Este año la lógica visual del Carnaval ha venido precedida de arrebatos pasionales, indicativos de su dudosa y atrabiliaria visualidad.
Lógica visual del Carnaval que se encabalga no tanto entre la carne y el pescado, entre el ayuno y la abstinencia, como entre la Iconofília y la Iconofobia.
Y es que la esencia transgresora del Carnaval ha pivotado siempre entre dos extremos opuestos.
Y de marcado carácter visual.
Que eso es una máscara: un rostro que oculta a otro rostro.
Una cara que esconde a otra cara.
Un coro que esconde un pozo.
Una chirigota que habla del pasado desde el presente.
Una contraposición del haz y del envés de la vida y de la persona.
La pasión y el pecado se contraponían, en el Carnaval pasado y agrario, a la quietud y a la penitencia.
Así como el dolor se opone al gozo.
Y el amor a las imágenes se contrapone a su odio.
En rememoración de la Iconoclastia de las iglesias bizantinas del siglo VII y la prohibición de los iconos.
Frente a la Iconoclastia la Iconódulia.
También la prohibición de las imágenes en las tradiciones islámicas, retoma ese carácter aleatorio de las imágenes sagradas.
En suma, también, Iconofília contra Iconofobia.
Como se ha demostrado en los recientes conflictos operados con diversas imágenes al borde del Carnaval, o como un anticipo de su mismo conflicto visual.
Desde el Santiago el Mayor, retirado de la iglesia de Membrilla, por tener una sugestiva carga erótica en las piernas del santo.
Cosa sospechosa de ser cierta esa ironía erótica, al estar realizada por un apacible anciano de 87 años.
Y que emparenta ese universo visual, con el desplegado por los seguidores de Kiko Arguello en diferentes trabajos de la catedral de la Almudena madrileña.
Y que tiene que ver con la visión apacible y cromática del Camino Neocatecumenal.
Igual de incómodo el Santiago membrillato, que las figuras almudenenses. Pero no denunciadas y por ello admitidas en silencio.
Hasta el montaje jienense del Cristo de la Hermandad de la Amargura, que superpone una cara del montador con la cabellera y la corona del Cristo de la Hermandad manipulado.
Operación que bebe de la propuesta producida en los años ochenta con la imagen de Chesucrito, que sumaba las siluetas de Cristo con las del guerrillero argentino Che Guevara.
Suscitando, esas operaciones de reelaboración, conflictos que han existido siempre en la concepción de la ortodoxia de las imágenes.
Debate sobre la iconografía religiosa que no dejan de retrotraernos a distintos pasados, próximo y lejanos.
Desde el Cristo riente de la película Nazarín de Buñuel, hasta el Crucificado engordado de Botero o el Ecce-homo restaurado en la iglesia de Borja y convertido en un muñeco inflable.
Sin olvidar el retablo de la iglesia de Villalba de Calatrava de Pablo Serrano, considerado antirreligioso por la jerarquía y retirado, a finales de los años cincuenta, como el Santiago membrillato.
Los conflictos señalados no dejan de marcar los límites en litigio entre la libertad de expresión y el respeto a las ideas y sentimiento religiosos.
Piénsese en los conflictos suscitados con el Islam y sus seguidores por las caricaturas de Mahoma del semanario satírico francés Charlie Hebdo.
O la fatwa dictada contra el escritor anglohindú Salman Rushdie y su obra Versículos satánicos.
O esa tienda de esoterismo y rituales satánicos, llamada impropiamente 7 Ángeles.
Otras formas de condena inquisitorial y otros conflictos visibles.
Otros conflictos de base carnal son los suscitados, igualmente, por el haz y el envés. Por lo visto y lo no visto.
Como ha ocurrido con la presencia de María Romay, concejala gaditana de Transparencia y Festejos en el Ayuntamiento de Cádiz.
Quien según las lecturas perversas ha hecho honor a la mencionada transparencia y “ha enseñado todo”.
Cuando bien cierto es que ha aparecido disfrazada con una malla que imita la transparencia y muestra su cuerpo dibujado.
Un cuerpo desnudo que no es tal, sino una reelaboración textil del desnudo pétreo de la diosa Gades.
Pero que algunos han mirado como una incitación a la lujuria que habita con el Carnaval. Y a veces lo habilita.
Hay otra lujuria sórdida, como la relatada por Luisgé Martín en El País Semanal, dando cuenta de los encuentros homosexuales en Berlín, en unas celebraciones anuales conocidas como Mercado de las yeguas.
Aunque ahora todo sea oscuro y oculto. Pura clandestinidad de imágenes.
José Rivero
Divagario
Ante una crisis de creatividad y por tanto de autenticidad, a muchos la zafiedad en el arte nos parece obscena.
Nos conformamos con la imitación (Kiko Argüello) o nos irritamos con la ofensa, cuando ese el único mensaje de la obra.
De ahí a mandar a los herejes del arte a la hoguera, un abismo o un puente, dependiendo de su gravedad.
Todo lo humano habla de Dios, porque Dios se hizo humano. Cuando se dió el Renacimiento, la creatividad surgió si bien inspirada en el clasicismo. Pero fue auténtica y creativa (Brunelleschi).
Hoy el arte es medieval, predomina el mensaje y si es ofensivo (anti-humanismo) y fragmentario más. Un producto más de la posmodernidad.
El Carnaval y la Cuaresma son dos caras de la misma moneda.
Desde el cristianismo, el Carnaval es menospreciado ya que es el equivalente al ‘veneno del alma’ y la causa de todos nuestros pecados.
Como decía el historiador francés Jacques Le Goff, «de un lado, el clero reprime las prácticas corporales, del otro las glorifica. De un lado la Cuaresma se abate sobre la vida cotidiana del hombre medieval, del otro el Carnaval retoza en sus excesos».
Y es que la Iglesia comprendió rápidamente que para poder tener un pueblo que acatara las normas que exigía la Cuaresma, debía ceder algo a cambio, y con el Carnaval lo había logrado.
Iconofobia islámica e iconofilia bizantina; Carnaval y Cuaresma; dos caras de la misma moneda: la de la aparienciencia y la de la vivencia…..