Desde que Cervantes iniciara El Quijote con la frase universalmente famosa “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, toda villa, pueblo o ciudad de dicha región ha reivindicado la titularidad de ese lugar ignoto y misterioso.
Entretanto, mientras cada aldeano de campanario no dejaba de mirarse al propio ombligo, La Mancha entera –sin distinción de campanarios ni aldeas- se hizo universal. Y todo sin mover un dedo.
Nadie del mundo desconoce que existe un territorio llamado La Mancha.
Los habrá que duden si el lugar es real o de ficción. Si está en España o en Saturno, pero todos saben que el sitio, de alguna forma, existe. Y existe porque un ser fuera de lo normal lo habitó hace mucho tiempo. Ese ser es Don Quijote, creado por un dios llamado Miguel de Cervantes.
¿Cuánto hubiera costado una campaña de publicidad capaz de colocar el nombre de La Mancha en la mente de los habitantes de la tierra?
¿Cómo puede desperdiciarse un patrimonio de semejante importancia y magnitud?
El nombre de La Mancha forma parte de la cultura universal. Hace unos cuantos años, estando yo por trabajo en Nueva York, un profesor dedicado a estudiar la influencia de la literatura en la personalidad de los pueblos me dijo que El Quijote no era un personaje célebre de una novela de ficción, era mucho más. Para él, Don Quijote estaba más cerca de la categoría del arquetipo que de otra cosa (recordemos que un arquetipo es un patrón ejemplar, el modelo perfecto de algo) y me habló de un estudio realizado por él mismo. Hablamos de una época donde estos análisis requerían un gran esfuerzo de trabajo de campo
Durante tres meses dirigió una encuesta. En ella se mencionaron a varios de los personajes más célebres de la literatura universal; recuerdo a los siguientes: El rey Arturo; Ulises; el Principito; Peter Pan; SherlocK Holmes; Alicia; Gulliver y Don Quijote. A los encuestados les hicieron tres preguntas: A quién de los personajes le gustaría parecerse; a quién de ellos le gustaría que se pareciera su presidente de gobierno; qué personalidad – de entre los personajes mostrados- debería predominar en la sociedad para conseguir un mundo mejor. Don Quijote ganó de calle.
Mi interlocutor estaba seguro que muy pocos, quizá ninguno, habría leído los libros correspondientes. Posiblemente la mayoría tendría una idea muy vaga sobre cada uno de ellos. Sin embargo eligieron a Don Quijote porque percibían en él la encarnación de la generosidad, la educación, la imaginación y un toque de locura sin el cual la vida sería demasiado insípida. Al ser preguntados sobre cómo se imaginaban La Mancha, la tierra de Don Quijote, las expresiones dominantes, según mi interlocutor, fueron: un lugar especial, mágico, y otras palabras similares. Por eso, la conclusión de aquel profesor fue que si Don Quijote se acercaba a lo arquetípico, La Mancha reunía las características de los lugares míticos.
Han pasado casi treinta años de la cena y la conversación. Pienso que el profesor neoyorquino estuvo más que certero.
La Mancha –y en concreto su capital histórica, Ciudad Real- no ha sido consciente de la significación de D. Quijote, salvo para utilizarlo simbólicamente –calles, plazas, estatuas, la ruta de D. Quijote- nunca para estudiarlo y convertirse en el mayor experto mundial sobre él y, por extensión, de Cervantes y su época; empezando por el desdén de las élites locales, y siguiendo con el desconocimiento de sus habitantes.
Es chocante la falta de devoción –porque debería haberse fomentado algo similar a este sentimiento- entre docentes, estudiantes y vecinos.
Hay una ley de hierro que nos dice lo difícil que es amar lo que se desconoce.
Hace tiempo que no traspaso la puerta de entrada del museo ciudadrealeño dedicado al personaje más señero de la literatura universal. Confieso haberlo hecho en un par de ocasiones. Mi decepción fue tan grande que no recuerdo haber recomendado a nadie su visita.
Cuando me han preguntado qué merece la pena de Ciudad Real, me hubiera encantado decir que es el mejor lugar del mundo para conocer y vivir tanto a D. Quijote como a toda su época, pero no de una forma facilona: dedicando plazas y erigiendo estatuas, que está bien, es lo mínimo.
