El reciente estreno en televisión de la miniserie La peste, de Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, ha tenido una singular promoción en Sevilla, ciudad en la que transcurre la obra, particularmente en la Sevilla del siglo XVI. La que viene a coincidir con la capturada por Caballero Bonald en su trabajo de 1991, Sevilla en tiempos de Cervantes, que retoma la mirada sobre la ciudad entre 1550 y 1650. Promoción televisiva consistente en disponer en diferentes puntos de la ciudad, unas grandes ratas de metal latonado, por más que la coloración de las ratas prefiera los tonos grises y parduzcos propios de su pelaje sórdido y nocherniego. Ratas doradas, propias del Siglo de Oro, trepando por naranjos urbanos, adosadas en farolas que no son de aceite y acechantes en algunos muros de la Plaza del Cabildo, frente a la Catedral. También, esas ratas tornasoladas de oro, sobre los hombros y espaldas de algunos de los protagonistas televisivos, al acecho y en amenaza, se han plasmado en esas imágenes promocionales del esplendor y de la miseria, esto es de las ratas en libertad de contagio junto a las sacas de oro de Indias.
Y ese esfuerzo de la promoción publicitaria, tiene que ver con la presencia de la peste bubónica en la ciudad en esos momentos cruciales. Recuérdese que el escultor Martínez Montañés fue una de las victimas a mano de la peste. Aunque bien cierto es, que podría el guión de lo filmado haber optado por otros ejes temáticos relevantes en la Sevilla del quinientos y del seiscientos. Ejes que van desde el gran apogeo comercial con Las Indias Occidentales al fondo, merced a la presencia en la ciudad de la Casa de Contratación; hasta el otro apogeo del erasmismo reformista en el convento de San Isidoro del Campo, en la próxima localidad de Santiponce. Donde se vuelca la versión bíblica, no autorizada por la Inquisición, de la conocida como Biblia del oso de la mano de Casiodoro de Reina, nacido en 1520 en el pueblo de Montemolín en Badajoz, y que ingresó en el monasterio jerónimo de San Isidoro del Campo como monje hacia 1547. Pronto tuvo contactos con el luteranismo y se convirtió en partidario de la Reforma, siendo perseguido por la Inquisición, en parte por la distribución clandestina de la traducción del Nuevo Testamento de Juan Pérez de Pineda, por todo ello prefirió abandonar el monasterio y huir con sus amigos de confianza a Ginebra en 1557, entre ellos le acompañó Cipriano de Valera. Desatada la represión entre tanto, la Inquisición realizó en Sevilla en abril de 1562 un Acto de fe en el que fue quemada una imagen de Casiodoro de Reina. Sus obras fueron incluidas en el llamado Índice de los Libros Prohibidos (Index Librorum Prohibitorum) y fue declarado heresiarca (jefe de herejes).
Parte de los años de La Peste, transcurren consecuentemente en presencia de una Inquisición beligerante y de hombres como Fernando de Herrera, Juan de Mal Lara, Juan de Arguijo, Mateo Alemán y Cervantes que, finalmente, darían cuenta más tarde de esas particulares circunstancias del Orto sevillano como lo llamó Domínguez Ortiz. Un Sevilla a caballo del americanismo y del protestantismo, y también del tenebrismo y de la Inquisición.
Junto a todo ello lo que llama la atención del espectador es la gran oscuridad de los escenarios filmados, en un reconocimiento del papel pictórico y simbólico del Tenebrismo, y junto a ello, una suciedad sin parangón y sin límites. Por ello Caballero Bonald denomina un capítulo de su trabajo como Luces y contraluces, como reflejo del peso de lo ténebre, que representa a la perfección la pintura de Valdés Leal y sus piezas del Convento de la Caridad. Lo ténebre que no sólo es lo oscuro y apagado, sino lo funerario y próximo con la muerte. De aquí los tenebrarios y los Oficios de tiniebla. Y repara, por ello Caballero, “en la populosa Sevilla tan habituada todavía a las viejas vecindades de la suciedad”. Y podría haber ampliado con la vecindad con lo mortuorio.
Una suciedad que puebla la ciudad entera, con algunas excepciones de casos notables y palaciegos de pulcritud y de rigor ordenancista. Un rigor ordenancista que tenía clasificadas ocho calles como Sucias. Aunque objete Caballero, que “llamar sucias a unas pocas calles de una ciudad enteramente sucia, tenía que obedecer a motivos inenarrables”. Y todo pese a que se sacaban las basuras producidas en ese marasmo, por la Puerta Nueva. Pero que ese trasiego de inmundicias y detritus, no obvia ese carácter general de ciudad y sociedad sucia. Incluso de constituirse como un caso estructural en una sociedad que empezaba a brillar en el próximo Siglo de Oro, pero que era incapaz de suscitar la limpieza. Salvo la perseguida, obsesivamente, por la Santa Inquisición: la limpieza de sangre.
A la vista de un presente, si no contaminado si poco dado a la limpieza en general, por más consumo de productos de cosmética y droguería que nos avale, uno tiende a pensar en un problema estructural de la limpieza en España y por tanto de la suciedad instalada. Una suciedad actualizada y normalizada con otras facetas y con otros derrotes. No la suciedad política que tanto nos defrauda, sino la limpieza física y tangible que nos rodea. O su falta.
Periferia sentimental
José Rivero
Sólo he visto el primer capítulo y aunque tiene un buen guión y escenario ya percibí alguna que otra imprecisión histórica. El obispo no reza en latín y reza una oración del coetáneo San Ignacio de Loyola (Anima Christi) que no se había hecho popular aún.
No quiero restar valor a la serie, que es cruda pero realista, pero quizás haya tenido una carga publicitaria que sobrecarga mis expectativas.
Resucita una época de la Historia de España olvidada, y eso ya es meritorio.
La Sevilla de Valdés Leal, no la de Murillo. Y la de los hampones de la Garduña de Monipodio, no la de los orfebres de las perlas, esmeraldas, oro y plata de América.
Lo de Ciudadanos con Cifuentes en Madrid podría ser un capítulo más de La Peste.
Me recuerdan a esos y esas señores/as de la limpieza en el ámbito de lo público que se pasan el día con el mismo trapo en la mano haciendo como que «limpian», pero lo único que quieren es la nominilla de fin de mes sin remover la mierda…si, o no?
Bueno, quizás Dios está en todas partes pero en la Sevilla de finales del siglo XVI, parece que se hallaba más del lado de los poderosos que de la gran mayoría de la población que sufría las plagas.
Y es que nunca nos cuentan todo…..
Pues en el primer capítulo se ve a los frailes repartiendo comida a los pobres…
Aún hoy es así.
Sabemos que no padeces de cristianofobia.
Te gustan los toros, la caza, defiendes con lógica la explotación de los recursos mineros…
Eso no es malo, pero hace comprender que sólo te queda esa católicofobia para seguir llamándote genuinamente progre y de izquierdas.
No se confunda. Los tópicos siempre esconden efectos perversos…..
Sin duda, saber los matices (que son los que proporcionan la auténtica cultura) hace difícil utilizar los tópicos con afán manipulador.
Me ha gustado