Hoy en Ciudad Real es la #Pandorga, una fiesta veraniega como otra cualquiera, diréis. Pues no. Es el fiestón culipardo por excelencia. ¿Que en qué consiste? Pues está la parte tradicional, donde se llevaban ofrendas a la virgen, blablablá (léase Wikipedia). Yo esa parte me la saltaba, sorry.
Y luego la parte lúdica y de entretenimiento, que consistía (voy a hablar en pasado porque ya hace muuuchooo tiempo que no voy) básicamente en beber zurra, limoná, empaparse de vino, seguir bebiendo, ir a bailar a la plaza, seguir bebiendo, correr los toros de fuego, seguir bebiendo, volver a bailar y así, como la sucesión de Fibonacci, pero en simple: beber, …, beber, …, beber…
Recuerdo una en especial antes del milenarismo y de los euros. Invitamos a unos amigos de Jerez a la fiesta. Porque la Pandorga sirve para invitar a los amigos a que conozcan tu pueblo.
¿Los vas a invitar para ver el reloj de la Plaza Mayor? No.
¿Los vas a invitar para rutas turísticas por el casco viejo? No, porque no hay.
¿Los vas a invitar para ver Las Tablas de Daimiel, que por aquella época eran un socarral? Tampoco.
¿Los vas a invitar para el festival de Teatro Clásico de Almagro? No, que no llegábamos a los veinte y no teníamos perrillas para las entradas.
¿Pues a qué los invitas? A beber, leñe, y a bailar en la plaza, que eso siempre gusta.
Nosotros, aunque inconscientes por la edad, éramos responsables, así que los invitamos desde el 29 de julio al 1 de agosto, por eso de hacerles fase de adaptación. El primer día, jajaja, jijiji, unas cañas, cervecitas, migas, gachas (ole tú con unas gachas en julio).
Los de Jerez querían quemar la primera noche, pero no. Éramos prudentes y decíamos: «¡Mañana, mañana!».
Llega el 30 por la tarde. A la zurra. La gente con barreños, con carritos del Mercadona llenos de vino blanco, vino tinto, mirindas de dos litros de limón, bolsas de hielo, pistolas de agua (eso ya era de modernos, pero nosotros nos adaptábamos. Si hasta hemos pillado Tinder, no vamos a pillar unas pistolitas). Y melocotones, no me preguntéis para qué.
Llegabas al Prado, te colocabas y los «listos», que siempre hay, se ponían a trabajar y preparaban los mejunjes fresquitos, la zurra, la limoná. Y tú, mientras echaban los tropezones de melocotones, ya te habías bebido un par de vasos de otros grupos más tempraneros.
Y llegabas a tu grupo, probabas y empezabas a decir: «¡Falta azúcar!», y tu amiga, que llevaba ya cinco porque había bajado antes a pillar sitio, decía: «¡Sobra el melocotón!».
Porque siempre hay alguno al que la fruta le da repelús, ¡qué le vamos a hacer! Con lo sana que es y macerada en alcohol, eso no puede sentar mal nunca.
Y así ibas con tu camiseta de color blanco nuclear, tus vaqueros y tu pañuelo de hierbas, tan contenta con tu vaso en la mano, que se iba rellenando donde pidieras, porque a generosos a los culipardos en la Pandorga no nos gana nadie.
Y pasaba el tiempo, y tu camiseta era ya rosa desteñida, los vaqueros al andar iban soltando un reguero de vino (el cuento de Pulgarcito, versión manchega) y tus zapatillas hacían «chof, chof» mientras volvías a beber otro vaso de limoná.
No hay mejor modo de andar fresquita en verano, ya os lo digo. Lo único malo es el olor a vinaco, pero te acostumbras después de unos veinte minutos y siete vasos de zurra.
Yo ese año curraba de camarera en una hamburguesería familiar, así que veinte minutos antes de entrar, me duché, me froté con nanas y allí que me fui.
Esos días de fiesta, mi jefa, la Amancia de las hamburguesas, cambiaba el sistema: se cobraba antes de servir y todo de plástico (cubiertos, vasos…).
Siempre había alguno que te venía, pobrecico, con su polo Lacoste que horas antes había sido blanco níveo y después se volvía rosa palo, manchado de vino que JAMÁS iba a recuperar la pureza inmaculada, y te decía:
«Por favor, la Cocacola me la pones en vaso de cristal». Yo, que por esa época andaba ya con el culo pelao de tratar a los clientes, pues le decía: «Hoy es todo plástico».
«Es que no sabe igual en vaso de plástico». Se justificaba el pobre. Y le daba un lingotazo a la pistola de agua que llevaba rellenada con vino Cardencha. La Pandorga es así.
Ese año encadenamos a la verja al muñeco de madera que teníamos en la puerta, porque ya lo habían secuestrado otros años y costaba bastante repararlo. Era muy grande y pesaba un huevo.
La hamburguesería tenía el nombre de un personaje de cómic francés, el que se cayó en la marmita. Cuando lo encadené a las rejas, me dio pena ver cómo había cambiado la historia.
Del irreductible pueblo galo pasaba a estar prisionero un par de días, y eso que era el que se había caído en la marmita de la poción mágica. Pero era por su bien, para salvarlo de las garras pandorgueras de los culipardos, joer. Creo que, si hubiera pensado el mastodonte de madera, habría dicho: «Sono paci questi culipardi».
