Manuel Cabezas Velasco.- Aciaga suerte corrió el personaje que nos ocupa. Resignado e indolente, en un mal día, así el diestro lo manifestaría. La impotencia pudo empañar aquella tarde de 26 de agosto de 1927 (25 según un cartel taurino) para el resto de toda una vida. Lo acaecido se dio en la Plaza de Toros de Almagro teniendo como protagonista a Joaquín Rodríguez Ortega, más popularmente conocido como “Cagancho”. El dicho es de sobra conocido de ahí la introducción, aunque también sería usado para calificar su maestría en la suerte taurina en otras tardes de mejor lance, como “armar la de Cagancho en las Ventas”, por poner un ejemplo.
Volviendo a lo ocurrido en aquel día, parecía que los acontecimientos venían anunciando una pésima jornada para el torero de Triana.
Aunque meses antes de la citada tarde había tomado la alternativa como matador, la fulgurante carrera del descendiente de la saga de cantaores de los Caganchos, había convocado a numerosísimo público que quería disfrutar de su maestría.
Ese día parecía no ser el más indicado para salir a hombros del coso almagreño, pues todo parecía ir en su contra, sus compañeros de toreo así parecían mostrarlo: mal comenzó la suerte de Antonio Márquez cuando comenzó su lidia, la bronca fue su pago además de perder la muleta en la suerte. Su reacción fue la de apuñalar al toro. Como consecuencia de ello, la presidencia le llamaría al orden, lo que se hizo extensible en el público con una atronadora bronca.
La faena continuaría con Rayito, quien pareció tener más suerte. Pero entonces llegó el tercero de la tarde, el que correspondía a Cagancho, aquel toro colorao y bragao que desarmó al diestro, arrebatándole el capote, y propiciando la huida del trianero. La barrera fue superada por el diestro, provocando el bochorno en el público asistente, ante la cobardía mostrada por el torero. La alarma se despertó, entonces, en el jefe de destacamento de la guardia civil, pues tomó la decisión de prohibir el acceso al público al callejón para evitar represalias hacia el maestro de Sevilla que seguía con sus despropósitos, pues no hacía nada más que pinchar al toro – llegando hasta nueve veces – y, para finalizar la faena, la suerte del descabello la acometería hasta en cinco ocasiones.
Aún la tarde estaba mediada y el ambiente caldeado. Márquez y Rayito, en su segundo toro, parecieron cumplir con el trámite, aunque todo el mundo estaba expectante ante el final de la corrida, cuyo diestro era nuevamente el gafado Cagancho. La tarde fue de mal en peor. El diestro trianero seguía con la negra. El golpe de efecto lo protagonizó el propio torero al aparecer con una muleta de enormes dimensiones, dando incluso pases con el pico de la tela, en uno de ellos.
La fortuna le era huidiza esa tarde a Joaquín Rodríguez, pues los nervios que le atenazaban le llevaron a propinar un espadazo al toro en el mismísimo vientre, y otro más tarde. La reacción del animal no se haría esperar, encarándose con Cagancho, lo que provocaría que este arrojase los trastos al suelo para irse a refugiar al mismísimo callejón, y por encima de la barrera apuntaba al toro propinándole sucesivos espadazos para su defensa en los momentos en los que el toro se acercaba. El toro parecía casi un colador pues tenía numerosos pinchazos en distintas partes del cuerpo, aunque ninguna había sido la certera. Por ello, el animal aún permanecía vivo, lo que provocaría la osadía del público asistente, que incluso se animaría a saltar al propio ruedo. La Guardia Civil quedó, por entonces, desbordada antes la avalancha de la gente que descontrolada perseguía al diestro trianero, que tenía por defensa la espada que no había sabido usar frente al toro.
Su intento de huida fue en vano, pues sería arrollado por el propio público, quien lo apalearía de cualquier manera. Mientras tanto, el toro asistía ojiplático ante tal coyuntura, persiguiendo a la gente que encontraba a su paso, llegando a envestir a más de uno.
Transcurrido un tiempo, el desafortunado Cagancho se vio rodeado de un nuevo destacamento de la Guardia Civil, que fue en su ayuda para sacarlo de la plaza. Disturbios aún había. A caballo las fuerzas del orden trataban de aplacar los ánimos, mas la fecha fue desde entonces conocida como una de las broncas más sonoras que un espectáculo público había provocado en suelo patrio.
