Por distintas razones viajeras, he realizado en el último mes un extraño movimiento circulatorio, que en otras circunstancias habría pasado desapercibido, con toda probabilidad y certeza. He pasado de alguna manera y por así decirlo, del nieto al abuelo; cuando lo normal en cualquier relato es el movimiento inverso: esto es del abuelo primigenio al nieto posterior. Pura cronología de atrás hacia adelante.
Los primeros días de marzo estuve en el Puerto de Santa María, donde hacía años que no paraba y de ello mantenía recuerdos difusos de un lejano verano juvenil y de las escapadas súbitas realizadas desde Sevilla. Y descubrí con cierta curiosidad, la presencia del rey Alfonso X El Sabio por distintos enclaves y parajes de la ciudad. Cosa que viniendo desde Ciudad Real, ciudad fundada por gesto regio del mismo monarca, en 1255, se llenaba de concomitancias y de ecos.
Descubrí que tanto el centro cultural municipal lleva su nombre, como sobre la proximidad del castillo de San Marcos, se levanta la plaza que rinde recuerdo al rey conquistador de esa ciudad en 1260 y donde se exhibe un busto de bronce con un perfil muy actualizado y poco creíble en su hechura. Hecho conquistador del Puerto de Santa María, que comportó no sólo la toma de la ciudad a los almohades, sino el cambio de nombre, de la antigua Alcanatif a la actual denominación de la ciudad del Guadalete.
Mediado el mes y teniendo que hacer noche en Toledo, opté por razones de proximidad a mis intereses, por alojarme en el hotel Alfonso VI, en la cuesta de Capuchinos, una vez coronada la cuesta de Carlos V, y frente a la mole pétrea e inquietante del Alcázar. Dicho hotel de la cadena Sercotel, trata con la advocación del rey Alfonso VI, de rememorar la conquista toledana de 1085. Que además de ello, fue el lugar de su fallecimiento en 1109.
Para enfatizar ese carácter histórico los salones comunes del hotel están decorados y recorridos por una extraña escenografía de armaduras actuales, de mano de herrero poco imaginativo, y de piedras vivas muy aristadas. Como si quisieran mostrar al visitante la gravedad de su pasado y de su historia. Por ello el turismo internacional, preferentemente estadounidense y japonés, fotografía esos recodos fingidos como si estuviera viajando al pasado. Cuando bien cierto era, que esa edificación hotelera se produjo frisando los primeros años sesenta, cuando se había avanzado lo suficiente, tampoco tanto como se esperaba, en las obras de reconstrucción del Alcázar derruido y bombardeado en la toma del Alcázar de 1936, tan fallida como las pretensiones históricas de los hoteleros.
Cuando deshacía la maleta, y mirando hacia las piedras fornidas de la mole del Alcázar, reparé en esa rara coincidencia de los reyes homónimos que me habían rodeado en escasos días viajeros. Ahora podría argüir nuevas circunstancias que se producen en los viajes como si se repasara la historia que conocemos de manera escasa la mayoría de las veces.
Habría pasado, en esos movimientos hacia el Sur y luego, de regreso al Norte, por otros enclaves geográficos con referencias y alusiones a nuevos reyes con ese nombre de Alfonso. Si hubiera optado por el viaje al Sur, a través de la autovía de Andalucía, E-5, habría pasado en proximidad del enclave donde tuvo lugar la batalla de las Navas de Tolosa en 1212, y donde Alfonso VIII, y luchando con apoyos diversos de navarros y aragoneses, había compensado la pérdida sostenida años antes en Alarcos en 1195, y bien conocida en Ciudad real. Atando en unos palmos de suelo al Alfonso toledano con el llamado el denominado Sabio y con ese otro batallador.
La otra cuestión, no menor, serían las diversas representaciones del fundador capitalino que nos ofrecen pinturas, esculturas y grabados. Diferencia visible entre las piezas de la plaza de San Marcos, en el Puerto de Santa María, la levantada en el acceso de la Biblioteca Nacional, de mano de José Alcoverro y la pieza ciudadrealeña de García Donaire Entre estas como en otras más que podrían aportarse, median tantas versiones y variaciones como pudiéramos obtener de la historia misma. Rey barbado, Rey lampiño y juvenil y Rey pesaroso y envejecido. Incluso recontar las rarezas de esa biografía Alfonsina de Salvador Martínez, que detalla el mal carácter del Rey Sabio por razones derivadas de su salud. Y particularmente de lo que viene a establecer el biógrafo medievalista, que “un cáncer de cara condicionó la política del Rey Sabio”.
Un cáncer, que la farmacopea real de la época no pudo erradicar ni mitigar, y sólo cubrir de emplastos y de males remedios más propios de curandero o sanador de aldea que de químico de corte o de boticario regio. Más aún, ese cáncer maxilofacial que fundamenta Salvador Martínez en dos informes medico forenses y en las fotos del cráneo del monarca, dan pie para profundizar en un temperamento airado y voluble, fruto de los vaivenes que provoca la enfermedad establecida y no erradicada y que va dibujando en su rostro el mapa lento de una desesperación y la tipografía de una congoja sin fin. Un mapa tan lento como el que yo había tratado de deslizar entre esos viajes.
Periferia sentimental
José Rivero
Y es que ‘Alfonso’, y su variante ‘Alonso’, son nombres muy comunes en la Alta Edad Media.
Es el nombre de muchos reyes españoles, desde Alfonso I de Asturias, que reinó en el siglo VIII, hasta Alfonso XIII de Borbón, bisabuelo del actual rey Felipe VI.
Por cierto, el rey Alfonso XIII también tuvo su propio caso ‘Nóos’. Una curiosidad y una ‘nota suelta’ para aquellos avezados en la investigación regia…..