Mariano Velasco Lizcano. Escritor. Doctor en Ciencia Políticas y Sociología.- Decía Marco Tulio Cicerón que «los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla». Y aunque no esté yo muy seguro de que desconocer la historia condene a repetirla, si creo firmemente, en cambio, que conocerla ayuda a cerrar las viejas heridas. Por eso soy un firme partidario de la Ley 5/2007, de 26 de diciembre, más conocida popularmente como «Ley de la Memoria Histórica».
Porque considero un imposible pretender curar las heridas de nuestro más reciente pasado histórico sin conocer «la verdad», aunque esta solo sea la «verdad» de cada uno por subjetiva que sea.
La propia exposición de motivos de la Ley establece que «…es la hora, así, de que la democracia española y las generaciones vivas que hoy disfrutan de ella honren y recuperen para siempre a todos los que directamente padecieron las injusticias y agravios producidos por unos u otros motivos políticos, o ideológicos o de creencias religiosas, en aquellos dolorosos periodos de nuestra historia. Desde luego, a quienes perdieron la vida. Con ellos, a sus familias». Esto es, la Ley reconoce un derecho individual a la memoria personal y familiar de cada ciudadano.
Por eso creo que la memoria histórica no puede ser, no debe ser, unidireccional en el sentido en el que al parecer ha tomado carta de naturaleza en el magín social, presentándola como una especie de arma arrojadiza a favor de uno de los bandos de los que se enfrentaron en aquel oprobio que fue la Guerra Civil. Porque no servirá entonces a su objetivo principal, que no es otro que «contribuir a cerrar las heridas todavía abiertas en los españoles y a dar satisfacción a los ciudadanos que sufrieron, directamente o en la persona de sus familiares, las consecuencias de la tragedia de la Guerra Civil o la represión de la Dictadura».
Convencido del valor reparador de esta Ley, escribí en su momento Mancha Roja, un ensayo de investigación con vocación de búsqueda objetiva de la memoria histórica en la provincia de Ciudad Real. Y fue, precisamente, durante el periodo de documentación de aquella obra cuando topé con una de esas preguntas, con uno de esos pensamientos, que hacen pararse a uno con el ánimo de reflexionar. La cita era de Javier Ruiz Portella. Está tomada del «A modo de presentación» en La Guerra Civil ¿Dos o tres Españas?:
«Cómo se pueden entender las atrocidades cometidas entre la población civil en plena retaguardia? ¿Sólo hubo las atrocidades cometidas por los fascistas? Los que murieron a manos de los fascistas figuran en algún lugar del inconsciente colectivo como víctimas del combate por la democracia. Pero quienes murieron a manos de los otros parecen haber muerto en balde; nuestro silencio, nuestro olvido, hace como si ni siquiera hubieran muerto».
Desde entonces quedó grabada en mi conciencia la necesidad de recuperar la memoria histórica de todas las víctimas, fuera cual fuera su bando y el momento histórico de su pasión. Al fin todos somos reos de nuestra propia historia familiar. Y yo, como todos los demás, también tenía el derecho a dar satisfacción a quien murió víctima del odio y la violencia, aunque en este caso, ese odio y esa violencia dimanaran del propio lado de la revolución popular.
Odio en las venas es el fruto de esta inquietud personal, la expresión del propio derecho individual a la memoria personal y familiar de cada ciudadano que proclama la Ley de Memoria Histórica en su artículo 2. Pero es una expresión novelada, por tanto desapasionada y en absoluto reivindicativa. Solo ahonda en una realidad que ocurrió por mucho que esta nos duela. Y ella también constituye memoria histórica que conocer, aunque solo sea para evitar en su olvido aquello de que «los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla».
Magnífico artículo.
El Gobierno acaba de vetar la iniciativa del PSOE para reformar la Ley de Memoria Histórica que promueve la nulidad de los juicios celebrados por el franquismo.
La Ley de Memoria Histórica reconoce y amplía los derechos y establece medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil española y la dictadura, promoviendo su reparación moral y la recuperación de su memoria personal. Una Ley sin bandos.
No obstante, es honesto reconocer que las víctimas inocentes de uno de los bandos ya fueron reparadas. Sus familiares recibieron compensaciones económicas: propiedades de los derrotados, pensiones vitalicias, estancos o plazas de funcionario. Sus cadáveres fueron recordados y enterrados en un lugar donde sus familiares pudiesen llorarlos. Mientras, las víctimas de la represión franquista siguen en las cunetas.
