La razón comercial y sus enunciados varios, a veces parecen tener dos almas y un solo corazón.
No dos almas gemelas, sino dos almas antitéticas.
Alma buena, alma mala.
Alma bella y alma horrible.
Y un solo corazón. Corazón comercial de madera.
La bondad y la belleza fueron, en otros momentos históricos, razones de peso para la promoción de una marca o de un producto, y su posterior ventura y venta.
Se vendía lo bueno, se promocionaba la belleza y se perseguía la calidad.
Ahora ya sabemos que no siempre lo que se vende es bueno y que la calidad ha desaparecido por las rendijas de la abstracción de muchas razones promocionales.
No digamos nada de la belleza.
Que en muchos casos ha desaparecido del prospecto, del anuncio, de la razón argumentativa y de la marca vegetativa.
Ha desaparecido a secas.
En este territorio de la expansión de lo feo y del crecimiento del feísmo, ha habido incluso una sorprendente contaminación de lo artístico.
Desde 1917 y desde la Fountain 1, de Marcel Duchamp, nació el dislate. Con la voluntad feísta capaz de instalar un urinario de loza sanitaria en una Galería de Arte (¿…?).
Por no hablar de la pieza (¿pieza?) de Piero Manzoni, Merda d’ artista de 1961.
Donde el artista tuvo la santa sabiduría de envasar sus propios excrementos en un sobrio envase que asemejaba chipirones en su tinta. O en su mierda.
Por ello no es raro que Pedro Azara publicara en 1990 la obra De la fealdad del Arte moderno.
De igual manera que Umberto Eco formuló en 2007 su Historia de la fealdad.
Como un viaje inverso del realizado, años antes en 2004, en su Historia de la belleza.
En esa onda revuelta, Patricio Pron, publicaba en 2016 el artículo llamado El tirón del arte feo.
Donde deba cuenta de que “la fealdad convoca al igual que lo hace la belleza.[ Y por ello] El feísmo gana adeptos en webs y centros como el Museum of bad Art”.
Un Museo militante del mal gusto, fundado en Boston en 1993. Y que prospera y crece.
Cuya colección incluye “retratos involuntariamente monstruosos, paisajes incongruentes, y desnudos perturbadores en su fealdad”.
Ahora ya hemos llegado a una fealdad genérica y generalista, no sólo a una fealdad artística.
Una fealdad que extiende sus redes y tentáculos a muchos monopolios artísticos y pseudoartísticos.
Que han bebido y beben en fuentes variadas y bien nutridas.
Desde lo cursi a lo hortera, desde lo kitsch a lo bizarro; desde lo estrambótico a lo bohemio-burgués; desde lo canalla a lo choni. Desde lo grotesco a lo monstruoso.
Un universo tan variopinto que tanto triunfa como fracasa.
Dada la radical improbabilidad y certeza de sus códigos estéticos.
Un universo que viaja desde la publicidad atornillada a las telenovelas calientes; desde las revistas de decoración con glamour, a algunos set alambicados de televisión pretenciosa; desde la tele realidad infestada de caimanes vegetarianos al culebrón profundo de pasiones verdosas; desde la prensa rosa a la prensa deportiva.
Desde buena parte de las redes sociales inundadas de bazofia y chicle.
Y esa mecánica infernal del gusto por lo feo ha llegado a todas las riveras y ribazos.
Se nombran locales varios de referencias imposibles y malsonantes.
Se denominan bebidas con nombres de esputo y andrajo.
Se bautizan marcas como si estuviéramos en un tremedal.
Se crean logos aberrantes que aluden a lo zafio, a lo tosco y a lo pesaroso.
Como un emblema de los tiempos raudos en su beocia.
Y por ello crecen páginas del disparate encadenado.
Desde Naming chungo a marcas bizarras, desde Nombres atontaos a Referencias pedorras.
Y así nos va.
José Rivero
Divagario
Anarquismo en el Arte.
Y es que hay que protestar y cuestionar cualquier cosa para con ello aferrarse a alguna metafísica.
Una imbecilidad resurgida de las cenizas del vacío resultante de Mayo del 68.
Hoy en día, las personas se sienten reconocidas en un mundo sin sentido, caótico y fragmentario.
Ahora se rompen moldes para ser singular y el abanico de lo feo ofrece más posibilidades.
Tal vez hayamos llegado al agotamiento del canon de belleza clásico, nuevas búsquedas y el mestizaje y globalización del mundo. Lo feo garantiza las miradas.
Recuerdo que, al comienzo de la ‘Tragedia de Macbeth’, de W. Shakespeare, las voces de tres brujas se abren paso entre tinieblas diciendo: ‘lo bello es feo, lo feo es bello’….
La simetría entre lo bello y lo feo no es real, como tampoco la de lo clásico y la de lo anticlásico al menos desde que Longino añadió una categoría estética superior, la de lo «sublime», que el Romanticismo desarrolló y que tan bien supo explicar el famoso ensayo de Edmund Burke.
ARTE con mayúsculas: remueve conciencias y estómagos…
Genera una respuesta y altera sentimientos. Aunque sea para asegurarnos de que nos repugna y lo detestamos.
No puede haber nada más artístico que eso.
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