No se trata del recuento de mujeres directoras de cine, aunque podría serlo. Así desde Liliana Cavani, Leni Riefenstahl, Lina Wertmüller, Pilar Miró, Josefina Molina, Agnes Varda, Sofia Coppola, Jane Champion, Katherine Bigelow, Iciar Bollaín, Vera Chitylova, Margarethe von Trotta, Isabel Coixet, Patricia Ferrera, Sally Potter o Gretta Gerwing. Una lista que podría crecer a otros nombres. Se trata más bien de la sensación percibida en el relato de la mujer capturada por el cine.
Casi en el entorno del día 8 de marzo, proclamado como Día internacional de la Mujer y revestido este año de convocatorias de huelga general, de paro parcial y de enormes manifestaciones en la tarde noche del día señalado, he podido ver tres películas diversas que inciden de diversas formas en ese reclamado y proclamado relato de la mujer y del feminismo. Aunque algunos dirán que estoy exagerando con las muestras seleccionadas. O que son poco representativas.
La primera de las convocadas en este breve recorrido, es la cinta Lady bird, de la realizadora Greta Gerwing (2017) que da cuenta de la rebeldía de una adolescente en los momentos previos a su llegada a la universidad. Todo ello en una ciudad, Sacramento en el estado de California, que nos quieren mostrar como el colmo del puritanismo americano y en las antípodas del imaginario californiano de los años setenta de felicidad erótica, musical, floral y marihuana a granel. Claro que Lady bird estudia en un colegio católico, y las monjas tutelares tratan de controlar el espesor del vacío entre los cuerpos, en los bailes agarrados. Sólo una señal de un país que se extraña y nos extraña en sus adentros profundos.
En las antípodas de esta denuncia americana matizada, se sitúa la enésima pieza cinematográfica dedicada al libertino veneciano Giacomo Casanova. Y digo enésima, porque la vida y vicisitudes de Casanova (1725-1798) han dado para muchas versiones tópicas, como la de 1977 protagonizada por Toni Curtis y dirigida por el mediocre François Legrand, que cuenta con al menos cinco títulos diferentes, según los países en que fue proyectada y con al menos º13 novias adjudicadas.
Y cuenta Casanova, sobre todo, con un extenso trabajo memorialístico de más tres mil páginas, traducidas por Mauro Armiño, bajo el título Historia de mi vida y prologada por Félix de Azúa. Esta vez la pieza casanovesca, de 2005, es la realizada por Lasse Hällstrom, pasada esquinadamente el día 9 de marzo en algún canal de televisión de pago. Y digo esquinadamente, porque no resulta políticamente correcto, ni coherente, dedicar una sesión de cine a un personaje que a juicio de muchos, limita el rol de la mujer al simple objeto de deseo, como un anticipo de juanes y tenorios. Puestos a reivindicar a Casanova como anti-mito relativo de la celebración del día 8, podrían haber optado los programadores por la cinta de Federico Fellini, denominada Casanova-Fellini, rodada en 1977. Y en la que Casanova, alimentado por la interpretación de Donald Sutherland formula no sólo un relato amoroso y pasional, sino que cuestiona el estatuto del orden sexual, político y moral disponible en el siglo XVIII y en el decadente y reducido recinto espacial de la República Serenísima; con un fondo próximo de las transformaciones en curso en la Francia borbónica que se aproxima hacia la Revolución de 1789. Y eso que Hällstrom enfrenta al rey de la seducción sexual con la mismísima Inquisición, que dirigida desde Roma, trata de coartar las liberalidades de los cortesanos de la Serenísima. No olvidemos que Casanova, colabora junto a Lorenzo da Ponte en 1787, en el libreto de la ópera de Mozart Don Giovanni, que resume otra pasión por el engaño y la seducción. Anticipando el modelo de seductor, pendenciero, transgresor y corruptor hispano del Don Juan Tenorio, de José Zorrilla ya en 1844. Aunque para algunos ya viviera ese instinto del engaño y la zozobra en la obra de Tirso de Molina de 1630, El burlador de Sevilla y convidado de piedra.
La tercera de las piezas capturadas y proyectada en la 2 de RTVE en la noche del 11 de marzo, daba cuenta del ejemplar documental de Diego Galán Con la pata quebrada (2013). Y que supone un recorrido memorable, pero olvidable por el significado sostenido en las representaciones femeninas en la historia del cine español. Unas representaciones que son reflejo del momento social y son muestra de los papeles reservados a la mujer como emblema y a la mujer como colectivo social. Representaciones que viajan desde los modelos primerizos de la República, donde la mujer trata de incorporarse al trabajo y a otras formas secularizadas de la vida moderna. Aunque siguieran pesando los tópicos del confesionario y del burdel. Y ese frágil equilibrio quedó prontamente roto con la inflexión ultramontana y conservadora del franquismo triunfal desde 1939. La secuencia histórico-patriótica que se inicia en el desfile triunfal de 1939, no encubre las estrecheces argumentales y morales, por más Sección Femenina que se mostrara activa y garbosa.
Todo ese proceso de liberación imaginaria y de desbloqueo de la censura moral, tuvo el correlato del llamado Destape en los primeros años setenta con una relajación más formal que real y con unas liberalidades que no era libertades reales. Cine perseguido desde fuera, ya Perpiñán, ya el Algarve portugués, para otear las profundidades del sexo emancipatorio, y que aquí produjeron ese formato de cine del sultanato chulesco, que algunos quisieron cobijar bajo la coda de la Tercera Vía, cuando sólo era la vía que va de la coartada sexual al chascarrillo de taberna. Cine de planta carnal, que al margen de enseñar anatomías vedadas por el sexto mandamiento, sirvió al menos para que Rafael Sánchez Ferlosio, produjera un memorable artículo publicado en Triunfo en 1974, Entre la liberación y el sultanato (Defensa del pudor). Donde retomaba las teorías de Marcuse sobre la sublimación represiva y las ponía en el foco social de la España de la salida de la Dictadura franquista en los primeros años setenta. Frente a los que interpretaron el cuerpo desnudo de Nadiuska, María José Cantudo o Susana Estrada como una liberación política y social, habría que contraponer el papel instrumental de esos desnudos y de esos destapes. Puestos al servicio del sexo masculino y escasamente, al servicio del sexo femenino, como comentó Isabel Ordaz en la tertulia posterior a la exhibición de Con la pata quebrada.
Periferia sentimental
José Rivero
El arte no tiene color ni sexo…..
Eso dice un hombre blanco.
Lamentablemente, todavía se evidencia, en grados diferentes, en el cine, el racismo como hecho cultural.
El cine dominado por ‘hombres blancos’ es el canon de lo correcto. Todo lo que se salga de ahí, es una deformidad, una rareza aún hoy día.
Desgraciadamente, lo que vemos en nuestros cines y en las pantallas de nuestros ordenadores sigue siendo racista y machista…..
Datos son amores:
Las mujeres constituyen el 7% de los directores, el 19.7% de los guionistas, y el 22.7% de los productores de la muestra estudiada. Una miseria.
Sólo el 22.5% de los personajes femeninos constituyen la fuerza laboral de las películas.
Eso sí, el acoso, el destape, los sueldos más bajos, las imposiciones etc etc son siempre para ellas. Y para disfrute de todos los weinstein que andan sueltos aún.
Como curiosidad, en las películas sólo 13.9% de los ejecutivos y 9.5% de los políticos de alto nivel son papeles para mujeres. El resto lo representan hombres. Es decir, se representa la realidad de una forma muy «veraz»…
Hay razones para seguir luchando.