Mariano Velasco Lizcano. Escritor. Doctor en CC. Políticas y Sociología.- Soy de los que piensan que no existe la suerte. Existe el resultado del trabajo, de la constancia y del desarrollo del talento. Pero al parecer no son éstas prendas que adornen con exceso al actual conjunto social; una sociedad, dicho sea de paso, cada día más preocupada por asuntos banales y totalmente adormecida por infinidad de asuntos que carecen de importancia.
¡Y qué bien le viene esto al sistema! De este modo se perpetúa y enroca haciéndose inaccesible al cambio; un sistema aparentemente inamovible que goza del general conformismo como única fuente de legitimidad.
Frente a ello, y faltos de una eficaz acción colectiva, el individualismo social pergeña arma de lucha. Si creer en uno mismo es la clave para desarrollar el talento y poder ser constante en la consecución de un objetivo, también lo será como acicate en momentos históricos como el actual, en que la implicación social y política sigue en descenso sea cual sea la excusa, en general la consabida «falta de tiempo» cuando en realidad las horas que se pasan delante de una pantalla consumiendo tiempo es asombrosa ¿Cuántas horas de buen debate, conversación y vida social se pierden a cambio?
Pero es que esta realidad cotidiana hace, precisamente, que ese individualismo que pregonamos sea una rara avis dentro del panorama social. Porque como decía Montaigne: «Hay más distancia de un hombre a otro, que de un hombre a un animal». Y encontrar individuos capaces de desarrollar esfuerzo y talento, que además quisieran volcar estos en un individualista esfuerzo de carácter social, eso es como pedirle peras al olmo. ¿Por qué habrían de hacerlo? ¿Por qué dedicar el resultado de su esfuerzo a la cuestión social en lugar de dirigirlo a su personal aprovechamiento?
Pues por una mera cuestión de creencia y compromiso con la cosa común. Sería como un retorno a los orígenes de las teorías de lo público: antes de teorizar para intentar que todo cambie, procurar cambiarse a uno a sí mismo. Como aportar una tesela al bien del conjunto en general. Y no olvidemos que es la suma de las teselas las que configuran el mosaico.
Creo, sinceramente, que pocas cosas hay tan dignas de aprecio como la constatación del esfuerzo por la superación personal que puede realizar un ser humano. Sin embargo en qué poco se estima. No admiramos a los hombres por sus propias cualidades, sino por aquellas que les adornan o de las que alardean, en definitiva las que le son anejas: ¿Es rico o famoso? ¿Tiene dinero o poder?
Y esta es una afirmación fácilmente constatable. Han pensado, por ejemplo, cuánto condiciona la presencia de una firma reconocida al pie de un texto. Incluso lo malo pasa por bueno, mientras que al contrario, cuando el que firma es un desconocido incluso los mejores pasajes son considerados como mera excepción, eso suponiendo que hayamos llegado hasta ellos y no acabemos abandonando antes la lectura.
País cicatero esta España en reconocimientos, sobre todo si son a la bonhomía, o a la dignidad y el esfuerzo. En estas condiciones ¿Cómo pretender convertir el individualismo personal en motor de cambio social, si menospreciamos, cuando no vejamos, el esfuerzo.
Pues nada, a seguir igual y a confiar en políticos y partidos con sus auras de corrupción y clientelismos fácticos, porque el final eso es lo que nos va: que nos lo den todo hecho… ¿O no?