El servicio de Geriatría del Hospital Universitario de Guadalajara, dependiente del Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (SESCAM) desarrolla, junto a profesionales de la Universidad de Alcalá, el proyecto ‘Diseño y desarrollo de un sistema de detección y análisis de la actividad física y pautas de comportamiento para ayuda al diagnóstico de la fragilidad’.
El jefe de Geriatría del Hospital de Guadalajara, Juan Rodríguez Solís, valora esta colaboración en la que la Universidad, a través del Parque Científico y Tecnológico de Castilla-La Mancha, aporta ingeniería con el fin de ver cómo se puede aplicar la tecnología que desarrollan a la vida real y las necesidades de los pacientes, facilitando su diagnóstico y seguimiento y, como sucede en este caso, tratando de prever y adelantarse a posibles problemas de salud.
El proyecto ‘FrailCheck’ (Frailty+Check) está financiado por la Consejería de Educación, Cultura y Deportes de Castilla-La Mancha y cofinanciado por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional y tiene como fin diseñar, desarrollar y validar un sistema que ayude a valorar la fragilidad en pacientes ancianos a partir de cambios en su actividad.
Para ello participan en el mismo, por parte de Geriatría del Hospital, el jefe de dicho servicio, Juan Rodríguez Solís, y las geriatras Irene Bartolomé Martín e Isabel Rodríguez-Miñón, junto a Juan Jesús García, catedrático de Tecnología Electrónica de la UAH, y la profesora titular de esta Universidad Ana Jiménez. Cuenta además con la colaboración de la residencia Albertia-Las Palmeras, de Azuqueca, representado por su responsable médico, Sofía Rivera.
Juan Jesús García ha explicado que se pretende “evaluar la actividad de las personas, la cantidad de movimiento y velocidad de la marcha, que son parámetros fácilmente medibles, y con ello obtener un patrón de comportamiento de la persona relativa a su movimiento y valorar los posibles cambios reportando esta información que puede resultar útil al personal médico”.
Esto se haría mediante dispositivos que, con una mínima intrusión, permiten estudiar la actividad física de la persona, saber cuánto se desplaza o si utiliza escaleras o ascensor. Para ello se diseña una red sensorial corporal combinada con una balizamiento del entorno con sistemas ultrasónicos que den información sobre la actividad y localización de la persona.
La información obtenida permite extraer un patrón de comportamiento de la persona relativa a su movimiento, y cualquier cambio permitiría al facultativo detectar un posible deterioro físico o cognitivo que pueda hacer prever una enfermedad o la aparición de una sintomatología, o comprobar cómo responde ante un tratamiento, tanto farmacológico como físico o nutricional.
En este sentido, Irene Bartolomé ha apuntado que, “previa a la aparición de un problema clínico, parece observarse que hay una disminución de la movilidad de la persona, una reducción de la marcha y el movimiento, y con esto queremos saber si al valorar ese cambio de actividad podemos anticiparnos a la aparición de ese problema o tratarlo en fases muy iniciales”.
La iniciativa de desarrollar este proyecto para valorar la fragilidad de personas mayores partió de la Universidad, que viene colaborando con el servicio de Geriatría del centro guadalajareño en proyectos relativos al sueño o las demencias, entre otros. El doctor Juan Rodríguez Solís ha querido destacar el valor de esta colaboración que, a diferencia de otras, no consiste en valorar aparatos ya desarrollados sino en trabajar juntos desde el origen y en función de los resultados que se van observando.
El proyecto comenzó a desarrollarse en septiembre de 2018, por lo que se encuentra en una fase muy inicial. En estos momentos se está trabajando con usuarios de la residencia Albertia-Las Palmeras de Azuqueca, para a continuación comenzar este estudio con residentes de una vivienda tutelada de Marchamalo. El objetivo es trabajar a lo largo de los dos años en que se desarrollará el proyecto con entre 70 y 80 mayores voluntarios.
La fragilidad es un estado asociado al envejecimiento que conlleva un mayor riesgo de incapacidad, una pérdida de la resistencia y una mayor vulnerabilidad a eventos adversos.
Para reducir la fragilidad hay que actuar sobre su principal factor de riesgo, la inactividad. Las intervenciones centradas en la actividad física se han demostrado eficaces para retrasar e incluso revertir la fragilidad y la discapacidad, además de mejorar el estado cognitivo y el bienestar emocional del mayor.