Mariano Velasco.- El ser humano es un ser de cuidado, dice Leonardo Boff, sin que ello signifique que debamos tomar este aserto en su sentido más peyorativo. Porque lo cierto es que los seres humanos tenemos que poner cuidado en todo: en el cuerpo, en la salud, en el amor, en las relaciones sociales, y por supuesto en la naturaleza.
Y aun estando de acuerdo en el hecho de que venimos a poner buen cuidado en todas aquellas cosas que atañen a nuestra propia persona, la cosa parece diferente con todo aquello que toca al común —lo que es del común, no es de ningún—, aserto éste último que parece tomar especial consideración cuando del cuidado de la Naturaleza se trata, porque si bien es cierto que para su cuidado y conservación se ha elaborado una ingente cantidad de legislación, también lo es que ésta no ha servido para salvaguardarla adecuadamente, toda vez que la lucha por la conservación no es un tema que pueda resolverse con leyes ad hoc, desligadas de los grandes problemas económico-sociales que afectan a la población. Así, pobreza y subdesarrollo son incompatibles con conservación.
Pero con ser esto cierto, también lo es que las estrategias de conservación suelen avanzar a un ritmo de velocidad diferente según la situación económica y social del territorio y/o Estado del que se venga a tratar.
Bien, pues si esto es así, y el Estado español y su territorio configuran un espacio económico y social de derecho, plenamente desarrollado y con un nivel económico que nos sitúa dentro de la órbita de los países ricos del planeta, se supone que estamos capacitados para desarrollar políticas de conservación del patrimonio natural que permitan protegerlo y disfrutarlo sin poner en riesgo su traspaso a la generación posterior.
Y reconozco que se han dado pasos de gigante en este sentido. Pero también que persisten rémoras y lacras que no mantiene su correlato con la política que acontece a nivel nacional. Y el parque natural de las Lagunas de Ruidera es probablemente el paradigma que define esta situación: una vergüenza de gestión mantenida durante décadas por las sucesivas administraciones —nacional y autonómica— a la que nadie parece haber querido poner coto de una vez.
Ruidera, en la actualidad, es quizá el único parque natural del territorio español que goza de entrada libre, tanto para personas como para vehículos, posibilitando con ello una masificación en su uso imposible de soportar —en época estival pueden llegar a censarse más de ocho mil vehículos y veintitrés mil personas para una superficie de poco más de treinta y siete kilómetros cuadrados—. ¡Una exageración absolutamente demencial! ¡Cómo no se les caerá la cara de vergüenza a los responsables de esta gestión!
Y aun conociendo que ha habido responsables del parque ilusionados y bienintencionados que trataron de hacer lo que pudieron, al final su único recurso fue el de dimitir, aceptando con ello lo imposible de poder cambiar las reglas del juego que perviven por allí.
Sobre Ruidera pesan multitud de problemas, es verdad. Pero destacan sobremanera dos en especial: el político-social y el educacional. Dos problemas que se retroalimentan porque no se puede actuar sobre el primero —deslindes, limitaciones de uso sobre la gran propiedad, y un etcétera interminable—, si no se actúa antes y con gran interés en el tema educacional.
Porque lo primero que los ruidereños —también los usuarios— deberían conocer es el enorme valor medioambiental de “su” parque natural, Algo que hasta ahora no va mucho más allá de “cuanta más gente venga, mejor”. Educación ambiental masiva, pues, para la población, e intención política de “coger el toro por los cuernos” en relación a la trama económica asociada al poder de la gran propiedad, son dos bazas ineludibles en la actualidad.
Pero no una educación ambiental cualquiera. Hablo de buenos programas asociados al conocimiento de la historia y a las actuaciones de aprendizaje-servicio. Esto es, aprender haciendo un servicio a la comunidad capaz de orientar el talento y la creatividad hacia un compromiso social; invitar a los habitantes del entorno a implicarse en la solución de los problemas reales del mismo.
Proyectos de apadrinamiento de zonas por parte de instituciones y organizaciones sociales y colegios; proyectos de recogidas de datos relevantes; jornadas, seminarios, publicaciones, cursos, cátedras de investigación…, sacarían a Ruidera de esa necrosis que padece de vinculación al turismo de la tortilla y la masificación. En fin, soluciones tiene el actual problema. Otra cosa es que aquellos a los que les corresponda imponerlas no las quieran implementar. Y es que en el fondo lo que prima es el mucho miedo que los responsables tienen de perder “su sillón”.
Ya lo has dicho en el texto. Ruidera es demasiado precioso, demasiado bueno, demasiado único etc etc como para que haya barra libre.
Si queremos conservar esa joya hay que empezar a expropiar, a quitar casas pegadas a las lagunas, a controlar bien la cantidad de personas que acceden.
Todo esto va a crear polémica, no va a ser entendido por todos, pero es lo que hay. Somos demasiados para un ecosistema tan débil.
No me imagino ningún entorno igual con ese nivel de ataque directo por parte de los humanos.
Ojalá pudiésemos leer también la opinión de directores de parques naturales y nacionales sobre el entorno y no la demagogia de esos políticos que no quieren perder votos haciendo lo que deben hacer con Ruidera.
No quiero restarle impronta a tu comentario.
Pero la educación ambiental empieza desde nenes, igual que lo hacen con el equipo de papi preferido y la banda de cornetas de mami.
Los manchegos no sabemos valorar nuestro patrimonio y utilizamos nuestro ríos, lagunas y campo como se hacia en los ochenta. Pasando el domingo como domingueros.
Los paises del norte de Europa hacen uso industrial de sus bosques y como bien natural, lo cuidan, y respetan. No verás a un niño tirar una botella de agua, ni una familia utilizando detergente en la orilla. Hay WC públicos en mitad del campo y nadie los rompe.
Nos falta educación, sobre todo de la que se da en casa.
Los mayores no tenemos solución, así que por aportar algo positivo recomendar menos clases de chino, alemán o claqué y alguna más donde los niños convivan en la naturaleza y aprendan a conocerla.
En 1999, se elaboró en España el ‘Libro Blanco de la Educación Ambiental’. Fue un programa novedoso que pronto dejó de serlo.
Nadie cuestiona la obligación de enseñar a nuestr@s niñ@s materias como física, química, matemáticas o literatura por la necesidad y aplicación de las mismas a la vida real.
Ateniéndonos a esta necesidad, no se entiende cómo no se habla más y mejor de la ‘educación ambiental’ en nuestros colegios e institutos.
Debemos aprender a mimar el único planeta que, hasta la fecha, es habitable.
Y es que, como decía el escritor francés Jean-Jacques Barthêlemy, «a las plantas las endereza el cultivo; a los hombres, la educación»…..
Precisamente este verano se ha realizado una campaña de concienciación medioambiental en el Parque Natural De las Lagunas de Ruidera((Ruidera). Organizado y promocionado por una Asociación,Lagunas Vivas, sin ánimo de lucro,tiene como razón de ser la promoción de un modelo sostenible para el parque Natural.
El objetivo principal de esta campaña ha consistido en concienciar sobre las medidas de conservación y cuidado del parque, valorar un ecosistema único como son las barreras tobaceas.
Esta asociación tiene previsto continuar con la actividad en los periodos estivales por la gran afluencia de visitantes que tiene el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera.