Mariano Velasco Lizcano. Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Escritor.- Hoy se escribe mucho, pero se lee poco. Por tanto la cuestión a debatir no radica tanto en ¿quién escribe?, sino en ¿quién lee? Porque se escribe para ser leído, al mismo tiempo que se escribe con el lenguaje que adquirimos leyendo. Lo que conforma un bucle interactivo: la lectura es la materia prima de la escritura, mientras que la escritura será la materia prima de la lectura posterior.
Así que, tanto o más importante que escribir, es leer; porque si no leemos no sabremos escribir. Y si no sabemos escribir tampoco sabremos pensar, dado que el pensamiento está siempre unido a la palabra: pensar solo es un uso del lenguaje.
Lo que me lleva a la cuestión de preguntarme por qué la gente se está alejando tanto de la lectura, que es lo mismo que decir que nos estamos restringiendo la capacidad de pensar, de sentir, de elaborar juicio crítico, y en definitiva de participar en el avance y progreso de la sociedad interviniendo en su hacer: hoy parece que nos encanta que nos lo den todo hecho. Y cuando no, con quejarnos y despotricar ya cumplimos nuestro papel.
Y claro, así nos va: una generación bipolar conformada por un cincuenta por ciento de titulados y otro cincuenta por ciento de analfabetos funcionales, prácticamente perdidos: los unos por falta de perspectiva laboral, los otros por absoluta incapacidad real de integración en la sociedad laboral. Lo que genera un espectro de apatía, desengaño y desilusión en una gran mayoría de jóvenes que lo único que les conduce es a apartarse de todo aquello que signifique espíritu de convivencia y sentido social.
Las pruebas están ahí, al cabo de la calle para cualquiera que quiera mirar —me refiero a mirar con juicio crítico—. Hoy la mera presencia de un pequeño grupo de «quinceañeros» llama a la alarma de cualquier peatón, aunque luego prácticamente en ningún caso éste se atreverá a reprender o corregir un comportamiento antisocial. Y son tantos los que se ven cada día…
Porque parece que estos chavales no se mueven dentro de los códigos éticos y las normas imperantes en el conjunto social. Lo que indica que evidentemente en algo hemos fallado; tanto en los modelos educativos en vigor, como en los éticos y morales de padres y familiares, porque a la fin, estos jóvenes no son otra cosa que la manifestación y el reflejo de lo que ven.
Y todo esto me viene a cuento porque hace tan solo unos días, la comarca manchega en la que habito se ha visto sacudida por la trágica muerte de un joven de veintiocho años en plena celebración del afamado carnaval de su localidad. Falleció a consecuencia de la descomunal paliza que otros jóvenes le propinaron en un acto sin sentido ni razón, tan solo calificable en razón a la brutalidad y a la falta de todo sentido de ética, moral o humanidad.
Ante el hecho, por supuesto que mi primera impresión fue de estupor y perplejidad ¿Cómo resulta posible tanta conducta hostil entre los jóvenes? Pero luego me vino a la mente una pregunta-cuestión ¿cuántos libros habrán leído en su vida los autores de semejante agresión? Evidentemente la respuesta es obvia: ¡Ninguno! Porque si alguno de estos sujetos hubiera leído un par de decenas de libros, o quizá tan solo una decena en toda su vida, con toda probabilidad la escena hubiera variado en profundidad. Y no estoy diciendo que el hecho de leer, per se, sea capaz de evitar una discusión o riña en un momento puntual. Lo que si me atrevo a conjeturar es que una persona que lee es incapaz de manifestar semejante brutalidad. O al menos eso creo.
Así que considero la lectura no solo como una fuente de placer, sino también como una terapia social: un joven que lee es sin duda más culto, amplía sus horizontes de conocimiento, enriquece su vocabulario y lenguaje, y sobre todo se demuestra a sí mismo su capacidad para ser el verdadero dueño de su tiempo y de su yo: hoy es un valor elegir desconectar por un tiempo de ese atrayente poder de absorción que generan las redes de comunicación y/o los programas basura de televisión. Porque no es lo mismo, con todos mis respetos a las personas, pasar dos horas viendo un reality show, que decidir compartirlas con la lectura sosegada del último autor que nos agrada o nos interesó.
Insisto, por tanto, en el valor de la lectura no solo con carácter personal, sino como auténtica terapia social. Y a pesar de que siga preguntándome si sirve para algo invitar a leer, insisto en que si los padres adquieren ese hábito, normalmente los hijos leerán también.
No olvidemos que el gusto por la lectura dimana del hecho de hablar y escuchar, de incentivar la curiosidad en suma a base de buenas conversaciones. Aunque, claro, quizá sea esa la cuestión: que ya en muchos hogares lo que menos se lleva es eso de hablar y comunicarse, tanto los padres con los hijos, como la pareja entre sí. Porque ¿¡cómo vamos si no a poder atender a lo que dice el último whatsapp o el último famoso en la televisión!?
Pues eso, más comunicación familiar, y sobre todo más lectura como valor para el cambio y terapia social. Porque para cambiar y mejorar las cosas, lo primero es insistir en realizar el propio cambio personal.
La familia tiene una enorme responsabilidad en el despertar del interés lector en los niños y en los jóvenes.
Sin embargo, cuatro de cada diez españoles es inmune a los encantos de un libro.
Y es que aún no hemos caído en la cuenta de que la lectura es a la mente lo que el deporte al cuerpo.
Así nos va…..