David Alcázar. Secretario del Partido Comunista en Ciudad Real.- En los últimos tiempos estamos atravesando lo que comúnmente se conoce como un ‹‹impasse››—o punto muerto—especialmente importante para la izquierda española. Prueba de ello es el debate que recientemente está teniendo lugar en el seno del activismo y de la izquierda política con la cuestión de la diversidad. Esta problemática teórica lleva latente desde hace mucho tiempo, no obstante, ha saltado a la palestra pública en España hace unos meses: ¿Por qué razón?
La crisis del paradigma de la posmodernidad
La Izquierda sufre una importante crisis político-ideológica, arrastrada desde el último cuarto de siglo pasado, provocada por el abandono del marxismo como su principal referente. Ha sido así como hasta el momento esa ‘orfandad’ de la izquierda ha sido cubierta por la posmodernidad.
En síntesis, este paradigma de la posmodernidad rechaza todo análisis materialista, considerándolo economicista, y como alternativa propone un fetichismo exacerbado de ‘lo cultural y simbólico’. Sin embargo, su reinado (tan celebrado por la burguesía) está sufriendo un profundo proceso de descomposición por su total incapacidad de explicar la realidad y, como resultado, por su negativa a transformarla en lo fundamental –lo denominado material—conformándose con acciones reivindicativas en el ámbito de lo cultural y meramente simbólico, como ocurre por ejemplo con el lenguaje.
Como consecuencia indeseable de ello, el populismo de derechas y el neofascismo aprovecha ese vacío que la mayoría social trabajadora siente –refiriéndonos a las reivindicaciones relacionadas con la mejora de sus condiciones de vida y de trabajo— para ganarse a las masas populares con discursos sobre dichas cuestiones materiales, que preocupan especialmente a la clase obrera y al pueblo. Al mismo tiempo, el neofascismo también asume sin complejos el discurso de las identidades para venderse mejor a la sociedad. Mientras tanto, la intelectualidad posmoderna es incapaz de explicar de manera coherente el auge del fascismo sin inculparse a sí misma por no presentar una alternativa real a la ultraderecha.
Cabe señalar también que esta crisis de la posmodernidad en nuestro país no había trascendido más allá de los ámbitos académicos. La diferencia estriba en que Daniel Bernabé ha conseguido llevar la cuestión al debate público, sacándola de la academia. Ese es el gran mérito de Bernabé. En efecto, las duras críticas que éste ha recibido y el debate nacido al calor de las mismas señalan lo siguiente: por un lado, que existe una corriente en la izquierda que es hostil a la posmodernidad y que quiere recuperar una alternativa totalizadora y revolucionaria al sistema (como por ejemplo el marxismo); por otro, que también existe un sector importante de la izquierda española que es profundamente posmoderna, antiobrera y antimarxista (y por ende anticomunista) por muy “trasformadora” y “popular” que ésta se haga llamar. De hecho, me gustaría señalar en relación a este último punto lo siguiente: no es casual que los principales críticos a las tesis de Bernabé sean personas que no pertenecen a la clase obrera, más bien son capas populares y pequeña burguesía que procede del ámbito intelectual y que incluso ostentan responsabilidades en las instituciones burguesas, como la universidad o la política. Es decir, nos referimos a individuos que defienden su situación privilegiada frente al resto, de ahí su reacción visceral en algunos casos. No creo que sea necesario señalar que la posmodernidad se fraguó en las universidades occidentales (Marcuse es un buen ejemplo), y que su principal baluarte es precisamente dicho lugar; además, ni que decir tiene que los destacados cuadros de Podemos, principal fuerza de la izquierda posmoderna, proceden de la universidad, algo que no es para nada casualidad.
¿Cómo llegó la Izquierda a esta situación?
En la segunda década del siglo pasado, y en lo que llevamos del siglo XXI, han tenido lugar cambios importantes tanto en la estructura socio-económica, que han fragmentado a la clase obrera (ETTs, deslocalización industrial, diversidad de contratos de trabajo…), como en la superestructura política-ideológica. No obstante, dichas transformaciones no han cambiado la esencia del capitalismo imperialista, cuyas contradicciones lejos de desaparecer se acrecientan día tras día. Por consiguiente, entendemos que el sepulturero que enterrará al capitalismo (los asalariados) tampoco ha desaparecido, ni mucho menos su papel de vanguardia consecuente en la liberación del género humano de toda opresión.
