El Belén heterosexual

Manuel Valero.- La nueva y reeditada polémica sobre la conveniencia de la presencia de belenes en los espacios públicos propiciados por los ayuntamientos no obedece tanto a un hecho religioso como a la concepción de la familia tradicional de hombre- mujer- niño que representa el Nacimiento. La pugna modernidad-laicismo versus conservadurismo-religiosidad no deja de ser por tanto un espejismo dado que se puede ser creyente y más moderno que el holograma cuatridimensional. Incluso, diría yo, se puede ser conservador de derechas con menos apego a la religión que un gato al agua de entrañas para adentro.

Cuando el concepto de familia, tal y como lo entendemos hoy o hemos entendido hasta ahora, cede paso al concepto de pareja o matrimonios del mismo sexo, con cuerpo de ley, el Belén no deja de ser una antigualla que discrimina a los hombres o mujeres que deciden casarse entre sí, o vivir en pareja, con todas las bendiciones legales. Otra cosa sería si los belenes abrieran la puerta a la representación icónica de dos ellos o dos ellas acurrucando a un bebé. En este caso, no habría problema. El Belén, limpio del contexto y sustrato religioso, es la familia heterosexual en estado puro. José y María representan en el contexto natural de la tradición, no solo a los padres terrenales de Cristo, que también, sino simplemente a un hombre y a una mujer que conforman una familia típica, elemento nuclear de la sociedad a lo largo de los siglos. Y ese modelo pervive aun en los belenes cuando la tolerancia social ha acogido con la contestación lógica pero sin sofocos ni frustraciones ni suicidios colectivos un nuevo concepto de familia que incluye tanto a la de toda la vida como a las familias del mismo sexo o madres que deciden parir y tener un hijo manteniendo libremente su soltería. Máxime cuando el niño no tiene por qué ser producto de una unión heterosexual dado que  las personas homosexuales, tanto gays como lesbianas, pueden aportar su semen unos  o su vientre para la inseminación y completar la unión con uno o los descendientes deseados. Demasiada evolución cultural y social para la familia heterosexual del Belén.

Belén es lo de toda la vida, lo que durante milenios ha forjado en la evolución antropológica y cultural de la humanidad el sedimento pétreo de una familia icónica, entendida como natural, siquiera para garantizar la multiplicación de la especie y mantener bajo un determinado control la entropía inherente al crecimiento exponencial de la vida. Sin familia no hubiera habido colectividades humanas amplias y sí un caos que hubiera impedido su evolución y su paso de un estadio tribal a otro superior que en la línea del tiempo y la historia fueron conformándose como macro sociedades homologadas política y culturalmente que finalmente dieron paso a los Estados.

En definitiva, la representación de una familia tipo-hombre-mujer-niño choca frontalmente contra el concepto que de familia ha forjado el pensamiento político y social de parte de la sociedad, generalmente alineada a la izquierda en cuyas filas conviven tanto la alternativa laica con mayor o menor radicalidad con las alternativas al núcleo familiar dominante . Y de ese modo la tradición navideña se alinea por reacción contraria, como un par de fuerzas, con la derecha, la Iglesia y todo lo regresivo que se le quiera añadir. Es más, pues,  un rechazo a la heterosexualidad mostrada en el humilde portal que al hito religioso y fundacional de un credo, lo que subyace en la resistencia a  colocar belenes en espacios públicos, máxime en ayuntamientos gobernados de consuno con la fuerza emergente del 15-M. La familia o su concepto ha cambiado y por lo tanto la sublimación cultural y religiosa de la familia de siempre en estas fechas no deja de ser una antigualla que discrimina y margina a las nuevas modalidades del núcleo familiar según el predicamento progresista. A mi juicio el argumento religioso no deja de ser sino una coartada, pues es un contrasentido que en un país donde los veranos son un rosario de romerías y loas al patrón o la patrona y las  primaveras un alarde público de la Pasión de Cristo escamotee, acentuando el componente laico del nuevo pensamiento, la exhibición pública del nacimiento del mismo personaje que luego se pasea en loor de multitudes por las calles del reino.

La iluminación es la otra cara de la polémica. La neutralidad de las bombillas sin apenas motivos navideños religiosos que recuerden lo que se festeja es como verter una botella de agua dulce en el mar. Todo el orbe occidental y cristiano se ilumina cuando el año está a punto de claudicar porque festeja por tradición milenaria el nacimiento de Cristo, aunque esa iluminación- este año más profusa que en anteriores Navidades pese al incremento del precio de la luz que amortiguan las bujías de bajo coste- sirva lo mismo para la celebración navideña que para el solsticio de invierno o como se quiera bautizar el triunfo del sol naciente – la luz- que comienza a estirar los días por segundos a partir del 21 de diciembre.

La iluminación sin embargo sí constata las diferencias entre creyentes y no creyentes, así como la felicitación: si es de la Navidad eres católico y presumiblemente de derechas y si se felicitan las Fiestas, eres ateo, agnóstico, y de izquierdas. Somos así de simples.

El conflicto del Belén heterosexual, en fin y  a mi entender, está en el encaje de esa abstracción universal de la familia tal y como se ha entendido durante siglos, en los nuevos tiempos en los que la familia ya no es exclusivamente un hombre y una mujer y los hijos nacidos de esa unión natural, sino que se abre a otras variantes que en modo alguno está representadas en los Nacimientos Navideños.