Fue antes, mucho antes de que los dueños de la fundición me hicieran encargado de la misma según completé mis estudios de Bachillerato y me formé en la ciencia contable cuyos arcanos me reveló don Igimio Casares.
Memorias de un hombre común
Manuel Valero
Capítulo 15
Mucho antes de que al cerrar el negocio me hiciera socio de la misma y con la venta del solar abriera una ferretería industrial de la que he vivido hasta ahora y me ha dado para una jubilación holgada y para pagar los estudios de mis dos hijos, que uno se fue para médico para curar hombres y otro para veterinario para curar animales, aunque con el tiempo no se me alcanza discernir qué cura uno y qué sana otro. Yo era un pendejo adolescente que vivía la vida según venía a mano entre mi trabajo forjador, mis estudios, mis lecturas y capitaneaba las mieles de la edad como un balduendo sin cabeza pero sin demasiados estragos. Era un buen chico, un poco pendejo pero soportablemente social que sólo una vez recibió en el carrillo izquierdo de la cara la gran hostia paterna al acudir a casa a una hora no dispuesta para la gente de bien. Luego de eso nada. Al contrario, mi padre estaba contento con su heredero de casi nada y mi madre apenas se llevó una amargura por mi conducta. Yo creo que mi padre disfrutaba más de mi inocente parrandeo que cuando me sumergía en mis estudios porque decía que estudiar era cosa de ricos y nosotros apenas teníamos lo que ganaba mi padre arreglando culos de silla o cuando leía, que era un afición tan inútil como precursora de locuras extrañas. Una historia muy bien interiorizada esta de enloquecer con los libros. Fue mucho antes de los tiempos en que la madurez amansa la temeridad y el destino tranza definitivamente el camino que se ha de hollar.
Y fue que conocí a Roberto Padilla en un baile de juventud de finales de los sesenta que se hacía todos los sábados en un local de bodas antes de que llegara al pueblo la primera discoteca. Yo andaba por ahí con unos cuantos. Apenas conocía sus nombres y solo compartíamos la actividad pandillera necesaria para hacerse hombres. Con mi paga fresca, la que me correspondía después de apontocar lo destinado a la economía familiar, mi pantalón de pana y una cazadora de golfo que me hizo una modista que vivía en el barrio andaba olisqueando el ambiente en busca de alguna chavala digna de ser coparticipe en mis brazos de seductor de las canciones que ponía el de los discos. Obviamente no había quien manejara en la mano el vaso del cubalibre y el pitillo como yo… hasta que llegó él. Se acodó en la barra con su chupa de cuero y su pelo a lo beatle y jugaba con el cigarro en la boca a llevárselo de una comisura a otra con sus gafas de sol y su peine de metal en el bolsillo trasero del pantalón. Trabajaba en el montaje, ganaba pasta y el hijo de puta tenía una moto vespa aparcada a la entrada del baile como si fuera su caballo. Algunas chicas lo saludaron y él hizo otro tanto con displicencia. Pidió un botellín y el camarero que lo conocía se lo vació en un vaso y se lo deslizó por la barra. Sí, como en las películas de vaqueros. Pero el chorbo anda mirando al personal y cuando oyó al camarero que lo llamó por su nombre se volvió, pero no con la velocidad y la presteza como para atrapar el vaso de cerveza. Fui yo el que lo cazó. Me miró, le sonreí, le pasé el vaso y de esa manera nació una amistad que aún dura porque de vez en cuando nos hablamos por las cosas estas de las redes. Él se casó ya mayor después de recorrerse España y medio mundo en los montajes y retirarse con un bolsillo lleno y otro también. Siempre que nos veíamos, cada vez más esporádicamente, parecía como si nunca nos hubiésemos alejado. Pero antes de que el destino nos pusiera a ambos en las sendas acordadas pasamos unos años inolvidables. Ni qué decir tiene que él influyó en mi como de alguna manera yo influí en él y desde que charlamos aquella tarde, bailamos el rock and roll, el twist y lo que se pusiera de por medio y nos acaramelábamos con las chicas que aceptaban nuestra invitación para bailar cuerpo contra cuerpo, hicimos un tándem que era la envidia de la juventud local, los locales de jóvenes, los billares, los cines y las calles que cabalgamos los dos a lomos de su vespa. Ahí estaba la amistad, la buena, la clara, la que no tiene velos, la imperecedera e inmarcesible, lo mío tuyo, lo tuyo mío, guitarra, vino y canción como cantó años después Serrat, y con cuya letra coincidimos salvo en los de la novia pa los dos, porque cada uno se buscaba los chuscos por su cuenta, si bien es cierto que siempre o casi siempre triunfábamos, eso sí, sin ir más allá de lo que se iba en aquellos años porque acostarte con una chavala en una cama en pelota viva vino después como la experiencia de las putas, que el que más o el que menos de aquella generación apunta esa experiencia en su expediente vital, así que no nos pongamos estupendos. Ya sabéis a qué me refiero. El sexo lo justo para salir indemnes de una siembra no deseada. Que una chavala se quedara preñada en aquellos años o que simplemente decidiera follar con un tipo al que acababa de conocer no entraba dentro de la formalidad vigente. Pero qué años, qué canciones, qué grupos, qué tardes de sábado en el baile con Los Rolling, Los Bravos, Ottis Redding… y qué bailongeo juntos con canciones memorables. Son tantas que se me agolpan tan desordenadas que soy incapaz de rescatar una del ovillo. Había una sí, mis manos en tu cintura de Adamo, que yo le cantaba a mi pareja de baile en la orejilla y ella se extremecía, me sonreía y me apartaba dulcemente los labios cuando intentaba besarla o se dejaba besar sin más. Ya me dirán si estas hazañas tan colosales y menudas son propias de unas memorias, pero ahora cuando contemplo aquella época desde los años en que parece que todo ha pasado y tratas de entender este mundo loco de hoy, me ha apetecido escribirlas quien sabe si por un deseo nostálgico de volver a vivir aquellos tiempos viejos y tan nuevos. Y cómo no, otra vez, la evocación de mi tío Paulino y su concepto de las relaciones humanas. “Desconfía de quien dice ser amigo de todo el mundo”. Yo tuve solo uno, Roberto Padilla.
¡Qué tiempos aquellos!
Y es que los lazos de la amistad son más estrechos que los de la sangre y la familia……