La localidad de Almagro, lejos de su corral de comedias, vería empañada su memoria por aquel dicho que los españoles siempre recordarían de “quedar como Cagancho en Almagro”, el cual se incluiría en el refranero popular ejemplificando el más rotundo de los fracasos.
Titulares de prensa se agolparían ilustrando aquella fatídica tarde, como el de “La voz de Menorca”, que rezaba:
“UN MOTÍN TAURINO
El diestro Cagancho abofeteado por un espectador; a Márquez le imponen cuatro días de cárcel, y dos banderilleros multados” [1], siguiendo la noticia de esta guisa:
“Almagro 26.- He aquí los nuevos pormenores del poco edificante espectáculo ocurrido en esta plaza con motivo de la corrida celebrada ayer. Cuando se lidiaba el sexto toro, el bicho arrolló al banderillero Guerrilla. El matador Márquez, que se encontraba al lado, en vez de hacer el quite, huyó, entre la bronca del público. Este episodio pareció ser el punto de partida de una bronca que llegó a tener caracteres de motín. Cagancho, otro de los matadores, dio una media delantera y una serie innumerable de pinchazos, que motivaron una violenta reacción del público…
… El presidente impuso a Márquez cuatro días de cárcel y 50 pesetas de multa. Cagancho salió de la cárcel a las once y media de la noche, después de abonar 1.000 pesetas de multa. Los banderilleros fueron multados con 250 pesetas” [2]
En “El avisador numantino”, la noticia se recogía así:
“CAGANCHO ABOFETEADO Y CONDUCIDO A LA CÁRCEL
La segunda corrida de feria celebrada en Almagro resultó un verdadero desastre.
Especialmente la lidia del último toro transcurrió en medio de una bronca espantosa, siendo apedreado Cagancho por su ridícula faena.
El gitano se fue del toro sin querer matarlo, y tuvo que apuntillarlo Rayito para evitar una desgracia, pues el público había invadido el redondel.
Un espectador abofeteó a Cagancho.
La Guardia Civil, por orden del presidente, detuvo al diestro y lo condujo a la cárcel.
Para salir de ella tuvo que pagar una fuerte multa.
El Gobernador Civil le ha impuesto, además, otra multa de 500 pesetas.” [3]
Aún más sensacionalismo se desprende de las palabras vertidas en el “Noticiero de Soria”, pues así reza el acontecimiento:
“Croniqueando
Nuevo escándalo torero
Otra vez la prensa nos da la sensacional noticia de un formidable escándalo ocurrido en la plaza de Almagro, provincia de Ciudad Real, villa de ocho mil almas.
Toreaban ó simulaban torear los <diestros> <Márquez, Rayito y Cagancho, y cuentan las crónicas que el difunto Joselito se alzó del asiento en que está colocado en el mundo del misterio, para protestar airado de la actitud de los toreros.
¿Y esos son los astros de primera magnitud del firmamento taurino?
– Siendo así, que con su actitud hostil hacia los públicos, y en lugar de ir a lucir el arte de Cuchares, van a cobrar unos miles de <plumas> y a alterar el orden en los pueblos tranquilos, no nos debemos extrañar que los pobres novilleros que ganan dos reales en corrida no queden a la altura de las circunstancias que el público deseara…” [4]
También, por tierras de Galicia, la noticia se hizo eco en páginas de “El Progreso”, de la siguiente manera:
“Las lindezas de la “fiesta nacional”
De <triunfo> en <triunfo>
Ciudad Real.- En el Gobierno Civil se ha facilitado una nota oficiosa diciendo que, como resultado de la corrida de toros celebrada ayer en Almagro, se impusieron 250 pesetas de multa al diestro Márquez, por entrar a matar sin hacer nada con la muleta.
Otra multa igual se impuso a cada uno de los banderilleros<Guerrilla> y <Posadero> de la cuadrilla de <Cagancho> por pinchar a un toro con puntillas que llevaban ocultas entre los capotes.
Además, se impusieron 500 pesetas de multa a <Cagancho>, el cual ingresó en la cárcel por negarse a matar, por miedo, el primer toro, metiéndose corriendo entre barreras, lo que dio lugar a que el público intentara agredirle, haciéndose precisa la intervención de los agentes del orden público” [5]
Última muestra – aunque la prensa de la época está llena de ejemplos innumerables – de lo ocurrido aquel día (25 ó 26 de agosto), es lo referido en la crónica de “El pueblo. Diario republicano de Valencia”, de la siguiente guisa:
“TOROS
ALMAGRO
Márquez, Rayito y Cagancho.
Ganado de Pérez Tabernero.
