Manuel Valero.- Aunque oficialmente quedan días para el inicio de la campaña electoral los sufridos candidatos/as que nos representarán en las Cortes (Congreso y Senado), en el Parlamento regional o el Ayuntamiento si son elegidos… hace ya tiempo que están metidos en faena.
Aquí mismo en Puertollano, a la salida de la ciudad, los dos aspirantes (no hay ninguna aspiranta) al Gobierno autonómico compiten en vecindad retratados en amplios carteles que los representan como la quintaesencia de la pureza, la entrega y el amor…sobre todo a los niños, a los ancianos, a los parados y a los menos afortunados de la vida. ¿Hay algo más conmovedor que la foto de un candidato con niño? Los políticos siempre se pirran por fotografiarse con niños, como si fueran a salvarlos de la iniquidad. La pena es que Franco y la consorte Doña Carmen también se paseaban por los hospitales de pobres acariciando la cabecita limpia de algún inclusero. Vuelvo a recordar a Manuel Marín. Me dijo que no le gustaba ir en campaña por ahí besando niños. Si, era un poco estirado pero ante el caramelo derramado infumable del político con niño no sé qué es mejor. Porque entre otras cosas a uno le queda la duda del grado de salubridad moral en el hecho de utilizar a niños concretos como meros cebos electorales, y como escudo humano contra el voto adverso.
La campaña ya ha empezado. La inició el presidente Sánchez con su gobierno permanente y sus viernes electosociales, la inició Emiliano García Page con sus envidos de última hora que son una rémora antigua y poco efectiva, la inició el presidente de la Diputación repartiendo dineros a los pueblos, que para eso está, y hasta la ha iniciado Antonio Delgado, el vecino terrible de la página FB Vecinos de Puertollano que no hace más que dar estopa y gritando como Juan el que bautizó a Jesús que un cambio hace falta, lo que no sabemos si con él de alcalde o no. Ya estamos en campaña digo y uno se pregunta cómo la enfocará cada uno de los aspirantes al gobierno de la villa.
Por lo que se va leyendo por ahí ya se detecta un tic tan casquiviejo como la carcasa de una moto de la guerra: hay que hablar mal, muy mal, terriblemente mal del adversario. O su reverso hay que verse ya investido con las flores de lis del poder: cuando yo sea… Como en las nacionales todos los sufridos compatriotas votaremos bajo la advertencia apocalíptica de la ruptura de España o del retorno de la España imperial de todos los siglos, amen, pues veremos quienes se revestirán con la bandera como guiño semiótico de su españolidad indubitable. Lo forzado canta la traviata hasta en arameo.Somos de extremos y en estos días líquidos, ya lo dijo Iñaki Gabilondo el otro día hablando con Jordi Ébole, no hay tiempo para la duda, el matiz, la combinación de conceptos, el discernimiento tranquilo… No hay tiempo para la relatividad que ya nada es absoluto.
Sea lo que sea habrá que comérselo con patatas (y si es con un filete mejor) porque eso es lo que habrán decidido los españoles. En España se llevan tan mal (aparentemente) los políticos porque les duele el pecado nacional que es la envidieja. A algunos incluso les gusta ser envidiados porque a los que les gusta ser envidiados son en realidad los envidiosillos pata negra con denominación de origen y destino.
De modo que veremos a ver cómo se lo montan en campaña oficial los futuribles. Si yo fuera presidente… perdón, presidenciable, quiero decir, alcaldable iría al grano. No haría la menor alusión a los adversarios aunque dispararan con balas de cañón, enfocaría las duras jornadas explicando mis proyectos y el programa hasta caer rendido, empeñaría la palabra de mi compromiso, y en los canutazos, esos atracos periodísticos de antesala no daría ni un solo titular. Sonriente, pero alejado del lugar común, de la maledicencia del contrincante. reconociendo errores, pateando las calles sin fotos de pose que sonrojan (si hay un fotero por ahí pues que lo haya), evitando hacerme el santón con niños asustados, mesurando las propuestas y tratando de convencer a los electores que mi gobierno sería mejor que el de los otros, y que si fuera preciso pediría ayuda a los otros, e incluso le pediría parecer si el poder fuera absoluto, lo cual hoy es imposible porque hemos dicho que el absolutismo democrático ya pasó a mejor vida.
Cualquier cosa menos el acelerón impostado de los últimos días como si de pronto a los candidatos les hubiera entrado un estrés precandidato (bueno, en realidad así es), menos las promesas a mansalva como si esto fuera un convite tabernario, cualquier cosa menos enciscarme en el adversario que eso aburre hasta los toros de Guisando, y de paso y si es posible, echarle un poco de humor a la cosa. To-do-po-si-ti-fo, na-da ne-ga-ti-fo.
Las campañas no deciden la suerte final de los candidatos pero, como el programa, es el otro ingrediente (el principal es la personalidad de los elegibles) del juego político democrático, y lo que suele influir en la gente a la hora de votar, los indecisos claro, que los propios y decididos ya tienen la papeleta inamovible. Aunque vaya usted a saber: el voto es secreto.
Las campañas electorales son necesarias. Y, si no lo son, debemos convertirlas en herramientas útiles, estudiando los distintos programas políticos y contrastàndolos entre sí.
Pero, para votar sabiamente, debemos hacer una labor constante de control de nuestros representantes durante su mandato, y hacer que la campaña electoral se convierta en un compromiso vinculante con la ciudadanía, y no en una mera proyección de imágenes y discursos……