Manuel Cabezas Velasco.- Cuando Sancho de Ciudad tenía todo dispuesto para iniciar la marcha hacia la vecina Almagro, aún recordaba sus desventuras en huidas pasadas. Aquella que le tocó partir a Toledo era la más cercana en el tiempo. Mas tampoco olvidaba a aquellos correligionarios que, en estos momentos, habían decidido marchar a otras tierras, entre los que destacaba María Díaz “la Cerera”, Juan Falcón “el Viejo” o Fernando de Trujillo.
Para tales planes, al heresiarca siempre le gustaba aislarse y pensar con la mayor de las claridades los pasos que tendría que llevar a cabo. De vez en cuando, no ya sólo cuando realizaba cualquier actividad profesional sino también para resolver cuestiones personales, se encaminaba hacia la torre donde tenía su despacho. En alguno de los instantes en que se daba un respiro, trataba de expresar en ciertos papeles algunas ideas donde dejar algún recuerdo de su vida y la de los suyos para así poderlo transmitir a sus descendientes. En otras ocasiones, salía de los muros de la ciudad y se encaminaba hacia sus tierras y sus viñas para dedicarse a cumplir con los preceptos judaicos y, acompañándose de algunos objetos básicos para la escritura, también buscaba ciertos momentos para dejar algunos recuerdos plasmados en papel para la posteridad. En uno de esos momentos esbozaría algunas líneas:
“Digno es de recordar la nueva huida que nos tocó emprender hacia tierras cercanas a algunos de nosotros. Otros marcharían más lejos, allá por el reino de Sevilla, por territorios donde encontrarían la protección del señor de Portocarrero. Entre estos estaría “La Cerera”, a pesar de las ampollas que levantaba entre algunos de nuestros correligionarios.
La envidia despertada por María se vería personalizada en la figura del receloso Fernando de Trujillo, pues tenía que haber asumido, no muy a gusto, el importante papel que representaba “La Cerera” en la comunidad conversa ciudadrealeña. Así ocurrió, por aquel entonces, en la villa de Palma del Río, cuando un grupo importante de nuestros compañeros de fe, habían partido hacia dichas tierras. Nosotros elegimos un destino más cercano, la vecina Almagro.
Testigo de todas estas actuaciones en Palma del Río había sido el rabí Fernando de Trujillo, describiendo como María Díaz “la Cerera” había sumergido en agua a una joven conversa antes de celebrar su matrimonio. De otras festividades, entre ellas la Janucá, también sería María la protagonista principal, mostrando grandes conocimientos tanto en las leyes como en los preceptos mosaicos, teñidos de una gran erudición. La constancia de su judaísmo era manifiesta, incluso era llamada por su nombre judaico, y, por ello, despertaba muchos recelos entre algunos correligionarios que ejercían tales funciones, como era el caso del propio rabí Fernando de Trujillo y, por supuesto, del lenguaraz hijo de Juan Falcón “el Viejo” – que también había partido hacia Palma –, Fernán Falcón.
Mientras tanto, nosotros habíamos recibido la inestimable ayuda de nuestros amigos Diego de Villarreal y Rodrigo de Oviedo.
De Rodrigo, ¿qué más decir? Su importante posición en la Orden como criado del Maestre y como administrador de rentas de la Orden, del mismo y de algunos calatravos, nos sirvió de gran ayuda para encontrar una red de contactos que nos protegiese de los cristianos viejos que habían destilado su odio desde nuestra patria chica, Ciudad Real. Sobre todo, el entorno de aquellos regidores que ansiaban ocupar los cargos que regentábamos Juan González o yo mismo, entre otros de nuestros correligionarios.
En cuanto a Diego de Villarreal, quien fuera criado del Maestre e incluso en tiempos de Enrique IV, su ayuda también había sido muy importante, e incluso había soportado las iras de los cristianos viejos al ejercer el oficio de regidor como algunos de nosotros.
Ambos siempre estarán presentes en mis oraciones al recordar sus grandes desvelos para con los míos y los integrantes de la comunidad conversa que necesitó de su ayuda.”
Sin embargo, esta nueva partida no sólo le afectaba a él y a su entorno cercano. Aún recordaba la conversación mantenida con Juan González Pintado y Juan Martínez de los Olivos en la que se pusieron de acuerdo para establecer las pautas a seguir para este plan de fuga. No debían levantar sospechas al respecto, por lo que los grupos que se conformasen no debían ser voluminosos ni tampoco muy seguidos en el tiempo ni siguiendo el mismo comportamiento. Habría que variar horarios, rutas, aunque siempre teniendo la inestimable ayuda de los vecinos calatravos, cuyo amparo era aún más necesario en aquellos tiempos de luchas intestinas entre las dos facciones que ansiaban ceñirse el trono del reino castellano.
La ventaja que iba adquiriendo el bando de Isabel y Fernando llevaba a los conversos a mantener aún más si cabe más cautela en sus movimientos, pues habían tomado partido por el bando portugués, aquél que apoyaba a la heredera conocida como la Beltraneja. En este bando no sólo se hallaban muchos judeoconversos procedentes de Ciudad Real sino también muchos de los judíos conversos existentes en la villa de Almagro, entre las que sin duda alguna se habían destacado los nombres de Diego de Villarreal y Rodrigo de Oviedo.
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Ajenos al surgimiento del nuevo aparato represor inquisitorial en el reino de Aragón se hallaban los diversos trabajadores que ejercían su oficio en el taller tipográfico de Ixar.
Sin embargo, Eliezer no era desconocedor del peligro que ya corrían en su ejercicio profesional a pesar del amparo recibido por el Duque en su propio castillo. Recordaba cuál había sido la causa principal de su llegada a esta población, aunque sus orígenes fueran oscenses: su padre, el notario de la aljama de Huesca Abraham Alantansi que había participado años ha en la circuncisión del converso Juan Ciudad y por lo que corría ser perseguido por el Santo Oficio, le había enviado para que fuese acogido bajo la protección de algunos parientes a la villa de Ixar y así evitar que no fuese ajusticiado por sus veleidades de juventud.
– Muchacho, te veo exhausto. Vete a casa pues han sido días de mucho esfuerzo en la elaboración de este Pentateuco y la escasez de tus conocimientos han requerido un mayor empeño por tu parte – señaló el maduro impresor dirigiéndose a su joven ayudante.
– Gracias, Eliezer, mas no queda mucho para cerrar el taller pues está casi anocheciendo y aún me quedan reservas – respondió de forma responsable Ismael.
– Insisto, muchacho, pues mañana el día será aún más duro, y a buen seguro que a estas horas no nos habremos marchado todavía. Hoy nada más se puede hacer, márchate pues a recoger a tu amada y a recuperar las horas que no has pasado estos días con tu hijo, que estará ya a punto de corretear por la casa de mi querida Mariam.
– Agradezco entonces este pequeño descanso que me concede maestro. Mañana estaré puntual para continuar con lo que nos queda de un libro tan importante para ustedes los hebreos. Hasta mañana, Eliezer – el muchacho, complacido, encaminó entonces sus pasos en busca de su amada Cinta.