Buena entrada.
Primero.- Márquez veroniquea con lucimiento.
El picador Zaragoza es conducido a la enfermería con un fuerte golpe en el hombro.
Márquez hace faena de dominio con la muleta.
Media estocada buena.
Segundo.- Rayito veroniquea bien, siendo aplaudido.
Hace faena lucida.
Intenta muletear por naturales, pero se queda el bicho.
La faena termina con varios pases de pecho buenos, dos pinchazos y un descabello.
Tercero.- Cagancho buenas verónicas. Hace faena sufriendo achuchones.
Un pinchazo, media estocada, otra media y descabella.
(Pitos)
Cuarto.- Márquez hace faena temeraria con buenos pases, intercalando rodillazos.
Media estocada y descabella.
Quinto.- Rayito es ovacionado al torear con la capa.
Cagancho entusiasma en un quite.
Rayito hace faena regular con pases de pecho malos.
Estocada y descabella.
Sexto.- Cagancho lancea regular.
Hace faena medrosa.
Se inicia la bronca.
Empieza a pinchar y suena el primer aviso.
El público, en pie le increpa.
Cagancho abandona la espada y la muleta y se mete en el callejón esperando que salgan los mansos.
Rayito apuntilla al toro.
El público intenta lynchar a Cagancho habiendo necesidad de simular la guardia civil dos cargas para contener a la multitud.
Cagancho, por orden del gobernador ingresó en la cárcel” [6]
El vestido plateado de Cagancho esa tarde no brilló lo suficiente pues tuvo que refugiarse en el salón de actos del Ayuntamiento de la localidad almagreña, custodiado por la benemérita, calmando sus nervios con un pitillo de forma indolente y con cierto pesar, y, ante la inquisitiva del jefe de la guardia civil que le custodiaba, respondía: “Así es la vida. Yo quería quedar bien, pero lo que no pue zé, no pue zé”.
Una mancha en la carrera del gitano trianero de ojos azules que no empañaría otras tardes mucho más agraciadas, tanto en suelo patrio como en tierras mexicanas.
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Hace ya más de cinco años que el mundo del cine ciudadrealeño perdía a uno más de los que no fueron profetas en su tierra. Uno de los que tuvo que “cruzar el charco” para ver recompensada su categoría en el séptimo arte. Hace menos de un lustro se le recordaba con una exposición fotográfica en la quinta edición del Festival de Cine de Castilla – La Mancha (FECICAM) [7]. Irónicamente su parentesco le acercaba a aquel que estuvo durante casi cuatro décadas imponiendo su ley tras haber tomado los designios del país mediante un golpe militar y la posterior guerra civil, que aún tantas ampollas levantan. Hablamos, en este caso, del director, guionista y productor de cine Miguel Morayta Martínez.
El fallecido centenario había nacido a comienzos del siglo XX en la localidad ciudadrealeña de Villahermosa, un 15 de agosto de 1907.
De familia de tradición republicana, siendo su padre médico, Diputado a Cortes y Presidente de la Diputación Provincial Francisco Morayta, y su abuelo Miguel Morayta Sagrario periodista y catedrático, republicano y anticlerical, cuando llegó la guerra civil se encontraba como militar republicano con el rango de capitán de artillería.
Sería condecorado en diversas ocasiones, aunque al pertenecer al bando perdedor, su última resistencia militar la llevaría a cabo en Barcelona, pasando posteriormente a Francia, dirigiéndose luego va África, para finalmente encaminarse al otro lado del Atlántico en 1941, con destino a Veracruz.
Durante la década de los cuarenta, y dos años más tarde, se había instalado en la ciudad de México. Allí debutaría con la realización de la película Caminito alegre, donde actuarían Sara García, Isabela Corona, Ángel Garasa y Carmen Montejo. Así comenzaría la carrera de uno de los máximos exponentes del cine mexicano en su edad de oro.
En 1944 vendrían películas como Diario de una mujer o Una sombra en mi destino, de los que sería su guionista, también director de La hermana impura (1947) y productor de Hipócrita (1949).
