Este año el tradicional artículo anti taurino de Manuel Vicent, al que nos tiene acostumbrados en proximidad de la Isidrada madrileña, deberá de pasar a versar sobre otro Mayo diferente, como fuera aquel del que celebramos el cincuentenario. Esto es Mayo del 68, que para muchos es equivalente del Mayo francés. Como si de un mal de salud se tratara, y no por la gripe primaveral o por la astenia melancólica que acontece con las primeras floraciones.
Y esa confusión de Mayo del 68 por el Mayo francés es una de las observaciones más sostenidas. Mayo de 68 no sólo fue francés, en la medida en que revueltas y conmociones, revoluciones para algunos, hubo en Memphis, en Berkeley, en Berlín, en México, en Varsovia y en Praga. Y todo ello refleja un conflicto sostenido desde la musical costa Oeste de Estados Unidos a las puertas del gris Moscú soviético, sin olvidar los efectos complementarios de la guerra de Vietnam y de los impulsos represores del maoísmo de la Revolución Cultural.
En todo caso, y en esas contabilidades de la historia, hay partidarios de fijar esos meses florales, que van desde marzo a agosto de 1968, como el final de un tiempo viejo y, no forzosamente, como el comienzo de otro tiempo desconocido. Lo que sí es cierto es la aceleración que se experimenta en los años sesenta, años que Pedro Sempere denominó en 1976, dando título a su trabajo La década prodigiosa. Con una contabilidad dilatada a diez años: entre el asesinato de John Kennedy y el golpe contra Allende. Es decir con un tiempo que se desparrama entre 1963 y 1973 y ve caer más cabezas, como las de Edward Kennedy, Lumumba, y la de Luther King. Y donde 1968, el año entero dela conmemoración, es el poste central de esa equidistancia y que formula el antes del pasado y el después del futuro. Entre el final de la Guerra Fría y el final de la Guerra de Vietnam. Un declive de las grandes potencias militares e ideológicas que adquiriría carta de naturaleza final en 1989, con el desplome del muro de Berlín y el comienzo del final del Socialismo real. Una puerta abierta que se cerraría veinte años más tarde.
La otra mención reiterada, es la de las transformaciones culturales visibles en el ascenso de toda la cultura Pop a los altares de la cultura de masas y de la Alta cultura. Como reflejo de un mundo súbitamente rejuvenecido y cansado de la prosperidad material de las sociedades del bienestar. Y que dio, ya en 1965, lugar al debate suscitado por Umberto Eco con su trabajo Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas. Cuya edición española, justamente del año de marras 1968, se presentaba en su portada con una viñeta del comic afamado y ambiguo de Superman. ¿Era Superman un fascista encubierto o por, contra, era un hombre liberador del Hombre Nuevo? Hijo del capitalismo y nieto de los fascismos de guerra, era detestado en la URSS y en los países satélites como un epítome del peor capitalismo de Guerra Fría. No sólo, por tanto, la cultura de masas, también la idea instrumental de una política ajena a tantas cosas cercanas y ya alteradas.
Haciendo visible la influencia del comic, del Pop Art, del Pop-rock, del Nuevo cine, de las nuevas drogas y de la nueva moral sexual, en las nuevas valencias culturales. Que abandonarían los Realismos militantes por formas alternativas. Visible también en ese movimiento que se llamó como contracultural en hitos diferentes, como las mitificaciones de modelos americanos, desde Marilyn Monroe a James Dean, y de modelos juveniles, desde The Beatles a Mary Quant y la minifalda. Baste recordar que 1968, como otra deriva, ve nacer tanto 2001 un odisea del espacio de Stanley Kubrick, como el White album de los Beatles, tributos de un tiempo nuevo.
Junto a todo ello, cierta crisis de las formas políticas en sus manifestaciones tradicionales. Visibles sobre todo en Francia, donde el papel desempeñado en los acontecimientos de mayo por gaullistas y comunistas, fue casi simétrico, desbordados ambos partidos que habían estructurado la vida política desde 1945 por un movimiento desconocido y novedoso, que bebía tanto del Marxismo renovado (oxímoron para algunos) como del Lib-lib (Libertarios-liberales), que se renovaba con el Situacionismo y se paralizaba con los Bo-bo (bolcheviques-bonapartistas). Tanto la revisión crítica de la Escuela de Frankfurt como la publicación en 1967 de La sociedad del espectáculo de Guy Debord, dieron alas a ese movimiento que aunaba lo contracultural con lo antiautoritario, lo psicodélico con el joven Marx no fosilizado por el leninismo.
Todo ello visto desde hoy resulta tan lejano como elaborado a golpe de nostalgia juvenil impostada. Y no añorado. Piénsese que algunos de nuestros gurús culturales de esos años, apostaban fervientemente por el fiero maoísmo de la Revolución cultural, que condujo a otras catástrofes por amor de la Utopía. Y todo ello, otorga a esos años de formación, de los inequívocos pecados de juventud y de la desmemoria del olvido. Por ello, y a la manera del Situacionismo y de la afirmación de Debord, colocar Mayo del 68 a la altura de lo afrimado: “A medida que la necesidad resulta socialmente soñada, el sueño se hace necesario”. Tal vez, para despertar de él. Tal vez para recordar a joven Marx de la Crítica de la economía política, cuando afirmaba que “La producción proporciona no sólo un material a la necesidad, sino también una necesidad al materia”.
