Anoche me pasó una cosa extraña. Por la mañana, había ido a ver a mi librera. Me asomé a la puerta y le dije:
—¿Tienes algo para mí?
—Sí, pasa. Algo tengo —respondió ella.
Una señora, que ya estaba saliendo, al oírnos, se quedó disimulando mirando las tazas de Mr. Wonderful para cotillear. Seguro que en su cabeza sonaba la canción de Raphael, «¿qué pasará?, ¿qué misterio habrá?». Y se quedó a espiar entre los mensajes de buenrrollismo. El caso es que mi librera, en un mostrador aparte, me enseñó cuatro libros y le dije que me diera dos.
—Elige —me dijo.
—Dame dos y la próxima semana vengo a por más mercancía —le dije con acento de personaje de Fariña.
La señora Wonderful, al ver que el trapicheo era con libros, se marchó desencantada.
Pues llega la noche, las niñas acostadas, yo, sin sueño… ¿Qué hago? Me pongo a leer. Cojo uno de los que he comprado y allá que empiezo.
«Joder, esto YA LO HE LEÍDO». Sigo leyendo y veo que todo me suena y sé qué va a pasar en las siguientes páginas, así que me mosqueo y cierro el libro. «Este ya me lo he leído y mi librera me ha metido uno que ya había comprado». Tengo que decir que soy pésima para nombres y títulos, aunque lo de los títulos ya lo sabéis…
El caso es que me cabreo un poco porque mi librera jamás me falla y está pendiente de lo que me llevo o no. La culpa no es de ella, claro, sino mía por no estar al quite y haber confiado cien por cien en su criterio. Pero seamos realistas: he pagado veinte napos por un libro que ya he leído.
Miro los créditos del libro y descubro que es de 2018. ¡Hum! Eso me mosquea, porque de mi capacidad sí dudo, pero de la de mi librera, no, y es demasiado reciente para que se haya olvidado de que ese libro ya lo tenía. En mi paranoia nocturna, pienso que a lo mejor mi librera ha querido ponerme a prueba: ver si me leo todo lo que me vende. «¡Ajá! Pues mañana se va a enterar…», pienso desde mi cama, más cabreada que Fu Manchú.
El caso es que ya me he desvelado. Busco en Internet información sobre el libro y, efectivamente, se ha lanzado en español en junio del 2018. PERO YO LO HE LEÍDO ANTES. Y no es que me suene un poco y pueda ser un plagio nórdico, es que los escenarios, los personajes, los diálogos, la trama, el estilo… todo era igual a lo que yo había leído. Saco la Jessica Fletcher que llevo dentro y me pongo a las dos de la mañana a buscar en mis estanterías. Antes, mi biblioteca estaba colocada por orden de género, editorial y autor, tan bonica y ordenada como las de las películas de Colin Firth de época victoriana. Ahora se parece más a las piras amontonadas que salen en las pelis de la segunda guerra mundial, pero en mi cabeza hay un orden. Jugando a ser Miss Marple, a las dos de la mañana, sigilosa para no despertar a las bestias, empiezo a bajar los libros. Paso uno por uno y nada. Encuentro de la misma autora y no coincide. PERO YO LO HE LEÍDO ANTES, leñe. Mientras los vuelvo a colocar, sin orden alguno, no creáis que aproveché el tiempo, empiezo a pensar que a lo mejor soy una viajera del tiempo y leí en el pasado, que sería el futuro, y ahora en el presente es cuando descubro mi cualidad. Hace poco estuvimos cenando con alguien que no tenía muelas del juicio porque nunca le habían salido y mi amiga y yo le dijimos que era del futuro, porque hemos leído que las muelas del juicio desaparecerán y los dedos meñiques de los pies. Bueno, os diré que a lo mejor esas ideas surgen, más que por los libros que leemos mi amiga y yo, por los güiscazos con hielo que nos metimos esa noche, que todo es posible.