Aunque ya se intuyen los verdaderos motivos por los que muchos desean que esta Ley sea una ley olvidada. Basta recordar el gran número de propiedades confiscadas por pistoleros de ‘Falange’, caciques locales y pantomimas de juicios.
No se trata de odio, sino de verdad, justicia y reparación….
Con un sólo ojo claro.
Esa reforma es una imposición antidemocrática de manual.
Prácticamente propone sancionar a quien plantee una versión distinta de la memoria a la de la izquierda.
Y un jamón.
La Ley de Memoria Histórica del nefasto presidente Zapatero, nace con el único fin de contrarrestar su también nefasta política con hechos sucedidos hace muchos años que deben estar enterrados para siempre.
Si fue nefasto que acabó cargándose el partido.
La memoria es particular, íntima y singular. Pertenece a cada uno de nosotros. Por ello resulta ominoso imponer la memoria, porque cercena nuestros recuerdos, nuestras ideas y nuestra libertad.
La historia es una ciencia basada en la investigación de documentos, el contraste de datos, el estudio de las fuentes… Y como toda ciencia sujeta a la crítica y a la revisión. Imponer una versión de la historia es inconcebible si se pretende buscar la verdad o hacer justicia.
La Ley de Memoria Histórica cercena nuestra libertad imponiéndonos nuestros recuerdos, ideas y opiniones, y falsea la historia produciendo injusticias.
A todos los que, como el ubicuo Charles, ese ignorante ilustrado, hablan de sacar de las cunetas a los muertos del franquismo, yo les pregunto: ¿Qué ley anterior a la Ley de Memoria Histórica impedía sacar a esos muertos de las cunetas?
Ya sé que tú de ignorante no tienes nada…, pero qué opinas sobre los gastos (unos cuanto miles de euros) que está llevando a cabo Cospedal, ministra del PP, para traer a España los huesos de los muertos de la División Azul?
Así, a modo de opinión…
Por cierto, cuando escribes «La Ley de Memoria Histórica cercena nuestra libertad imponiéndonos nuestros recuerdos, ideas y opiniones, y falsea la historia produciendo injusticias». Habla por ti, a todos los progresistas no nos cercena nada. Y somos unos cuantos millones.
«Los gobiernos de Rajoy han autorizado el traslado de 13 soldados que lucharon junto a los nazis contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial. El traslado de los restos a España se realiza en aviones civiles y el Ministerio cuantifica en 800 euros su coste medio». El Plural.
Podéis estar orgullosos. Con un par.
Mariano Velasco debe proceder de Marte porque parece que acaba de aterrizar en España. Mayores disparates no caben en un texto tan breve. Le recuerdo, porque parece que no le han informado que, hasta el 79, año de instauración de los ayuntamientos democráticos, el callejero de todos los pueblos y ciudades de España estaba infestado de nombres de sanguinarios como Onésimo Redondo, Yagüe, Mola, Queipo, Franco y demás «héroes del glorioso movimiento nacional», como tan rimbombantemente llamaban a la ignominia del golpe de Estado. Le recuerdo, asimismo, que durante cuarenta años, los centros educativos forraban las paderes de retratos de Franco y José Antonio, que se les homenajeaba un día si y otro también a los Caidos por Dios y por España. Podría seguir con la interminable lista de nombres, monumentos y demás parabienes que recibieron los verdugos de la democracia, pero me falta tiempo.
No insulte la inteligencia de los que hemos tenido padres, abuelos y libros para informarnos. Pero, sobre todo, hágase un favor: no hable de homenajes a quienes se les dió hasta el hartazgo.
Creo Miguel, con todo respeto, que Francisco Franco fue un dictador y su régimen una dictadura (algunos dicen que una dictablanda). Creo que el culto
Mire, yo tengo cerca de donde vivo una calle principal, se llama Bulevar Indalecio Prieto. En el Ayuntamiento de Rivas ya no le digo el nombre del callejero…gobierna IU.
Fíjese lo que han cambiado las cosas desde que murió Franco.
Y aquí nadie protesta porque la Pasionaria tenga calles o plazas a su nombre. Le recuerdo que los miembros del Frente Popular entonces tenían tanto de demócratas como Stalin.
Creo que el culto a la personalidad al dictador es tan propio de dictaduras fascistas como comunistas.