La mujer del Valle (18)

Al amanecer, un avión privado partió para zona neutral: Suiza. Allí había sido fijada la cita. En Zurich que se parece un poco a Munich. El ministro de Defensa no estaba precisamente de buen humor.  Como para estarlo. Todo se había trastocado y el caso era ahora asunto de la zona tenebrosa del poder. La gente pensó que eso de la fórmula era un “Sálvame” de verano y le sacó una lista interminable de chascarrillos. relatovalero

La mujer del Valle

Manuel Valero

Capítulo 18

Hubo quien dijo padecer de priapismo desde que la ensayó en su casa resolviendo el pi3 con tinto de verano. Pero volvamos a la historia. Escuchada la declaración que Antoine hizo a Wen y repitió luego ante el sanedrín de la seguridad nacional, la Inteligencia que comenzó a ser inteligente de verdad contactó con el presidente de Langes Leben , Sigmun Jurgens. Allí se vería el ministro de Defensa, Valiente Lendrino, y su segunda Paz de la Asunción, junto a varios agentes y policías, entre ellos, Wen Sil. El poli se acordó del viejo Abdón. Alucinará cuando se lo cuente. Pero Abdón estaba en otro caso desde que apareció el caso de Araceli Sotelo. Estaba en el caso de Charito Puente. La pobrecita. Y como suele ocurrir, ocurrió lo que tenía que ocurrir. En la reunión, en una habitación del hotel, se dejaron todas las cartas abiertas para las manos que mecen las cunas y los ataúdes y muy cerradas para el pueblo llano o montaraz que lo mismo da. El último en aparecer fue el señor Jurgens. Vestía como si hubiera escapado de una película de época en pleno siglo del polen universal de las redes sociales que socializan poco: levita, reloj de cadena de plata, pañuelo de seda pura de los gusanos de Japón y un monóculo. Esto fue lo que desconcertó a Wen. Mirar por un solo ojo. Y el bastón. El bastón lo remataba una contera de plata y un pomo que era la bolita del mundo de la misma plata. Llegó con un séquito de matones como toda seguridad. Los traductores uno a cada lado de los mandamases iniciaron su trabajo. Y bien, señores, comencemos y terminemos, que no tengo toda la mañana. Pues eso es, comencemos, que nosotros tampoco andamos sobrados de tiempo libre. Respondió el ministro. Al grano, dijo el señor Jurgens. Al grano, respondió el señor ministro. Tenemos a un par de fiambres, uno de ellos, una bella chica, que apuntan hacia usted, señor Jorge. Jurgens… susurró corrigiéndole, la secretaria de estado Paz de la Asunción. Y también tienen una cosa, dijo estirado el farmacéutico universal. Efectiviwonder… ¡Señor ministro! Quiero decir que así es, si, tenemos la fórmula. Pues bien, vamos a llegar a un acuerdo, y a hacer un trato. Ustedes me dan el pen y nosotros les damos a los compadres que mandaron a la chica esa a bailar con los angelitos. O sea, que usted asume las muertes. El sistema, señor ministro de Defensa Valiente, el sistema. ¿Qué iba a ser del mundo con una población longeva en su seno? Acabaríamos por destruirlo, ¿no cree? Somos el virus del planeta, señor ministro, de modo que si alargamos la vida del virus del planeta adiós planeta, ¿comprende? En el fondo hacemos un bien a la humanidad. Lo demás… Bueno, cuando empezamos a sospechar de ese Berto, lo pusimos bajo la lupa, pero las cosas se complicaron un poco… ¡Santo Dios!, pensó el poli Wen. ¿Hubo necesidad de los tatuajes? dijo, no pudo contenerse. A los chicos se les va la mano, de vez en cuando. Y bien, qué propone. Nada. No lo entiendo. Nada correr un velo de acero sobre el asunto y aquí paz –Paz irguió el pecho-  y después cada mochuelo a su olivo. Ustedes resuelven el misterio y nosotros seguimos fabricando pastillitas para las enfermedades normales y para que la salud general del sistema se adolezca un poco, solo un poco. Tenemos que ganar dinero, ¿comprende?  El poli Wen dio un paso hacia el magnate. Dos gorilas se le enfrentaron. El ministro Valiente le dijo que se atemperase un poco con un gesto de la mano. ¿Ni fue usted el que dijo que los soldados están para morir antes que matar? Le preguntó el señor Jurgens. No, ese fue otro. Debía ser gilipollas…  Por lo demás, la opinión pública olvida enseguida. Ustedes anuncian que la chica fue secuestrada con el móvil sexual o el del robo o el esotérico, lo que prefieran, sale en los medios… y un caso más. Hijoputa, siseó Wen ante el estupor de uno de los traductores que obvió reconvertir el exabrupto a la lengua de Goethe. Y por supuesto, su gobierno, conocedor de la fórmula se abstendrá de fabricar nada. Somos muy poderosos y muy ricos. Podemos financiar un partido y subirlo al halda del poder en un par de años. Hijoputa. Ahora el que lo pensó aunque no lo siseó fue el ministro Valiente. Bien, qué me dice. Sea. Y se produjo el intercambio. El señor Jurgens obtuvo el preciado documento y el elemento secreto de la fórmula y el señor Valiente, la noticia de la detención en Madrid de los dos sicarios. ¿Cómo lo ha conseguido? Somos muy poderosos, mientras hablábamos, se han llevado a cabo unas cuantas instrucciones. ¿Y si nos hubiéramos negado a darles el pen? El señor Jurgens miró a sus gorilas y  sonrió, simplemente.

A las pocas horas, la comitiva estaba de regreso. Los medios dieron la noticia de la detención en Madrid de los autores de la muerte de la chica bailarina encontrada en las escombreras de una vieja mina. El poli Wen, abatido, mirada las nubes envolver con una niebla pastosa el avión que los devolvía a España. Pensó en Abdón, pero Abdón sólo pensaba en la pobre Charito. Había olvidado por completo a Araceli Sotelo desde que supo la fórmula para fabricar una pastilla que él no necesitaba. Unas tanto y otras tan poco… A su regreso, el poli Wem encontró al viejo Abdón y  su perro Capitán sentados en un banco.

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6 COMENTARIOS

  1. Mañana concluye el relato. Espero que su lectura os haya entretenido durante este mes de julio menos tórrido de lo que temíamos. Al margen de las lecturas de cada cual, los errores por la premura de la entrega, etc, he querido retomar mezclándolo con la floripondia historia de la chica del Valle, un viejo y triste recuerdo de un caso real que aconteció en Puertollano y nunca más se supo, al menos oficialmente. Gracias, por el seguimiento y en especial al fiel Charles que aunque sé que discrepamos en cosas, estoy seguro de un buen feeling a poco que se ponga algo de voluntad.

  2. Lamentablemente, a la industria farmacéutica se le reconoce una propiedad intocable y, a la vez, una voracidad irrefrenable. Es lo que tiene en común con ‘los Intocables de E. Ness’.
    Por cierto, D. Manuel, intuyo que tenemos más cosas en común que diferencias. Aunque discrepar sin crear conflictos es bueno y, además, sano.
    Seguimos muy atentos a la última entrega…..

    • La industria farmacéutica tiene más información futurible de lo que imaginamos. Un día lejano me dijo un sanitario que el Sida era de laboratorio. Le dije iluminado. Hoy, tengo dudas

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