Bien cierta es la presencia del hambre en el mundo en algunos enclaves conocidos y repetidos, como nos contó Martín Caparrós en su trabajo El hambre. Por más que se verifiquen recogidas solidarias de alimentos para los comedores sociales y por más Bancos de Alimentos que se organicen para paliar, justamente, las desigualdades en la mesa y en la dieta.
Y por más que lo ignoremos y por más que en algunas partes de ese mismo mundo, que no parece ser el mismo, en estos días en declive de luces, prevalezca la abundancia y el exceso, la jarana y el hartazgo, que contradicen la carestía y la pobreza dietética anteriormente señalada. Baste ajustar el oído y aguzar la vista para descubrir tales diferencias. Reales y sintomáticas.
Hay agendas personales e institucionales que ya rebosan de citas gastronómicas en forma de Comidas de Empresa, en un lapso de tiempo que transcurre entre el 10 de diciembre y el 10 de enero. Tiempo que para algunos se hace interminable-infinito y para otros corto-brevísimo. Listado que ha sido ampliado con otras efemérides semejantes de fogones y manteles, en forma de Comidas de Hermandad, Comidas de lazo y anzuelo, Comidas del Club de campo o del golf, Comidas del grupo corporativo o del colegio profesional, Almuerzos de la Santa Alianza y de la Pérfida Regata, Almuerzos de la ONG a la que pertenecemos, Cenas del partido político en el que se milita, Cenas sindicales, Cenas de la Vieja Alianza con glamour, Desayunos de trabajo, Desayunos con diamantes en Tiffanys, Desayunos de la Asociación de vecinos, coctel de la Asociación del rifle y Meriendas del club de yoga. Asuntos todos ellos que acaban esquilmando la cartera y el sentido de la mesura. Y devorando el hígado.
Componiendo además todo ello, toda esa acumulación de excusas alimenticias y de sobradas calorías, bajo cualquier pretexto, un síntoma del hartazgo contemporáneo en cualquiera de sus formas y expresiones. Hartazgo contemporáneo como única metodología social del éxito y como única vía privada de expresar la solidaridad entre grupos y la fama entre individuos. Como ocurre también, con los magazines del fin de semana de algunos periódicos sonados y sonoros, ahítos de noticias serias y plenos de retóricas vanas. Números extraordinarios de revistas ordinarias, con la publicidad camuflada, bajo la apariencia del reportaje y con la ideología igualmente encubierta en el brillo de los satenes, en los reflejos de la decoración, en la humedad de los labios de la gogó-girl, en la sinfonía de aromas pintados y en los pleonasmos de los hoteles de catorce estrellas. Hartos de colorines y brillos de la fiesta en ciernes, en cualquiera de sus registros y formatos, las revistas del fin de semana nos proponen una anual excursión al reino de Nunca-jamás, equidistante de Jauja y de Avalón y ya próximo a la Arcadia soñada. Y cuyas consecuencias sobre los incrédulos lectores es una lección de hartura y de hartazgo. Hartos de banalidad y del hastío contemporáneo. Del vestido, a la comida, de la cosmética, a los viajes, de las bebidas a los regalos. Todo en un bucle de la hipotética abundancia, tan mal repartida como el hambre misma.
Una abundancia relativa y ficticia que no deja de encubrir una escasez de atributos morales y de cualidades estéticas. Como muestra la decoración de esa almendra del poder mundial que atiende al nombre de Casa Blanca. Donde, por segunda vez, la Primera dama de los Estados Unidos, ha decorado (dicen que ha sido ella, Melania Trump, la responsable del enorme decalage conceptual y decorativo) los múltiples rincones palaciegos de su residencia presidencial. Con atributos del pasado rural y campestre de los Estados Unidos y del fututo de neón y plexiglás que nos aguarda en la esquina siguiente. Atributos formales que recorren la memoria del mal gusto y la pompa característica de lo que denominamos irónicamente, como versallesco.
Para dar a entender también, los atributos morales de los últimos Borbones franceses en vísperas de la revolución gala que los acabaría derrocando y guillotinando. Una casa presidencial, la americana del norte, como escenografía de un tiempo exclusivamente fotográfico y que se caracteriza, o lo pretende, desde la retórica de la abundancia mal distribuida. Abundancia de salones y abetos, abundancia de adornos y acertijos. Pero también, y desde esa misma retórica de lo excesivo y de lo reiterativo, acaba emergiendo el más notable de los hastíos.
Sobre todo cuando advertimos como crece y como se contamina la obsesión por la decoración instrumental de las razones comerciales de todo tipo, y como crece y se extiende las ofertas de los centros comerciales, cadenas alimentarias, jugueterías y todo tipo de bazares. Hasta la saciedad.
Periferia sentimental
José Rivero
Tal cual.
«En la tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos» (Mahatma Gandhi)…….
En Navidad «hay que ser buenos» …por decreto…
El resto del año…da igual.