sitio donde exponer sus aventuras, sus batallas, sus victorias, con la exageración pertinente, consentida y celebrada por quienes los escuchaban con atención, pues el músculo y agudeza mental de los asistentes sabía distinguir a la perfección las fanfarronadas, pero en vez de levantar el dedo acusador simulaban creerle, en unos casos, mientras, en otros, directamente le tiraban calabazas.

Hoy, el soldado no podría exagerar, ni mentir con descaro para solaz de la audiencia. Los nuevos censores ideológicos lo señalarían para acusarle de divulgador de bulos o falsedades –noticias falsas dirían los necios de hoy; esos, cuya conjura parecía una broma y no lo es porque jamás lo ha sido- Tampoco sería posible recriminar al fanfarrón su lenguaje desmedido; la policía ideológica acusaría a quienes lo hicieran de promover el odio. De haber sido así, aquellas plazas de verdad se habrían muerto de asco, de tedio, víctimas de un aborregamiento insoportable. El sarcasmo y la ironía nacen de su coqueteo con el vicio, de su goce con lo prohibido. La corrección como imperativo vital abotarga las meninges y cercena el fuego pecaminoso, preámbulo del arrepentimiento creativo y pleno de energía.

No hay mejor abono que el estiércol, la bosta; la mugre es una lanzadera de vida.

Los Facebook de la Tierra, en el fondo buscan la implantación de un mundo feliz, algo imposible por definición. Las ráfagas de felicidad llegan después de haber conocido el olor y la textura del estiércol. Buda no aceptaba como discípulo a quien no hubiera conocido en su propia carne lo que se siente al vivir en la oscuridad. Jesucristo tuvo predilección por los pecadores, sabedor, como era, de que sólo quien ha conocido el pecado sabrá alcanzar y apreciar el valor de la virtud.

La felicidad de Facebook implica arrancar la humanidad de las personas para llevarlas de la mano a la fábrica de androides, todos iguales, todos correctos, todos perfumados, todos andróginos, donde la única cópula permitida sea la de la usura del dinero deuda.

Los dos poderes fácticos del Estado, la partitocracia y los Facebook de distinto pelaje forman una entente. De su copulación infrahumana decidieron ponerse dos objetivos para alcanzar sus fines: extirpar el odio y los bulos por el bien de todos, lo que nos llevará a la desintegración de la democracia liberal.

Esta entente tiene un poder infinitamente superior al de Carlos I, Felipe II o Carlos III.

El delito de odio es una herramienta descarada de enfrentamiento social, y la lucha contra las falsedades o bulos, un cruel instrumento contra el pensamiento disidente.

Es inconcebible observar cómo cierta parte de la humanidad acepta la castración racional con alborozo, al admitir con naturalidad esta estratagema.

Si la democracia no sirve para liberarnos de los enemigos de la libertad, la democracia no ha servido para nada, y tiene los días contados.

Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz