Manuel Valero.- Leyendo a Marcelino Lastra uno goza del placer de la lectura, porque a uno que le va la marcha literaria disfruta con los buenos textos, sea verdad o no lo que digan, se ajuste o no lo que expresen al criterio de uno. Ya saben, en Literatura primero está el modo de contar las cosas y luego lo que se cuenta.
En la buena Literatura digo, de la que hace unos años di mi diagnóstico de defunción como le he contestado por el laberinto de las redes a otro de mis admirados columnistas de aquí: José Rivero. El betseller, le he dicho, entendido betseller no como libro que se vende mucho que ya lo fue El Quijote, sino como libro de usar y tirar que se lee en la playa, que no te sacude por dentro, y que es también de fácil conversión a la cultura telefílmica, hace años que acabó con la Literatura, con L mayúsculas. Ese fenómeno, el de la Literatura agónica coexiste con el fervor por la autoedición, las empresas que se dedican a ello y proliferan por el espacio internáutico que incluso estimulan la vena escritora del cliente con la promesa de un libro bien editado que sacie su vanidad primeriza. Y así, llegamos hasta la cima prolífica de escritores y libros publicados, al mismo tiempo que decrece la pulsión lectora de los españoles, circunscrita a los tiempos de ocio y casi siempre propensos a novelas fungibles. Sí, lo dijo Eduardo Mendoza, que la inmensa mayoría de los libros que se publican son malos, muchos bazofia de alto gramaje y otros tantos, tópicos, reiterativos, previsibles y escritos sin alma.
Por eso me encanta leerles a ambos. Lo mismo que a mi tocayo Ángel Romera y no es cumplido. Es la verdad, tal vez azuzada por estos profundos tiempos de Semana Santa, de escatología resuelta en su misterio o por este ambiente de fraternidad cristiana.
Habla Marcelino de la Zona de Oscuridad Profunda que pareciera envolver los grandes acontecimientos y más recientemente los trágicos sucesos que precedieron a la aburrida comedia bufa catalana. Me encanta cómo hilvana conexiones especuladas: escalofría un poco la mera posibilidad de una intencionalidad siniestra pero insospechada. Como en las grandes pelis o novelas negras, el asesino no es el que parece sino otro personaje inesperado con el que el lector se había familiarizado y de quien había asumido su impostada bonhomía. Sin embargo, al resolverse el crimen y desvelarse el misterio, todo adquiere una nueva lógica muchos más fuerte que la anterior porque con una segunda lectura vamos detectando las diminutas migas de pan que el malo ha ido dejando por el camino. Que fueron los islamistas radicales los autores es lo esperado, el final de un caso sin interés mistérico salvo por el tremendo dolor causado. Pero, ¿y si no fuera así? Joder, a uno se le levanta la camisa de la piel impelida por el bello epidérmico. Sea o no sea verosímil y sólo se trate de una mera especulación intelectual de mi compañero de columnaje, lo cierto es que da para una novela que escrita por Marcelino, superaría los niveles para una digna exhibición en los anaqueles de la Literatura y seguramente, pasaría el filtro del escrutinio de José Rivero quien haría una disección de probada densidad y de paso nos daría una de sus clases magistrales de Arquitectura o de cualquier otra renacentista materia.
Con un poco de aliño, el estilo y la filigrana estética a caballo entre el periodismo anglosajón y la narrativa negra meridional a lo Montalván nos podría llevar Marcelino Lastra hasta los pies de los caballos. ¿Quién está o estuvo detrás de la concatenación de sucesos que comenzó con la voladura de una casa llena de explosivos, siguió por el atropello criminal de Las Ramblas y fue dejando detrás aviones estrellados y fiscales fallecidos? ¿Habrá alguna conexión entre el nacionalismo irredento o el mundialismo antisistema que fija su epicentro en Barcelona y los sucesos que acontecieron sobre un paseo urbano sin bolardos? Lo fácil es llamar a Marcelino Lastra, mente calenturienta, que no lo es; lo justo sería obsequiarle con unas buenas palmadas por trenzar y entrelazar contingencias con la agudeza de un Jhon Le Carré e inspirar una novela apasionante.
La pena es que no sea una mujer la que firmaría la novela resultante. O sí, ¿quién sabe? A lo mejor es una mujer la que se decide, inspirada por las telúricas sospechas del columnista o es el propio columnista el que escribe la historia bajo un pseudónimo de mujer. Y ahora que caigo, amigo Romera, esta sala hipóstila de MiCiudadReal (MICR) está sostenida sólo por hombres sin que haya habido selección o intencionalidad alguna por parte del sanedrín del periódico. Me consta. Todo ha surgido de manera natural. Hubo una firma habitual de mujer pero era de cocina lo cual aun partiendo de la libérrima decisión de la interesada y con los tiempos que corren no creo que le contribuyan a darle una pátina de modernidad a MICR. Y por otro lado, admirado Ángel Romera, me temo que antes de las memorias de Pilar Bardem, tengo en carrefilera otras obras de nueva lectura o de relectura que siempre viene bien, algunas con documentos sonoros y canciones que me llevan de la mano, así sea Emily Dickinson, las Brontë, Alejandra Pizarnik, Violeta Parra, Alfonsina Storni, y una larga ristra que paro para no parecer más ilustrado de lo que en realidad soy. Así que no puedo detenerme en las memorias de esa señora. Uno no es feminista desde el mismo momento en que no es machista y considera a la mujer absolutamente diferente a nosotros desde la más radical igualdad. Y es lo que pienso aunque parezca una frase hecha, todas las frases lo son, por otro lado.