Sigamos con mi paranoia ESTO YA LO HE LEÍDO ANTES. Descartado el plagio de la autora, descartado el que lo hubiese comprado antes, no sabía por dónde seguir. También que eran las dos de la mañana de un miércoles y eso limita las artes detectivescas a Internet y poco más. Decido seguir leyendo. Y entonces ocurre una cosa muy extraña: más o menos a partir de la página cien, mi cabeza ya no sabe seguir la novela. Ya tengo que leer sí o sí para enterarme de la historia, porque mi «viaje del futuro al pasado lector» me ha borrado la memoria y lo que sucede a continuación no me suena de nada. Terminé el libro sobre las cuatro de la mañana.
Esta mañana lo primero que he hecho al levantarme, aparte de ducharme y tomar cafés dobles, ha sido ir a ver a mi librera. Cuando me ha visto en la puerta, a través del cristal, ha puesto cara de sorpresa. «Te he pillado», he pensado mientras entraba con el libro en la mano. Yo iba dispuesta a formarle un folletín radiofónico, con frases de «no me esperaba esto de ti», «me has decepcionado», «nunca más volveré a confiar en ti». Pero la verdad es que no me he atrevido.
—Tenemos que hablar. —Y he puesto el libro sobre el mostrador—. Lo que me diste ayer no me ha dejado dormir.
Hoy había otra señora pululando por la tienda que, en cuanto me ha oído, ha empezado a mirar las tazas del puto Wonderful, que a ver si las quita de una vez de la tienda, porque no las vende y ocupan sitio, joder.
Mi librera pone cara de emoticono de guasap, el ojiplático.
—¿No te ha gustado?
—Sí, sí —respondo yo intentando parecer ofendida—. Pero LO HABÍA LEÍDO ANTES. YA LO HABÍA LEÍDO. —Y bajando un poco el tonito—: Al menos, las cien primeras páginas…
Mi librera empieza a escacharrarse de la risa. Yo me quedo con cara de tonta, la misma que tengo normalmente pero abriendo un poco la boca, esperando una respuesta. Ella se ríe, pero yo no le veo la gracia, porque me siento estafada por los veinte euros y porque confiaba en ella a ciegas para sus recomendaciones. Joder, que no sabéis la comodidad de ir y no tener que estar mirando, que siempre acierta, que sabe que le digo: «Tengo mucho trabajo» y va la tía y me da libros de no pensar, solo entretener; y otras veces, le digo: «Necesito reír» y me da lo justo; y alguna más: «Dame algo que me haga romper la cabeza» y me lo da. Que una relación así hay que cuidarla porque vale su peso en oro. Es mi catálogo literario personal. Como no quiero que esto acabe, suavizo un poco la conversación:
—El caso es que no me acordaba luego del final ni de cómo transcurría la historia… PERO LO HE LEÍDO ANTES.
Mi librera, que para de reírse porque tiene que tomar aire, con ínfulas de Maestro Yoda, me suelta:
—¿Te acuerdas de un día que viniste y no tenía nada que ofrecerte?
La mujer de las tazas nos está mirando como el que contempla el final de Orgullo y prejuicio. Las tazas ya no tintinean porque ha dejado de darle vueltas al expositor.
Asentí con la cabeza. Yo no quería acabar esta relación, no iba a encontrar a nadie como ella.
—Me dijiste que llegaba el fin de semana y no tenías nada para leer. Y entonces te di los avances que me dejan las editoriales, ¿te acuerdas?
Recordé ese día. Me dio varios; de hecho, le pedí que me reservara dos de ellos cuando salieran, que me habían gustado.
—Sí. Me acuerdo.
—Bueno, pues uno de ellos era este libro. Por eso, te sonaba la historia hasta la página cien, porque ahí acababa el avance, en ese capítulo.
Entonces, comprendí todo: que no era una lectora viajera del tiempo, que a partir de ahora deberé prestar atención a los títulos que leo, que debo organizar la biblioteca y que hoy necesito litros de café.
—
Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira
Con todo mi cariño a los libreros.
Estupendo.
Nuestro cerebro nos engaña constantemente y nuestros recuerdos no son lo que creemos. Aunque la memoria del buen aficionado a la lectura nunca falla. He aquí el ejemplo….
Creo que esto ya lo he leído antes.
😉