Todos hablan hoy, 2 de octubre, de Charles Aznavour muerto ayer a los 94 años y en vísperas de un nuevo concierto en Bruselas, que ya nunca se celebrará. Al menos que se haga con formas de reproducción mecánica y audiovisual y se proyecte cualquier grabación de Aznavour. Incluso, que proyecten algunas de las secuencias de las películas en las que intervino. Yo me inclinaría por la pieza de 1960, dirigida por Françoise Truffaut Tirez sur le pianiste. Otras fuentes se inclinarían por el breve paso del chansoneur parisino por El tambor de hojalata, la pieza de Völker Scholöndorf basada en la novela homónima. Y no hablo de estaturas ni de estatuas, ahora que Anne Hidalgo, alcaldesa de Paris, aunque nativa de San Fernando, haya propuesto nominar una calle o mejor, un boulevard parisino, con el nombre del cantante. Y ello acabará indefectiblemente, con un bronce erigido en Bois Boulogne en recuerdo del cantante.
Pero tal día como hoy, y resultan raro los silencios mediáticos, celebramos en cincuentenario de la muerte de Marcel Duchamp. Que es otra suerte de referencia dual del arte contemporáneo y de su destino implacable e imparable. Un artista o un truhan que formula un reto imparable a la historia de la representación pictórica, al tiempo que sólo se interesa, o dice interesarse, en el ajedrez como problema y como encrucijada.
Encrucijadas que van desde la invención del Ready-made, hasta el abandono de la pintura misma a favor del ajedrez como ‘cosa mental’. Justo lo que Leon Batista Alberti precisara de la pintura en su tratado del siglo XVI De pintura. Unos Ready-made que prolongarán su indiferencia conceptual y visual, desde el Dadá inicial en el que anduvo, a ciertas estribaciones ambivalentes del Surrealismo y de sus Dèja vue, sus Cadavre exquis o los más peculiares Objects trouvés. Mostrando cierto paralelismo entre la serialidad maquinista, abstracta e industrial de los Ready-made y el automatismo inconsciente y antimaquinista de los juegos surrealistas. Con todo ello, y para abrir como para cerrar un trayecto en 1917 se le ve participar en la Sociedad de Artistas Independientes donde, bajo la firma de R. Mutt, presentó el famoso urinario con el nombre de Fountain. Pese a ese aviso, puede decirse que desde 1915, Duchamp pintó muy pocas obras, aunque continuó trabajando, de forma discontinua, hasta 1923 en su obra maestra, La novia puesta al desnudo por sus solteros, incluso, una obra abstracta, conocida también como El gran vidrio(Le grand verre). Y una obra retrasada, como cita y repite Ángel González.
Y que juega por ello, como muestra con ironía Ángel González, al retraso, en su trabajo enorme, El Resto. Una historia invisible del arte con contemporáneo. Y como se refleja en varios pasajes de las entrevistas sostenidas entre Pierre Cabanne y Marcel Duchamp, en su libro central de 1967 Conversaciones con Marcel Duchamp, que recoge las conversaciones sostenidas en 1966, en vísperas de cumplir Duchamp los ochenta años. Conversaciones y entrevistas donde al ser interrogado por distintos problemas del Grand Verre, Duchamp responde, esquivo y oblicuo sobre ese Vidrio retrasado en palabras de Ángel González. Tan retrasado como él mismo.
O como prefiere porfiar Álvaro Delgado-Gal en su singular reflexión, no menos irónica, Du côté de chez Duchamp. Que juega a la convergencia imposible de Marcel Proust y de Marcel Duchamp, como si de dos Marcel se tratara: dos personas y un sólo dios verdadero. “Lo que Duchamp añade a la impugnación romántica de la forma bella es la disociación entre forma y expresión. De esta doble negación surge un arte cuya forma es indiferente, en un doble sentido”. Tan indiferente como para aceptar la doble boutade duchampiana, doble Marcel, que subraya Delgado-Gal, de que “sont les regardeurs qui font le tableaux”, y la de que “un objeto cualquiera puede ser elevado a la dignidad de obra de arte si así lo decide su creador”.
Hay objetos elevados a esa dignidad artística por voluntad de sus creadores. Como ocurre con el White Album, o Álbum Blanco de The Beatles, del que justamente el próximo mes, 9 de noviembre,e celebramos el mismo cincuentenario que con Duchamp. Y que no tiene nada que ver con las violetas de Cecilia del mismo día. Aunque allí, con Duchamp, fuera un final físico efectivo y en el White Album fuera otro final que se barruntaba y que contaba hace unos días Diego Manrique en su suelto Cuando los Beatles rompieron los esquemas. Y empezaron a romperse ellos mismos. Como refleja, y así lo dice Manrique, la naturaleza dual y fragmentaria del disco Doble Blanco, donde “cada cual comenzó a funcionar por su cuenta, por ego y conveniencia”. Y ello no impide un viaje tan intenso desde el Glass onion (una rememoración de lo que fuimos antes, plagada de auto-citas y referencias) al concluyente Good night, que formula otra suerte de despedida.
Una despedida como la que formulamos meses atrás, recordando el Mayo del 68 sepultado por el polvo de la historia desde las circunvalaciones del tiempo y por las circunvoluciones, de las cosas y del cerebro. Y es que de todo hace ya mucho tiempo.
Periferia sentimental
José Rivero
Y es que los genios crean tendencias que cada cierto tiempo vuelven y se vuelven…..