Luis Pizarro.- “Antaño, en la enfermería de Mestalla había un médico, uno solo: el doctor Ribes. Y un practicante (hoy ATS o enfermero), llamado Emilio Vicent, que asimismo era masajista. Nada más […] Fue un gran médico de club, de los que vivían por y para el equipo y sus jugadores, con dedicación casi total».
El entrecomillado (diario Levante, 17 de abril de 2005)) se refiere al doctor José Ribes Bigné, el primer médico que tuvo el Valencia Club de Fútbol. Pues bien, a este hombre “de genio cortísimo, gruñón y escandaloso como él solo”, no tuvo ningún problema para acercarse Feliciano Rodríguez, practicante del Calvo Sotelo, cuando a finales de los años sesenta se lesionó Feliú, el gran delantero centro azul. Ese hombre habitualmente de mal humor que era Ribes, no tuvo el más mínimo problema para decirle a Feliciano que podía acudir a él con toda confianza porque aquella era su casa. Bien sabía (había hecho con él un curso de medicina deportiva) a quién le abría las puertas del Valencia.
La historia recién contada ilustra bien a las claras quién fue este hombre lleno de humanidad llamado Feliciano Rodríguez, porque el practicante calvosotelista también era otro de los que se desvivía por su Club y por los futbolistas que lo integraban.
Feliciano Rodríguez Camacho, nació un 11 de enero de 1922 (ha muerto con 95 años) en Puertollano, y se crió en la puertollanera calle de La Estrella, que corre paralela a las vías del ferrocarril, en el popular barrio del Carmen.
Practicante de profesión, durante muchísimo tiempo él fue el que atendió como sanitario a los jugadores del Calvo Sotelo. Su tarea profesional la desempeñaba en la Seguridad Social y allí lo conoció el doctor Alfonso Cimadevila, que se encargaría de llevárselo con él a la entonces Empresa Nacional Calvo Sotelo, momento a partir del cual empezó a trabajar con el club azul.
Entre otros acontecimientos le tocó vivir las célebres eliminatorias que llevaron a conseguir el primer ascenso a Segunda División, que comenzaron el 24 de mayo de 1964 ante el Atlético Malagueño y concluyeron el 21 de junio ante el Menorca en La Condomina murciana.
Hasta 1987 cuando dejó su tarea no hubo nada que alejara a Feliciano de prodigar sus atenciones sanitarias a todos, sin exclusión alguna. Muchas alegrías tuvo en su servicio al Club de sus amores; otras veces sus atenciones fueron dolorosas como la que le tocó atender en los momentos tan graves por los que pasó Manolo Serrano. Podríamos contar infinidad de anécdotas para relatar la gran humanidad que caracterizaba a este hombre, pero basta con dos: en una ocasión que se quemó una hija de Pepe Franco, portero azul, Feliciano no dejó un solo día de ir a curar a la chiquilla a su casa; por otro lado, cuando Pedrito García, el gran central del Calvo Sotelo, estando en el Atlético de Madrid, cada vez que venía a Puertollano con alguna contractura, Feliciano se ocupaba de infiltrarlo para que se recuperara cuanto antes. Y otro ejemplo de hasta qué punto fue querido por sus jugadores: incluso esa leyenda viva calvosotelista que es Odair ha llamado desde Brasil para expresar sus condolencias, lo mismo que otros muchos, al enterarse de su óbito.
En fin, la vida continúa, pero hombres como el que se nos acaba de ir nos obligan a todos a seguir defendiendo con más ahínco la gloriosa historia de este Calvo Sotelo que nunca morirá; de este Calvo Sotelo que está clavado en el corazón de tantos puertollanenses. Nosotros honramos con este pequeño homenaje a quien tuvo su corazón teñido de azul siempre. Además, y sobre todo, fue siempre una bellísima persona, en recuerdo de la cual enviamos nuestro más sentido pésame a su mujer, Loli, a sus hijos, José Félix y Manuel, y a toda su familia.