Periferia sentimental
José Rivero
Hermosa y acertada pincelada, amigo Pepe.Lo he leído en blanco y negro y me parecido aún más lúcido. Nosotros, los de antes, seguimos siendo los mismos pero no los de antes. Cuando la crisis de los misiles y esto es tan cierto como que estoy escribiendo ahora, una vecina de mi barrio infantil, estaba hablando con mi madre en la puerta y bruscamente interrumpió la conversación. «Me voy a mi casa, Rafaela, que esta tarde se va a acabar el mundo, que lo ha dicho el parte». Y así con estos negros augurios de una Cuba a punto de armarse hasta los dientes y un presidente sudando sangre para no apretar el botón comenzó de algún modo, «la década prodigiosa» con el mojón mayesco que has descrito. Buen día.
Somos tan mayores Manolo, que a veces confundimos los resplandores del amanecer con las luces mortecinas del crepúsculo. Y no es presbicia ni cataratas. Problemas de la visión y del tiempo. No sé si es un defecto o un privilegio. Pero en todo caso, como decía Garcia Marquez en sus Memorias, vivir para contarlo. Abrazos mayeros.
Extraordinario artículo.
La fidelidad al mayo de 1968, o lo que queda de él, podría expresarse en la pregunta: ¿cómo prepararnos para este cambio de tercio, para sentar las bases de un nuevo giro copernicano?
Bueno, a veces, la nieve en mayo no es algo extraño….
Estoy leyendo el reciente ensayo sobre Mayo del 68 de Gabriel Albiac, otro testigo histórico del fenómeno. Él afirma que aquello sirvió para poco y más bien para nada, porque su raíz era la nada, es decir, el nihilismo. Gabriel Albiac podría decir otro tanto como Manuel V., que sigue siendo el mismo pero no el de antes.
No viví aquello, y no estoy del todo de acuerdo con que el fenómeno del 68 se quedara en nada.
Cambió la forma de expresarse políticamente pues el espacio público dejó de ser propiedad de la autoridad gubernativa. Y eso sigue siendo actual.
Abrió la puerta a los nuevos extremismos -antihumanismos- hoy en auge.
Hay un tipo muy curioso que es resultado de ese fenómeno que para mí tiene un cierto carácter profético, Theodor ROSZAK, que afirmó en su obra: El nacimiento de una contracultura. Editorial Kairós, Barcelona, 1984, pág. 286, que
«cualesquiera que sean las aclaraciones y los adelantos benéficos que la explosión universal de la investigación produce en nuestro tiempo, el principal interés de quienes financian pródigamente esa investigación seguirá polarizado hacia el armamento, las técnicas de control social, productos comerciales, la manipulación del mercado y la subversión del proceso democrático a través del monopolio de la información y el consenso prefabricado».
ALGO QUE sostiene no sólo el descontento frente a la prosperidad y desarrrollo tecnológico del capitalismo, sino que sostiene esa REACCIÓN CONTRACULTURAL hoy tan vigente (feminismos, ecologismos y animalismos).
Por lo cual, si bien el Movimiento del 68 fracasó porque como tal no permaneció en el tiempo porque era de estracto esencialmente EMOCIONAL (y las emociones no construyen -Bauman- sino que destruyen), sí que tuvo un gran impacto histórico y cultural que hoy permanece: LA EXPERIENCIA EMOCIONAL COMPARTIDA POR LA MASA COMO ACTO TANTO MÁS REVOLUCIONARIO CUANTO MÁS EMANCIPADO de toda institución social o política.
Mayo del 68, como fenómeno universal y no sólo francés como bien expresa el autor, es esa expresión de necesidad de metafísica por parte de una sociedad opulenta, materialista e insatisfecha.
Posiblemente el desencanto se fue transformando en otro, pero de sentido inverso (del idealismo juvenil al realismo de la madurez). Y quizás esa sea la experiencia mayormente compartida por las generaciones del 68.
Más inquietante me parece esa otra parte que transformó ese desencanto con el sistema de la opulencia del que gozaban y gozan, en una nueva religión, eso del PROGRESISMO.
Una idiotez juvenil que se ha enquistado en una idiotez senil.
Una idiotez de la que procede el relativismo moral, la crisis de autoridad, la doble moral, la descafeinacización de los principios y valores, el abuso del eufemismo, la posverdad como realidad virtual amable y adaptada para imbéciles sin juicio crítico, la imposición de ese moralismo puritano e infantil de la vida pública, y toda clase de confusiones porque su análisis es emocional y no racional.
ESTE MAYO DEL 68 NO ES NINGUNA TONTERÍA. De aquellos barros estos lodos.
Porque…cómo se podía ser marxista entonces sin querer llegar a una dictadura??? Claro, la espantada fue general en cuanto se pisaba un país comunista, y no pocos lo hicieron (F.J.LoSantos).
Y el que no lo hacía, cómo podía seguir siéndolo?? Pues evidentemente, viviendo en una esquizofrenia galopante y elevando a religión su ideología.
En esa doble visión de las cosas: rechazando la realidad que me disgusta porque se opone a mis ideas, y tratando de adaptar la realidad a las ideas, que es algo precisamente en lo que se empeñaron los grandes idealistas del siglo XX, Hitler y Stalin.