Eso sí nunca os compensaré del impagable placer de leeros por aquí. Disculpad, pueden que hayan sido las torrijas semanasanteras que me he venido arriba. La culpa es de ellas. Salud.
Finísima torrija.
Me uno a tu alabanza de Marcelino Lastra. Disfruto igualmente de él.
Marcelino tiene una mente calenturienta y honesta.
Navega contracorriente de esa ingeniería social que establece lo políticamente incorrecto, y de esa presentación amable de la realidad que se llama Posverdad y que ha sido y es sostenida por el izquierdismo entre otros.
Por qué digo esto? Porque nada como querer desviar la atención o culpar siempre a otros para mitigar el dolor y la injusticia de las víctimas de la intolerancia o la violencia política o social.
La izquierda es otra cosa, para empezar es tan española como la derecha. Al menos yo así lo podía apreciar en el patriotismo de mi abuelo republicano.
Y esa diferencia entre el izquierdismo y la izquierda, es algo que ha marcado magistralmente Marcelino y por su supuesto ni le perdonan ni le perdonarán.
Feliz Pasión y Pascua de Resurrección de Jesucristo, Manuel.
Hay un torrija literaria, donde se confunden novelas y Nobeles. Hay otra torrija gastronómica que pasa de la carne al pescado y del pecado a la penitencia. Hay otra torrija política y pastoril que florece en la Pascua Florida, entre Waterloo y Hamburgo, entre la Via Layetana y la Carrera de San Jeronimo. Hay otra torrija de género, como ocurre en esta casa falta de faldas y de chicas. Hay finalmente la torrija que se acomoda a la melopea y a la beoda armónica y que conduce a algún rincón sin nombre. Que el afecto nos acompañe pero que no modifique tus estrictas exigencias de estilo y de forma. Todo llega por Pentecostés. Hasta las luces.
No os lo decía yo?
Mu bien por las autoras que citas, pero a la Pizarnik es que no la soporto.
El elogio oportuno fomenta el mérito, y la falta de elogio lo desanima.
Por cierto, las torrijas, ¡deliciosas!….
A mi no me llaman la atención las torrijas. Empalagan y engordan.
Soy más de salado, un buen jamón mil veces antes que una torrija cargada de azúcar…
Acepto lo de las formas (igual que el pulpo como animal de compañía), pero por muy buenas que sean, si solo sirven para sembrar dudas donde ya había luz y taquígrafos…no sé. No todo en esta vida es JFK…
Por cierto, qué le tiene que perdonar la izquierda a Marcelino? Acaso la izquierda es como dios (cualquiera de ellos, los cientos que hay)? Tiene alguna potestad de perdón sobre nadie un/a progresista? Señor, señor…las cabezas…Acaso Marcelino ha visto la luz en la nueva derecha hueca? Me extraña…
Sobre todo porque dudo que Lastra sirva platos literarios,ni creo que le interese mucho la literatura. Lo suyo tiene más que ver con la geopolítica , política internacional y demás asuntos ajenos a la literatura.Y que adobe los menús con una buena dosis de inventiva y especulación, no los convierte en materia de relato ficticio, aunque esboce entelequias sin argumentos sólidos. De ahí su falta de honestidad con el lector y consigo mismo.
Será que Marcelino es más hombre de mundo, y por ello tenga una cosmovisión más completa.
Tu cosmovisión , por contra, no debe superar la pantalla del ordenador. Y la cosmovisión de Lastra probablemente sea la de apuntarse allí donde le llamen.
En España por ir de perdonavidas tienen que dar caramelos.
A nadie se le debe nada por ejercer la libertad de expresión, y cuanto más distinta tanto más democrática.
Hoy hace más frío que ayer.
Ya te digo. Y va a llover. Escucharemos de llover…
Estimado Manuel
Desde siempre me han encantado las torrijas y, por la parte que me toca, he degustado las tuyas como hacía tiempo no tenía el placer.
Has sido muy generoso. No te has conformado con un platito donde entraran un par de ellas, quizá tres. Te has despachado con una enorme fuente a rebosar.
Una de las ventajas de este manjar es que no es necesario comerlo todo de una sentada, por eso he decidido hacerlo poco a poco, pues su finura y aprecio así lo merece; eso sí, cuidando el punto de la jugosidad que has sabido darle.
A tu salud, «masterchef»
Voy a vomitar torijas, y sin haberlas probado.
Finura y aprecio…puntito de jugosidad…masterchef.
Voy corriendo al bañooooooo, que no llegoooooo.