Agosto, octavo mes del año, es visto comúnmente como un punto central de fuga.
Una fuga revestida en la denominación de sábado del año.
Sin señalar, cuando se dice eso, donde queda el domingo del año.
No claro, septiembre, vestido de otros valores y argumentos.
Agosto como fuga.
De fuga, a la esencia estival que representa el periodo vacacional.
Aunque haya notables excepciones a esa llamada del periodo vacacional entre parados, inactivos, infantes y jubilados.
Pero es un lugar común el vaciamiento de las ciudades y pueblos.
Por ello agosto como imagen de un vacío.
O, como vemos al revés, como imagen de un pleno.
Aunque también se subraye el movimiento inverso: el llenado ocasional de lo normalmente vacio, que propician las fiestas patronales del interior.
Una suerte de raro equilibrio de la balanza poblacional, entre los que entran y los que salen.
Que componen un raro movimiento migratorio, de efectos tan notables como discutibles.
El saldo económico del turismo y el saldo sentimental del viaje al interior del pasado.
Un movimiento adelante y otro atrás.
Tal vez, un desplazamiento hacia arriba y otro hacia abajo.
Los que salen del calor central a la humedad periférica de playas o a la umbría del monte.
Y los que regresan a esa suerte de recreación del pasado que son las fiestas patronales. Muy regadas de tradiciones y muy atufaradas de compases musicales tan breves como olvidadizos
Y el efecto de todo ello es la doble perplejidad.
La perplejidad silenciosa del vaciamiento y la perplejidad sonora de la colmatación.
Como si lo lleno y lo vacio fueran las caras de la misma moneda.
Como si lo lleno y lo vacio fueran las compases sucesivos del mismo son.
O tal vez, fuera mismo visto en dos momentos consecutivos
Que es lo visible en estas horas declinantes y apabulladas.
Ciudades vacías y playas atestadas; comunidades de vecinos sin residentes y verbenas sin plazas libres.
Comercios clausurados por vacaciones y chiringuitos aparecidos al calor de la noche; supermercados sin compradores y puestos de peaje en la autopista colmatados de autos.
Carreteras embotelladas y carreteras dormidas.
Agosto, por ello, como doble perplejidad.
Perplejidad del ocio y perplejidad del trabajo temporal.
Y desde esa perplejidad se impone el cierre y la clausura.
O se impone la huída.
Como relatar Dino Risi en su memorable película de ¡1962!, Il sorpasso. Que aquí denominaron La escapada.
La escapada a no se sabe dónde.
Por ello, en Italia se habla del ferragosto. Que es tanto a huída, como la imposibilidad de tomarse un café en Roma.
Imposibilidad de tomarse un café en Roma y en tantos otros sitios.
José Rivero
Divagario
Hay que tener ganas!!!
En algunos países de Asia, a agosto le llaman ‘el mes de los españoles’ porque les salvamos la cuenta de resultados.
Y es que agosto es el peor mes del año para irse de vacaciones.
Prefiero septiembre…..