Hubiera disfrutado diciendo que su conservatorio de música es el mejor centro de estudios de la obra musical española de aquel período -y, por extensión, del Siglo de Oro-.
La potencia del asunto es tal que merecería que toda la ciudad se apropiara de él y lo pregonara a los cuatro vientos.
Pensar en D. Quijote debería ser pensar en Ciudad Real. Un lugar especializado en la historia, la gastronomía, la música, la filosofía, la ciencia, la literatura, de todo el orbe hispánico en ese momento histórico, capaz de ofrecer una amplia gama de alternativas para acceder y disfrutar de dicho conocimiento.
Que expertos del mundo entero pudieran darse cita, al igual que visitantes o turistas, y que cuando hablaran con la gente común y corriente de la ciudad advirtieran que D. Quijote está vivo entre nosotros, no sólo, insisto, de manera simbólica. Lo está porque lo conocemos a él, a su mundo, a sus circunstancias, y nos gusta hacer gala de ello.
Ciudad Real vive sobre un yacimiento de oro puro. No se sabe si la pereza, la ausencia de creatividad, la falta de empuje, el desinterés o, simplemente, porque no se le ha ocurrido a nadie, sigue sin explotar.
¿Cuándo nos ponemos manos a la obra?
Sin tapujos
Marcelino Lastra Muñiz
Don Quijote es persona de fiar, se le desconocen títulos universitarios, de doctorado o Máster.
Confirmo lo que dice, es muy fácil en el extranjero explicar a alguien de qué región española se procede mencionando La Mancha.
Con la cantidad de residencias que tenemos (que se están vaciando por falta de estudiantes), deberíamos hacer competencia directa a Salamanca, Madrid o Alcalá, en cursos de español para extranjeros. Ciudad Real puede ser más barato que estas ciudades para un estudiante extranjero de español, y está bien comunicada con Andalucía y Madrid.
¡Ahí, tas pasao! Y Marcelino, igual. Oro parece, plata no es…
Esta ciudad carece de impulso para algo así. En la parte institucional falta, siempre ha faltado, decoro intelectual. La política y sus juegos, y sus rimbombancias entran en contradicción con la cultura.
En la Comunidad Autónoma, lo mismo.
En la parte ciudadana un erial. Algún espontáneo que va por libre.
Ni ateneos, ni círculos, ni plataformas, ni nada con hechura.
Mentes libre soñando con Eldorado. Eso es todo.
Será que abunda más la sesera de Sancho que de Alonso Quijano en esta tierra.
A mí siempre me lo ha parecido.
Y es que, tal vez, en Ciudad Real hay otras inclinaciones y otras devociones……
Mucho blablabla veo yo aquí, mucho esto puede ser así o tiene que ser así, yo tengo está idea, yo propongo esto, perooooo a la hora de la verdad, la de poner lereles para llevarlo a cabo, pues o hay subvenciones o no nos movemos, porque claro, nosotros no tenemos un duro, pero la administración si.
Mucho castillo en el aire, pero pocos pies en el suelo. Espera a quien me suena esto, espera, espera, ah sí, ese Quijote y ese Sancho universales. Y es que Cervantes no habla solo de Quijote, sino también de Sancho. Y este último está más pegado al suelo y menos en su mundo.
Buenas tardes Don Marcelino
No quiero ofender, no es esa mi intención, el problema es el siguiente:
¿Está la Mancha en Cataluña?
¿Por ventura hablaba Don Quijote en catalán, aunque fuera en la intimidad?
El problema no es la Mancha, Don Marcelino, es España
Don Quijote somos los españoles. Para cólmo libres de leyenda negra y mucho mas cerca de Blas de Lezo que de Fernando VII.
Eso es insoportable.
El problema es que La Mancha representa a esa España a odiar por las 17 Taifas, la meseta, el siglo de Oro, la escuela de Salamanca, el liberalismo, el ajo, el vino «vino» (sin amariconamientos, ahora que se puede decir) … y sobre todo y ante todo el idioma español.
Pues eso.
Un muy cordial saludo