José Arias Mora.- Don Quijote, siguiendo su camino, abandonó la venta donde se encontró con Maese Pedro, situada en Munera (Albacete) y partió para Zaragoza con la intención de participar en sus justas. Así lo narra Cervantes:
“Y volviendo a don Quijote de la Mancha, digo que, después de haber salido de la venta, determinó de ver primero las riberas del río Ebro y todos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para todo el mucho que faltaba desde allí a las justas” (II, 27).
Cervantes ya conocía antes de redactar el capítulo LIX de la segunda parte de su Quijote al Quijote apócrifo de Avellaneda, por lo que planeó que su famoso personaje no pasaría por Zaragoza, pero no por eso dejó de reflejar en su novela los elementos más importantes de la ciudad, como son el río Ebro, la Aljafería y el puente de piedra.
La Aljafería la nombra en relato de Gaiferos y Melisendra, narrado por Maese Pedro en capitulo XXVI y al río Ebro y al puente de piedra en la aventura del barco encantado.
En esta aventura, una vez más, Cervantes recurre al recuerdo y a su ya demostrado mágico poder para transformar unas cosas en otras. Así, en anteriores ocasiones, había transformado molinos en gigantes, ventas en castillos y rebaños de ovejas en ejércitos. En esta ocasión transforma un espectacular puente fortificado en un castillo.
La aventura está inspirada en las aceñas construidas por los alemanes en los pilares del puente de piedra de Zaragoza, que estaban en funcionamiento en tiempos de Cervantes, y en las fortificaciones que complementan la construcción para su defensa y cobro del peaje.
Cervantes pudo admirar el puente y cruzar por él el río Ebro en sus posibles viajes a Zaragoza, bien en 1571 para alistarse como soldado en Barcelona (“Cervantes, el Quijote y Barcelona” Carmen Riera) o en 1610 para intentar unirse al séquito del Conde de Lemos, también en Barcelona (“Cervantes en Barcelona” Martin de Riquer).
María Teresa Iranzo habla del impactante efecto que provocaba a los visitantes de Zaragoza su puente de piedra y recuerda como ejemplo lo escrito por Jerónimo Müzert sobre el puente:
“La preclara ciudad de Zaragoza, capital del reino de Aragón, es grande y de forma alargada; háyase a orillas del celebrado Ebro, […], que se atraviesa por un soberbio puente de siete elevados arcos, bajo los cuales hay un gran molino construido por alemanes” (1494-1495).
Cervantes mantiene y acrecienta lo impactante de la obra en su novela, convirtiendo el puente en castillo y los molinos alemanes que estaban construidos en medio del río en aceñas y así nos lo cuenta: “En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban”(II, 29).
Por supuesto, los molinos estaban instalados en el río Ebro, en los arcos centrales del puente de piedra, tal como se observa en el grabado de Antón Van der Wyngaerde en 1563.
La existencia de los molinos construidos por los alemanes en el puente de piedra de Zaragoza y el que Cervantes los conociese, hacen posible que el puente de piedra de Zaragoza fuese el escenario de la aventura del barco encantado.