Sin embargo, los intelectuales posmodernos, en base a dichas trasformaciones de las estructuras económicas, dieron por muerto al marxismo (desechando también su método dialéctico de análisis). Lo cierto es que esto no es nuevo ya que desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX varios intelectuales autodenominados “marxistas” (como Bernstein o Kautsky), que renegaron en la práctica del mismo, señalaban que el análisis que hizo Marx sobre ciertas cuestiones estaba obsoleto. Por contra, la realidad demostró la necesidad de luchar contra dichas tendencias que tergiversaban el marxismo mediante la argumentación de cambios radicales de las circunstancias objetivas. En realidad, esta revisión del marxismo (socialdemocracia) no era más que una claudicación en el campo de la lucha político-ideológica a la burguesía que buscaba reconciliar a las diferentes clases sociales para así perpetuar el estatus privilegiado que la aristocracia obrera –promotora de estas ideas— ostentaba en la sociedad burguesa en su fase imperialista. Y como es bien sabido, la socialdemocracia poco hizo en frenar el ascenso del fascismo en Europa, que precipitó al mundo, de nuevo, a otra gran guerra imperialista: la conocida II Guerra Mundial.
Desafortunadamente, en las décadas siguientes estas ideas claudicadoras y antimarxistas (socialdemocracia) acabaron por imponerse en el Movimiento Comunista Internacional (a un lado y al otro del Muro) hasta que finalmente lo condujeron al colapso en Europa y otras partes del mundo. Por consiguiente cabe señalar que el Socialismo no fracasó como sistema alternativo al capitalismo, sino que esté se ‘derrumbó’ debido al abandono del proyecto comunista que llevaron a cabo los oportunistas y agentes del capitalismo en el interior de dichos países que, unido al acoso continúo del imperialismo al bloque socialista, desembocaron en el derrocamiento de las democracias socialistas en Europa del Este y la URSS (1989-1991). Mientras tanto, en Occidente, los intelectuales socialdemócratas a finales de los sesenta y en la década de los setenta reformularon sus ideas hasta configurarse lo que conocemos como posmodernidad. Y finalmente, en la década de los ochenta, el nuevo paradigma pasó a ser el hegemónico, desplazando así al marxismo que ya estaba muy “socialdemocratizado”.
Tras la derrota parcial del Socialismo (caída del bloque soviético), se impuso el pensamiento único capitalista en todo el mundo, lo que algunos mal denominan “globalización”. Consecuentemente, la clase trabajadora, que había perdido su referente político (el Partido Comunista), acabó por abandonar su papel de vanguardia en la lucha social hasta el punto de ir a la zaga de la intelectualidad progresista pequeñoburguesa, que defendía –y aún defiende— una alternativa reformista y no revolucionaria al sistema capitalista. De esta manera entramos de lleno en la conocida como posmodernidad, que no lleva la “modernidad” como atributo y de “pensamiento científico” carece en su totalidad, como es bien sabido. Da la sensación de que no aprendemos de la historia.
¿Dónde nos encontramos ahora?
Como previamente se ha expuesto, estamos pasando por una importante encrucijada: el debate surgido en los últimos años pone de manifiesto la profunda crisis político-ideológica por la que atraviesa la izquierda política y el activismo en general en los últimos tiempos.
Una vez llegados a este punto, será necesario aclarar una serie de cuestiones surgidas al calor del debate de la diversidad. No se puede negar que la clase obrera y las capas populares sean diversas, y que por tanto, existan multitud de identidades y reivindicaciones democráticas legítimas –ecologistas, feministas, LGTBI, entre otras— que todos y todas debemos apoyar. No obstante, tampoco podemos negar que hay una identidad que une a la mayoría social en su conjunto, la conciencia de clase, y que ésta tiene una profunda raíz material: la situación objetiva de opresión que sufren como clases oprimidas (socioeconómica). De aquí se desprende que el resto de identidades están atravesadas por la lucha de clases y el conflicto Capital-Trabajo, siendo éste la principal contradicción del sistema capitalista y patriarcal. Por tanto, el marxismo apuesta por la unidad al poner encima de la mesa la identidad como clase obrera, la más transversal de todas las identidades existentes.
