Agonía del bipartidismo 

Ángel Manuel Sánchez García.- El modelo político de la Constitución del 78 amplía el modelo de partido único del régimen franquista, y consagra el pluralismo político como valor superior del sistema. El consenso constitucional se tradujo en un reparto de la tarta del Estado entre partidos políticos y regiones. Ese modelo hoy está quebrado por falta de recursos materiales y morales.

La tragedia de nuestra Democracia consiste en que los partidos políticos confunden el interés del Estado con el suyo propio. Las partidos no democráticos se distinguen de los democráticos en eso.

El carácter fuertemente corporativo que tenía el Estado franquista (de inspiración falangista, es decir, socialismo de derechas) fue heredado por el pluripartidismo democrático y por supuesto por la izquierda. Numerosos ex falangistas se integraron plácidamente en los movimientos y partidos de izquierda. Privilegiados del régimen franquista conservaron sus privilegios, poder y posición de influencia en la democracia, y sus hijos en muchos casos los han sucedido a izquierda y derecha. Este fenómeno de asimilación fue similar en Alemania, Austria, Italia y los países ex comunistas tras las derrotas del fascismo y el derrumbe del comunismo.

En el caso español como en el europeo, la democracia fundamentalmente se ha inspirado en el modelo parlamentario liberal del siglo XIX. Y efectivamente, en el caso español, el bipartidismo ya tiene un precedente, el bipartidismo decimonónico (con mayor sentido de Estado) con ese turno liberal-conservador de Sagasta-Cánovas que se produjo bajo otra estable Constitución española, la de 1876. Este bipartidismo decimonónico es padre de eso tan propio que se llama caciquismo y que se estila tanto en la política nacional.

El fracaso de ese originario bipartidismo español se debió esencialmente a la corrupción de los partidos liberal y conservador, a la inestabilidad política provocada por un emergente nacionalismo periférico que nace por reacción a la derrota del carlismo, pero sobre todo por la emergencia de una revolucionaria izquierda marxista (PSOE) o anarquista que provoca inestabilidad política (Semana Trágica de Barcelona y terrorismo anarquista). A su decadencia se une un pesimismo nacional generalizado a raíz del Desastre de 1898. España se moderniza pero aparecen profundas desigualdades sociales y territoriales. La periferia se industrializa gracias a un injusto favoritismo del gobierno central. Se producen grandes migraciones del interior a las regiones más industrializadas.

Hoy el modelo bipartidista vuelve a estar en crisis, causada entre otros por, 1) el elevado nivel de corrupción (con el Estado autonómico como efecto multiplicador), que ha erosionado la confianza en las instituciones y en los líderes políticos; 2) la inestabilidad política permanente y ahora determinante (moción de censura del PSOE y golpe de estado catalán que la izquierda y extrema izquierda aprovechan a su favor conscientes de la fiebre patriótica que transmiten las encuestas y les castiga) y; 3) una nueva sensibilidad en la opinión pública española que se ha rebelado frente a lo políticamente correcto naciendo el populismo de derechas, que es como el de izquierdas, pero con más realismo y menos ideología. La derecha está sacudiéndose los complejos. Cuando socialmente se dice lo que se piensa siendo incorrecto se puede llegar por ejemplo a que un Trump, con todos los medios de comunicación en contra, gane las elecciones.

No existe un ánimo revolucionario mayoritario en la sociedad española (solo en los independentistas y los comunistas), más bien se está gestando un ánimo de signo contrario. Cuando la serpiente, el lazo amarillo y la hoz y el martillo se sientan en las Cortes, a España le queda por ocupar ese espacio que es muy fenómeno europeo, la derecha y la extrema derecha. El pluralismo político actual no refleja la realidad social cambiante. Se evitan las elecciones y se veta el acceso a VOX y UPyD a los medios de comunicación de masas.

Llevamos cuarenta años siendo políticamente correctos. No se ha cuestionado hasta ahora en la opinión pública española el Estado autonómico, el otorgamiento de privilegios constantes a las regiones nacionalistas, y la profunda crisis que atraviesa la clase media española.

El problema de España es su PARTITOCRACIA y ese bipartidismo corrupto y antinacional que ha velado por la protección de lo suyo y no de lo de todos o la mayoría, más preocupado por retener poder (y privilegios) que por el Bien Común, que es el bien de los españoles y el bien de la Nación.

Y está esa Memoria Histérica que creo que se vuelve contra sus promotores. El desarrollo y expansión de la clase media en España provienen del exitoso y responsable gobierno tecnócrata franquista. La pujante clase media española durante el franquismo fue la que al final legitimó la democracia.

Es lamentable tener que concluir que en las últimas décadas se ha producido su empobrecimiento porque los partidos políticos han suplantado el interés de la Nación por el propio, el Estado de Bienestar por el Bienestar del Estado. Las legítimas aspiraciones de prosperar de los españoles y de mantenerse como clase media (acceso a la propiedad por el mérito del trabajo) están paralizadas por una insoportable presión fiscal (para mantener a esa casta política con sus chiringuitos) y una inestabilidad política permanente que afecta a la seguridad jurídica y por tanto a la economía.

Ha existido desde Zapatero una gran falta de liderazgo político. La mediocridad y la pasividad han caracterizado a los dos últimos presidentes. Sólo Felipe VI ha podido contrarrestar esta palpable falta de liderazgo frente al más grave golpe de Estado de los últimos cuarenta años, el que se hace desde las instituciones democráticas, y no desde nostálgicos del franquismo sin respaldo social, militar ni democrático.

La agonía del bipartidismo se está produciendo al mismo tiempo que una aguda crisis demográfica y un relevo generacional. Nuestros padres y abuelos rechazaron la dictadura y apostaron por la reconciliación (porque también rechazaron el caos revolucionario de la República), y ahora nosotros, que nacimos después de la muerte de Franco, rechazamos a nuestra clase política, autosatisfecha, apartada de la realidad, corrupta y mediocre.

Queremos un país serio donde las Leyes se respeten y se emplee la autoridad cuando haga falta, con justicia social donde prime el interés de los españoles al de las regiones, al de la inmigración descontrolada y al de los herederos del corporativismo anterior (la casta franquista y posfranquista).

El pluralismo político es sinónimo de democracia pero no de mantener al mayor número de políticos por ciudadano de toda Europa (hay más de 400.000 cargos políticos). Eso conduce a la tragedia presente, que la clase media tenga que sufrir una presión fiscal espantosa para mantener un Estado ineficiente dirigido por ineptos responsables de la ruina material y moral de nuestra Nación.

Aquí por el bien de España, ha de ganar el más realista y el que no confunda el interés general con el suyo propio.