Con la década de los cincuenta comenzaría dos décadas en los que sería director, guionista o productor de diversos títulos. En el primero de ellos cabe citar: Amor perdido, del que también sería su guionista; Camino al infierno (ambas de 1950), Delirio tropical (1952), guionista también en ambas; Dancing, Salón de baile, también productor; El mártir del calvario (de 1952); Dos mundos y un amor; El secreto de mi mujer (de 1954); Limosna de amores (1955), también como guionista; El médico de las locas (1956); La despedida (1957); La venenosa; Amor se dice cantando; Socios para la aventura (de 1958); Dos tontos y un loco (1961); El vampiro sangriento (1962); Los derechos de los hijos (1963); ¡Ay Jalisco, no te rajes! (1964); Los reyes del volante (1965); El falso heredero (1966), también guionista; Detectives o ladrones (1967); Dos gemelas estupendas (1968); La guerrillera de Villa; La princesa hippie (de 1969); Las tres magníficas; Juan el desalmado (de 1970); Capulina contra los monstruos (1973); El sonámbulo (1974); Laberinto de pasiones (1975); y Los amantes fríos (1978). Además, sólo de guionista destaca en títulos tan conocidos como Pena, penita, pena (1953); y El robo de las momias de Guanajuato (1972). Y también participó en la producción de Vagabunda (1950).
Los numerosos títulos – en torno a unos ochenta –, muestra una carrera con gran diversidad de géneros, tanto cine de rumberas, comedia urbana, realizaciones musicales o melodramas históricos. El cine fantástico o de terror tampoco escaparían a su buen hacer, convirtiéndose incluso en un auténtico trampolín para figuras muy conocidas de la década de los cincuenta y sesenta, destacando entre otras a la también paisana Sara Montiel, Joselito, Lola Flores o Pili y Mili.
En un artículo de hace casi una década se le rescataba del olvido mostrando la investigación de Domingo Ruiz, autor del libro “35 películas de Miguel Morayta” sobre un centenario todavía lúcido que recordaba desde aquel México que le acogiera décadas atrás cómo había sido su azarosa vida. Como ejemplo de aquello, refería lo que le aconteciera en un campo de concentración de la Francia ocupada y su posterior partida hacia México. Así lo indica Antonio Regalado:
“Con una mente despierta para su edad, Miguel Morayta recordaba que <en un campo de concentración de la Francia ocupada, una vieja amistad con un fotógrafo alemán a raíz de su afición mutua por el cine le salvó la vida, ya que su amigo era entonces comandante de la Gestapo y le libró de morir fusilado>. Al llegar a México los recibió el Gobierno del presidente Cárdenas, les dio 300 pesos (unos 20 euros de hoy) y <a la calle, a buscarse la vida>, recuerda con humor este ilustre escritor manchego. Él se resistió a trabajar como sus compañeros en una fábrica. <Yo al cine, dije>. Y ahí empezó su odisea. Ochenta y cinco películas dirigidas y una veintena más como guionista. Domingo Ruiz, considera que es <el último romántico del séptimo arte, su oficio es hacer películas divertidas>” [8]
Su relevancia en el cine mexicano fue así reconocida en 1988 al serle otorgada la Medalla de Oro al Mérito del Director por su cincuentenario en el cine de aquel país. La Sociedad Mexicana de Directores – Realizadores de Obras Audiovisuales, de la que fue fundador, así lo hicieron.
En el mundo del cine mexicano había puesto su sello al fundar la Ciudad Cinematográfica de México – conocidos posteriormente como Estudios Churubusco –, la Sociedad antes citada e, incluso, el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica y de la Sociedad General de Escritores de México.
Desgraciadamente, como señalaba el fotógrafo Manuel Ruiz Toribio, con motivo de la exposición homenaje del FECICAM en 2014, “Miguel Morayta no es un exiliado, sino un excluido”, pues “en Ciudad Real, ni en España, no se le ha hecho demasiado caso nunca a su figura, algo que tampoco ha ocurrido en México de una manera contundente” [9]
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Finalmente nos queda recordar a alguien que tristemente falleció en un mes de agosto. Su vida, sin embargo, no pareció valer nada para aquellos que le ejecutaron. Las guerras tienen esas consecuencias, pues siempre hay víctimas y el personaje que nos ocupa fue una de ellas.
Había nacido un 16 de abril de 1900 en la localidad vallisoletana de Bercero y 6 días más tarde sería bautizado con el nombre de Julio Melgar Salgado. [10]
Siendo el hijo del veterinario Dionisio Melgar Berceruelo y de Laureana Salgado, ocuparía el penúltimo lugar de once hijos.
Sus pasos los encaminaría hacia la vocación religiosa, al igual que ocurriría con algunos de sus hermanos de sangre, como su hermana mayor Marcelina y su hermano pequeño Ángel.
Durante su infancia, la parroquia que le vio nacer era un entorno habitual de juegos, para ayudar en misa o incluso cantar en el coro.