Después de servir toneladas de hamburguesas gigantes y sándwiches más largos que el túnel de Guadarrama, ¿me iba a casa a descansar?
Pues claro que no, chavales. A beber, a bailar y a beber, que entra fresquito después de una dura jornada. Y llegaba el amanecer, los bares cerraban, la gente volvía con la camiseta rosa como zombis, arrastrando las suelas de goma, «chof, chof», y te ibas a los churros.
Claro que sí. No te vas a acostar con la barriga llena de líquidos, hay que solidificar, leñe, que ya lo estudias en Primaria.
Y así llegas al día siguiente, al 31. Otra vez el no parar. Como encima ha venido gente de fuera, no los vas a tener durmiendo, y, en pleno verano en Ciudad Real, no vas a estar de visita cultural. Pues, ¡hala!, de cañas, tapas, cañas, café, cañas, otro café, ponme ya unas copas, pon también tapa con las copas, y ya hay que ir a casa a cambiarse y ponerte la enésima camiseta blanca que tengas.
Ahí ya juegas con ventaja si eres de Ciudad Real, porque una semana antes has hecho acopio de todas las que puedes. El de fuera se suele traer un par o tres a lo sumo. Entonces, tienes que dejarle una de la Caja Rural, que también sirve como uniforme (por eso, los de Ciudad Real no nos quejamos cuando nos regalan camisetas blancas de propaganda, ¿oído, Desatranques Jaén?).
Y vuelves a beber, bailas en la plaza, bebes porque en la plaza hace mucho calor y es casi agosto ya, ves a gente que no has visto desde hace años, bailas con los primos de tus amigos, bebes con los amigos de los primos de tus amigos (y siempre hay un gallego, ya os lo digo, que puede ser tu amigo, el primo, el amigo del primo o el que pasaba por allí).
Entonces alguien dice: «Los toros, los toros». Los toros son unos armatostes con cohetes. La gente corre delante de ellos y suelen quemarse la camiseta rosada antes blanca porque se acercan demasiado. Error. Lo divertido de los toros es ver cómo corre y se cae la gente, los que dan un lingotazo a su pistola de agua con vino Cardencha porque el fuego da calor y hay que refrescarse.
Y te vuelves a la plaza o al Torreón a seguir bailando y bebiendo. A determinada hora, tú, que vas de indie o solo escuchas a The Cure, te arrancas a bailar con el amigo del primo de tu amigo a los Siempre así, y no te importa nada. Porque te la sabes, ¿vale? Y ese día no te importa que el resto del mundo lo sepa.
Y los de Jerez no han visto Ruidera ni Villanueva de los Infantes, pero van ya solitos desde la plaza al Torreón y de camino se encuentran con su vecino del quinto, porque la pandorga es un punto de encuentro. Y porque el vecino resulta que es amigo del primo de un amigo, las cosas como son.
Y llega el amanecer, vuelves a casa, ya eres una mezcla de personaje de The Walking Dead y Lost, aunque de camino te paras en la churrería, porque, ¡joer!, ¿te vas a acostar con el estómago vacío? Pues no, unos churritos y a la cama. Apestando a vinazo. Vinazo mezclado con sudor, con otros vinos (ahora entiendo lo de que es malo mezclar), con otros sudores de los cuerpos de tus amigos, de sus primos, de los amigos de sus primos y del que pasaba por allí.
Pero estás tan cansado y tan hecho polvo que duermes con todo eso. ¡Ah! El culipardo cuando compra la semana antes siete camisetas blancas también compra un juego de sábanas nuevas.
Te metes en la cama y duermes. Realmente no vas tan borracho, es que estás cansado de bailar en la plaza, de ir al Torreón, de volver a la plaza, de pedir en las barras, de correr los toros (los que corran, claro), de volver a bailar, de ir a buscar al amigo del primo de tu amigo que se ha perdido…
Ahora, con cuarenta, solo recordarlo te da pereza y hasta pavor. Pero ponte con casi veinte y no ves el mañana, leñe.
Y te levantas después, pensando que el año que viene no mezclarás la#zurra con la #limoná, que parece que te ha sentado un poco mal. Que no es por la edad, claro, ni porque hayas estado trabajando y saliendo de farra a la vez, por supuesto que no. Será el melocotón, que, aunque vitamine, puede dar ardor. Que te acuestas el día 1 y te levantas el día 3 y no recuerdas haberte despertado para ir al baño. Por eso, cambias las sábanas.
¡Feliz #Pandorga, #culipardos!
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Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira
¡Fotaza!
Hay amiga!, eso era antes
Ahora es Oca a Oca
Del Zurreo ya se esta pensando en el vermut y no da tiempo a quitar la costra
¡Mecachis! Lo del vermut me pilló en la transición ya, ¡qué pena! 🙂
Qué bueno. Anda que no habré apretado hamburguesas en el Obelix. Estos culipardos están locos, jajaja
Las hamburguesacas, 😉
Va siendo hora de cambiar la fiesta local del día 22 por el 1 de agosto.
A mí ya no me afecta, 🙁
¡Cuánta razón! ¡Qué tiempos aquellos!
Aunque ya sabemos que ‘cualquier tiempo pasado fue anterior’.
Bueno, me marcho que hoy no llego a tiempo a la Plaza Mayor…..
Ja, ja, ja. Pues disfruta, Charles. 😉