En definitiva, la posmodernidad comete un grave error de análisis que le sitúa dentro de los parámetros asumibles por el sistema capitalista y patriarcal, que se basa en obviar la opresión de clase o situarla como un factor de igual importancia con otros que no tienen una base material. Ésta alcanza el punto de asumir los preceptos básicos neoliberales y capitalistas de concurrencia, llevando al activismo a una vorágine de nichos empresariales que compiten entre sí, atomizando y generando enfrentamientos entre luchas y organizaciones, sumiendo al activismo y a la Izquierda en una dinámica de autodestrucción. Vamos, el sueño húmedo de todo capitalista.
Aquí concluyen las claves de la cuestión. El hecho de si la diversidad es creada por el neoliberalismo para fragmentar a la clase obrera, o si los “materialistas” son unos reaccionarios porque renuncian a las reivindicaciones democráticas, no son más que falsos debates que oportunistas posmodernos tienen interés en fomentar.
¿Cuál es la alternativa?
Seré breve. Es necesario que, como activistas y/o agentes políticos, nuestra labor principal sea combatir todas las ideas posmodernas que destruyen la Izquierda desde dentro y la vuelven un producto más de comercialización en los mercados. Tenemos todos y todas el deber de transformar la Izquierda, apostando por un proyecto superador del capitalismo con el objetivo de construir juntos una sociedad sin explotadores ni explotados. Aún estamos a tiempo de recuperar lo perdido y pasar a la ofensiva.
Es vergonzoso que este medio sirva para dar voz a ideologías totalitarias y asesinas como el comunismo.
Cien millones de muertos. Terror, violencia. Llevan cien años matando e implantando horrendas y criminales dictaduras. Si el redactor de este panfleto tuviera como bandera la cruz gamada, todo el mundo se ofendería. Pero como es la hoz y el martillo, aceptamos mansamente que un propagandista de la ideología más criminal y asesina que ha conocido la especie humana nos de lecciones de moral. Los herederos de Castro, Pol Pot, Mao, Stalin o Lenin, quieren recuperar el Marxismo. Marxista es la ETA.
ILEGALIZACIÓN de partidos comunistas, fascistas y separatistas YA!!
DEMOCRACIA FUERTE frente a quienes la atacan.
Ellos la «Demokracia» de partido y pensamiento únicos. Una contradicción del sistema que ha sido evitada por otras Constituciones modernas donde estos partidos han sido prohibidos.
Joder…Tan joven y tan viejo…Vete a coger pepinos y verás como te se pasa la tontería…
La contribución del socialismo español ha sido fundamental para nuestro sistema democrático. Así sigue siendo y su aportación es necesaria.
‘Igualdad’, sí, siempre; ‘Uniformidad’, no, nunca…..
Los españoles y sus regiones gracias al socialismo antiespañol somos más desiguales que nunca en estos últimos cuarenta años.
Todo va de pactos y prebendas con nazionalistas y partidos extremistas.
Mientras la mayoría de los españoles no es ninguna de las dos cosas.
Es urgente que renoveis y refresqueis vuestras ideas, lenguaje, formas…os habeis quedado anquilosados desde la caida del muro y la desaparición de los estados sovieticos del este.
No conseguís conectar con la gente, no conseguís proponer y tomar medidas y políticas ajustadas a los tiempos que vivimos.
Es una pena, yo como votante de izquierdas de siento totalmente desamparado: No hay un solo partido de izquierda con un mensaje moderno, progresista, tecnológico y ecológico, que trate los problemas actuales, que digas las cosas claras y no se esconda en un lenguaje tan grandilocuente como falso, que de verdad esté dispuesto a romper con los grilletes de las grandes corporaciones y lobbys y sobre todo, que haga una política de verdad para la gente.
Veste a Venezuela… que te irá bien…