La vocación temprana de Julio le impulsó a pedir a sus padres que fuese ingresado en el seminario de Valladolid con apenas diez años, hecho que ocurrió dos años después.
Por aquel entonces el cardenal Cos regentaba la Universidad Pontificia de la diócesis y su abuelo José le sufragaría la compra de una sotana. En aquellos momentos la música se convertiría en su pasión y el piano el medio para llevarla a cabo.
Al finalizar las disciplinas eclesiásticas y recibir las órdenes menores, sus padres le obsequiaron con un viaje a Toledo. Era 1923 y la fascinación que sobre el joven Julio despertó el patrimonio de la otrora ciudad imperial y su majestuosa Catedral le causaron una gran impresión. A ello se uniría que su tía le presentaría a una dignidad de Chantre de la Iglesia Mayor y fundador del colegio para niños huérfanos o pobres, don Joaquín de Lamadrid. Este encuentro sería crucial en su vida pues le pondría en contacto con alguien con el que quedaría vinculado hasta el fin de sus días: el futuro obispo Narciso de Esténaga y Echeverría.
Narciso de Esténaga era por entonces canónigo de la Catedral Primada, y a finales del año anterior había sido preconizado obispo prior de Ciudad Real y el 22 de julio de 1923 sería consagrado en Madrid.
Mientras tanto, el seminarista Melgar permanecía en el colegio de huérfanos de Toledo, que había sido su casa desde muy niño.
La nueva diócesis a la que se incorporó Esténaga tras su consagración sería Ciudad Real desde el 12 de agosto de 1923. Él mismo ordenaría sacerdote a Julio Melgar, convirtiéndose desde ese momento en su secretario particular, familiar hombre de la mayor de las confianzas.
El trabajo pastoral llevado a cabo por el obispo tuvo gran ayuda en su secretario a partir de entonces. Dicha labor se extendería a lo largo de la dictadura de Primo de Rivera y con la posterior Segunda República.
Entonces llegó el año fatídico después de estar trece años juntos, codo con codo: 1936. La inquina. El odio. Las represalias. La sangre. Todo ello comenzó a asolar los campos y tierras del territorio peninsular. Daba igual que fuesen de uniforme o civiles. De izquierdas o de derechas. La espiral de violencia había provocado la creación de dos bandos irreconciliables, donde a buen seguro que siempre quedarían víctimas inocentes.
La valentía del obispo no dejó lugar a dudas. No iba a huir de su diócesis.
Comenzó el asalto al palacio episcopal y a la Catedral. El 8 de agosto el diputado José María Mateo les buscaría refugio en una casa particular, la de Saturnino Sánchez, hacia la que salieron con un hatillo de ropa en la mano, el 13 de agosto. [11]
El expolio del tesoro de la Catedral y el de la Virgen del Prado acaecería la víspera de la Asunción, siendo derribada su imagen secular del altar y posteriormente destrozada.
Llegaría entonces la fatídica fecha del 22 de agosto de 1936. Mientras Monseñor Narciso Esténaga decía su última misa en el oratorio privado de Saturnino Sánchez, la casa se vio rodeada por dos coches de milicianos que gritando exigieron la salida de la casa del Obispo. La resistencia no se hizo esperar y los milicianos amenazarían con dinamitar la puerta.
La respuesta del Obispo fue abrirla y entregarse a sus captores (¡Vamos a donde queráis!, señaló). Estos solo querían llevarse al Prelado, mas la lealtad del secretario, Julio Melgar, le llevó a introducirse en el coche para acompañar a su Monseñor en tan adversas circunstancias.
El destino fue partir por la Puerta de Toledo en dirección a Peralvillo, donde se hallaba el lugar conocido como “el Piélago”.
Julio Melgar sería el primero en ser fusilado, disparando después sobre Monseñor Narciso Esténaga, habiéndole apuntado a la mismísima cabeza lo que provocaría la desfiguración de su rostro.
Los cadáveres, a pesar de que en un primer momento fueron arrastrados para llevarlos hasta el río, finalmente quedarían abandonados a su suerte.
Al día siguiente un zagal encontró los dos cuerpos y, por algunas de sus vestiduras, identificaron el cuerpo del Obispo. Más tarde, tras ser recogidos en un camión, serían llevados al depósito del cementerio y depositados en dos sencillas cajas de madera, para posteriormente ser enterrados en la Sepultura del Cabildo.
