—¡Guardia Verde! —A Suza le hubiese gustado gritar esa consigna, como hacía unos años. Le encantaba esta presentación en las viejas tabernas de la ciudad, donde más rápido encontraba las imitaciones de la cerveza oficial, la green, la Faineken. El gobernador Pils había decretado diez años antes que la única cerveza que se podía consumir, vender y exportar en Beerland era la «verde», cuya fabricación, ¡oh, casualidad!, corría a cargo de la familia política del gobernador.
Suza era el capitán de la Guardia Verde, institución encargada de velar, vigilar, controlar y castigar a todo aquel que transgrediese la norma. «Yo soy green», rezaban carteles en casi todas las tabernas del país.
Llevaba diez años al frente de la Guardia Verde. Pasó de ser catador ejemplar en la fábrica central, en Beer Capitol, a la cuasi tropa militar que había creado Pils Damm justo el mismo día que promulgó el decreto.
Pero, desde hacía un año, las inspecciones se habían complicado. Los «brown» habían realizado varias incursiones, con éxito, desde los territorios del norte, de donde eran originarios, y habían conseguido entrar clandestinamente en las tabernas de las ciudades. Tenían sus propios códigos, que la clientela, harta ya del totalitarismo de los «green», había aprendido a descifrar. Los «brown» conseguían introducir sus cervezas, embotelladas en vidrio marrón, como respuesta rebelde a la cerveza de Pils, embotellada en verde. En las tascas, ya se oía, de vez en cuando, a algún fanfarrón, con varias cervezas en su cuerpo, gritar de forma desafiante: «Yo soy brown».
Las tropas de inspección habían tenido que dividirse y ya solo realizaban las visitas en pareja. Una serie de altercados en los que salieron bastante esquilmados hizo que los guardianes verdes tuviesen más miedo y ya apenas se atrevían a salir. Pero a Suza eso no lo amilanaba. Era un gran observador y, por su apariencia descuidada, bien podía pasar como uno de los rebeldes cerveceros. Nada en su estética lo podía relacionar con un guardia verde. Nada, excepto la lealtad y el compromiso a la familia Faineken.
La puerta de madera pintada de verde no mostraba ninguna particularidad a ojos del ignorante del código «brown». Era una normal. Pero Suza sabía dónde ponían sus símbolos. Aprovechaban las estrías, las zonas más oscuras, para marcar con dibujos de cereales, trigo, malta o cebada, y así comunicar que eran tabernas adheridas al movimiento «brown». Se quedó delante, contemplándola minuciosamente. Sabía que en los últimos meses habían añadido muescas nuevas al código, todas relacionadas con el proceso de fabricación de cerveza artesana.
En el fondo, Suza sabía que los rebeldes «brown» eran unos románticos. La puerta se veía bien pulida, aunque la habían envejecido de manera artificial y se notaba en algunas partes, por ejemplo, al lado del pomo y en las esquinas del lado derecho. Se acercó más. Rozó con la punta de los dedos todas las aristas que sobresalían al tacto. Cualquiera que lo viese de lejos lo tomaría por un loco o por un borracho. Acariciaba la puerta como si fuera una mujer. Despacio, deslizaba los dedos hacia arriba, los dejaba aposentados durante unos segundos y deshacía el recorrido en sentido contrario. Y entonces sonrió. Ahí estaba. Apenas se diferenciaba de las estrías de la puerta, pero su intuición y su experiencia le ayudaron bastante. Se sorprendió. «No puede ser». Volvió a repasar la forma de la muesca. «Cerezas».
Entró al local. Echó un vistazo rápido a la clientela. Dos hombres en la barra, hablando con el tabernero, y un par de mujeres, sentadas en una mesa al fondo. Reían y bebían cerveza. Todos lo miraron al entrar. Decidió sentarse en la mesa más cercana a la puerta. Ir solo a las inspecciones suponía un riesgo. A veces, los «brown» no acataban la autoridad de los «green» y decidían plantar cara a los inspectores. A Suza no le gustaban los enfrentamientos. Él no sabía pelear, solo probar cerveza. En eso, no le ganaba nadie.
El tabernero se acercó a tomarle el pedido. «Una cerveza». Cuando el hombre se volvió, Suza le dijo en voz baja:
—Si tiene cerezas para acompañar… —Le sonrió.
—Veré qué puedo hacer. —El tabernero desapareció tras una puerta que quedaba semioculta detrás del mostrador. Al poco, salió con un vaso de cerveza y una botella verde ya vacía. Las dejó en la mesa. —Lo siento. No queda nada para comer ya. —Y guiñó un ojo.
Suza cogió el vaso y, al acercárselo, le llegó un suave aroma a cerezas que lo llevó lejos, muy lejos, en el tiempo y la distancia.
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Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira
Es cierto que la botella de cerveza de vidrio de color marrón bloquea gran parte de la intensidad de la luz, lo cual permite una mayor duración y un sabor más apetecible.
Después de la Segunda Guerra Mundial, debido a razones de costo y disponibilidad, se comenzaron a utilizar las botellas de vidrio de color verde, lo que conllevó la correspondiente disminución de la calidad.
Creo que la mejor cerveza para ver un buen partido en compañía de los amigos es la ‘Budweiser’.
Sin embargo, en una noche en la que lo inesperado es la tónica general, ‘Heineken’ es la cerveza ideal….
Charles, a mi la Heineken no me dice mucho y me da rabia que en muchos locales sólo tengan esa marca y la «Bud» si pero no la americana, la original que es una variedad Checa suave y buenísima. Lo de los amigos genial, aunque sea con Mahou. A ver cuando nos tomamos un par de ellas.
Bueno, no hay nada mejor que una tapa de tortilla de patatas con una cerveza ‘Pilsner Urquell’ o una cerveza artesana de Segovia en ‘Casa Paco’ en Madrid. Muy recomendable……