Mariano Velasco Lizcano. Escritor. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología.- Me considero lector empedernido. Quizá por ello, pocas veces una nueva lectura me llega a sorprender. Sin embargo esto es lo que me ha ocurrido con Patria, de Fernando Aramburu; una obra tan emocionante, amena y sencilla que ha hecho que devorara sus más de seiscientas páginas con la misma rapidez que si de una obra de cien se tratara. Todo un acierto de literatura actual.
La obra me ha gustado sobre todo, además de por su trama literaria, por la visión que ofrece al lector del nacionalismo vasco y del conflicto que implementó en el seno de su propia sociedad: un camino magistralmente trazado que aporta claves de lo que «allí» sucedió de una manera desapasionada; una forma en suma de dar a conocer cómo ocurrieron las cosas por encima de esas maniqueas interpretaciones que en múltiples ocasiones se nos ha querido vender.
Reconozco que mi interés por conocer las «razones» de los nacionalismos independentistas nació hace bastantes años, justo en los albores de nuestra democracia, cuando la violencia terrorista del nacionalismo vasco amenazaba con destruir el proceso político sancionado por la Constitución.
Acababa de dejar el Ejército, y la preocupación por la posibilidad de que un proceso involucionista legitimado en la deriva terrorista me hiciera volver a él —reclutado de nuevo, claro está—, me hizo preocuparme y mucho por querer conocer.
Recuerdo que leí y estudié entonces toda la literatura política que cayó en mis manos. Filósofos y teóricos del nacionalismo —liberales, socialistas, anarquistas— fueron explorados con gran avidez. Descubrí y asimile que el nacionalismo solo es una teoría, un invento de la ingeniería política para dar cohesión, primero a los territorios bajo la égida del Estado liberal, y posteriormente como ideología teórica para unificar territorios disgregados. Nacionalismo político el uno, cultural el otro; filtros sociales basados en tradicionalismos medievales y románticos que sacralizan la tierra y los territorios. Llevados a la política suelen ser muy peligrosos.
El caso del nacionalismo vasco, en este sentido, es ejemplar: fruto exclusivo de la visión política de Sabino Arana, un fundamentalista político-religioso que proponía la instauración de una auténtica teocracia con subordinación total del Estado y la sociedad a la Iglesia: «Dios y leyes viejas» era su lema.
Y un discurso tan rancio y tan banal sostenido en el tiempo ha sido capaz de dividir a toda una sociedad —la vasca—; poner en jaque al Estado, y sembrar todo el territorio nacional de violencia y cadáveres durante el último medio siglo. Algo nada fácil de explicar.
Y esa es la gran aportación que Aramburu ha logrado con Patria. Saber expresar con total sencillez cómo logró consolidarse la lucha armada a través de la constitución de una mentalidad de «pueblo elegido» y perseguido. Saber exponer el bochornoso papel que jugó la Iglesia católica vasca con sus «imanes» parroquiales. Saber expresar como la exacerbación de una sociedad arcaica y patriarcal fundamentada en los valores familiares, independentistas y de sumisión a la «causa» social, justificó la violencia. Toda una interpretación sobre el hecho y la dinámica nacionalista —en este caso la del nacionalismo vasco—, aunque extrapolable a la interpretación de cualquier otro nacionalismo, llámese el catalanista o el español. En definitiva, un libro que conviene leer.
Los nacionalismos vasco y catalán también se explican desde la experiencia frustrante de los carlistas vascos y catalanes en el mantenimiento del Antiguo Régimen y en la pérdida de sus guerras.
A ello se une la corriente etnicista que a finales del XIX se extendía en Europa (auge de los nacionalismos). Ser nacionalista y católico son términos irreconciliables según la Doctrina Social de la Iglesia, porque el nacionalismo es idolátrico. Por eso siempre ha habido cierta esquizofrenia doctrinal en los cleros vasco y catalán mal llevada que produjo esa bifurcación del nacionalismo en de derechas y de izquierdas que puede explicarse por la deriva de la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II y secularización de un numeroso clero que desengañado con el conservadurismo se echó en brazos del marxismo.
El clero vasco y catalán han sido muy responsables de la gestación de ese nacionalismo de origen carlista frustrado. El clero siempre ha ejercicdo funciones de liderazgo social en las áreas rurales y eso ha sido muy marcado en Vascongadas y Cataluña, que han mantenido un fuerte contraste entre los núcleos urbanos (liberales) y rurales (carlistas).
Como conocedor de ese clero por haber vivido en Cataluña y por haber tenido relación con jesuitas vascos, me llama la atención su eclesiología. Ellos conciben la Iglesia como una comunidad nacional-católica con una pobre valoración de la individualidad y universalidad intrínsicas en los católicos. Se conciben como Iglesias-satélite, ellos se sienten particulares hasta dentro de la Iglesia sin importarles su falta de comunión con el resto de la Ïglesia.
No existe una Iglesia de España, de Euskadi ni de Catalunya. Existe una misma Iglesia EN España, Euskadi y Catalunya.
La presión social al no nacionalista es equivalente a la presión mantenida por ese catolicismo mal entendido de censura de costumbres. Todo es lo mismo con distinto significado. Y esa presión sigue siendo asfixiante para el discrepante, especialmente en las áreas rurales.
El no nacionalista es una especie de madre soltera de hasta no hace muchas décadas.
Tostón de libro y horriblemente escrito.
Perfecto para el estrato de cuñaos que hay en Ejpaña que se van a encontrar muy a gusto leyendo únicamente lo que quieren oir.
Pues es la primera persona que oigo hablar de este libro en estos términos. Supongo que no lo dirás para defender lo indefendible.
El libro, siempre estoy hablando del libro, me pareció un compendió de clichés y tópicos.
Muy flojito, con una visión muy limitada y escrito para gustar y contentar, no para ahondar en la realidad vasca y para contarnos algo real.
No olvidemos, que no deja de ser una novela de ficción.
Pues aunque de manera novelada, cuenta una historia muy real. Por mucho que ahondes en la realidad vasca o de cualquier otro sitio, los asesinatos creo que nunca están justificados.
Olvidar no es la mejor opción, pero perdonar no es olvidar, es recordar sin que te duela…..
El de la memoria histórica.
Uno llega a acostumbrarse a los Zascas…pero los muy puñeteros acaban minando poco a poco la autoestima.
En fin, el perdón depende de con quién y para qué.
Aún no lo he leído y está en mi lista de lecturas pendientes.