Recuerdo de aquello es el testimonio que se erige como monumento en el lugar del martirio [12], además de la losa sepulcral con inscripción en latín cuyo texto en castellano vendría a decir: “Aquí yace el Excmo. Sr. D. narciso de Esténaga y Echeverría, Prior de las cuatro Órdenes Militares, que echado a la fuerza de su casa, derramó su sangre por Dios y por su grey a la que no quiso abandonar en el furor de la guerra civil, el día 22 de agosto de 1936. Tú, que duermes en la paz del Señor, no nos desprecies a nosotros arrojados a las borrascas de la vida.”
Además de esta referencia en el templo, dos calles recuerdan a ambos, siendo la de Julio Melgar ubicada en la barriada del “Padre Ayala” desde 1958, siendo también recordado en el libro de Francisco del Campo Real “El beato Julio Melgar Salgado, el secretario fiel”.
Llegaría el mes de mayo de 1940 cuando los restos del Obispo Narciso Esténaga serían trasladados a la Catedral y, junto con su secretario, ambos serían beatificados el 28 de octubre de 2007, en Roma.
MANUEL CABEZAS VELASCO
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[1] “La voz de Menorca” (1 de septiembre de 1927)
[2] op. Cit.
[3] “El avisador numantino”
[4] “Noticiero de Soria” (29 de agosto de 1927)
[5] “El Progreso” (27 de agosto de 1927)
[6] “El pueblo. Diario republicano de Valencia” (26 de agosto de 1927)
[7] Alumbre homenajea a Miguel Morayta en su décima exposición, miciudadreal – 9 febrero, 2014, en http://www.miciudadreal.es/2014/02/09/alumbre-homenajea-miguel-morayta-en-su-decima-exposicion/
[8] REGALADO, ANTONIO: Miguel Morayta: Un olvido de cine, 30/10/2009, en https://www.abc.es/hemeroteca/historico-30-10-2009/abc/Toledo/miguel-morayta-un-olvido-de-cine_1131083948429.html
[9] Alumbre homenajea a Miguel Morayta en su décima exposición, op. Cit.
[10] BURRIEZA SÁNCHEZ, Javier: Bienaventurados: Beato Julio Melgar Salgado, en Revista 199 d f CREO, 16/12/2013, p. 14.
[11] Véase en http://diocesisciudadreal.es/noticias/493/ochenta-y-un-anos-del-martirio-del-beato-narciso-estenaga.html
[12] LÓPEZ TEULÓN, Jorge: “Mañana del 22 de agosto, a 8 km de Ciudad Real. Fusilan al octavo Obispo español”, 22 agosto 2011, en http://www.religionenlibertad.com/blog/17270/manana-del-agosto-ciudad-real.html
Unas interesantes y amenas pinceladas históricas.
Bueno, debemos entender que ‘Cagancho’ era un gran líder de masas con una capacidad de atracción reservada a muy poca gente. En los años veinte, los toros eran pràcticamente las únicas diversiones de masas existentes junto al cabaret y el teatro. Un hecho que ha quedado inmortalizado por esa frase que el gracejo popular dejó como recuerdo de un sonoro fracaso.
Tal vez su parentesco como sobrino segundo del general Francisco Franco fue lo que màs perjudicó la carrera de D. Miguel Morayta. Un pionero del cine en color y un olvido del cine.
D. Narciso de Estenaga y D. Julio Melgar tienen un sencillo monumento en Peralvillo, a pocos metros del Cerro de los Palos y casi bañado por las ahuas del río Bañuelos. Pero, en España, aún quedan en las cunetas 114.000 desaparecidos del franquismo…..
Quise decir ‘bañado por las aguas’…..
Gracias, nuevamente, Charles por tus comentarios
Desconocía la historia de Cagancho.
Me ha divertido mucho.
Un placer leerte.
Primera parte divertidísima pero mostrando la violencia latente que siempre está en nuestra sociedad; la segunda prueba la resistencia y contradictorios méritos de las personas, no sólo en cuanto a Miguel Morayta sino su amigo capitán de la Gestapo y la acogida dispar en la sociedad mexicana, que como a otros le permitió seguir con su vida lejos de su tierra; y la tercera, vergüenza por los 114.000 que siguen enterrados sin saber dónde están y por el Obispo y su secretario, todos víctimas de esa violencia que como el pelo de la dehesa se muestra sin pudor, y luego nos creemos que ocultando sus efectos nunca ocurrió.
Y a todo ésto la clerigalla (conjunto de malos clérigos) de la Conferencia Episcopal Tarraconense azuzando el enfrentamiento.